Hay gente que por una buena botella de vino (o whisky) es capaz de pagar una millonada, literalmente. El pasado 3 de octubre, en una subasta, una botella de whisky extremadamente rara se vendió en la casa de subastas Bonhams en la ciudad de Edimburgo, Reino Unido, por un nuevo récord mundial de 1,1 millones de dólares. Se trata de un Macallan 1926, añejado durante 60 años en barricas de roble que previamente han contenido jerez hasta ser embotellado y lanzado en 1986. El comprador valoró no solo el contenido de la misma, sino el valioso etiquetado firmado por un artista de prestigio. Dicho esto, permitidme explicaros dos historias sorprendentes, la primera tiene a la reina Cleopatra como protagonista, la otra, una perla conocida como “Peregrina”.
El banquete más caro de la historia

Cuenta el historiador Plinio el Viejo, en su Historia Natural, que la reina Cleopatra heredó las dos perlas más grandes que jamás se vieron. Un día, en un ataque de arrogancia apostó con Marco Antonio que le invitaría a un banquete de 10 millones de sestercios, algo que parecía imposible. Cuando se celebró la cena y llegando ya a su fin, Marco Antonio bromeó con Cleopatra diciéndole que ese banquete no cubría sus expectativas, que aunque magnífico, no le impresionó más que cualquier otro. Cleopatra, vanidosa y orgullosa, le dijo que no habían hecho más que un insignificante aperitivo, que en el verdadero banquete ella sola consumiría el valor dicho. Fue entonces que cogió uno de los pendientes de perlas que llevaba puestas y la introdujo en un vaso de vinagre de vino. Al reaccionar el ácido del vinagre con el nácar, la perla se disolvió y Cleopatra se bebió el vino ante los sorpresa de Marco Antonio, sin duda, el vino más caro de la historia.
Elizabeth Taylor y la perla más valiosa del mundo
En su descubrimiento existen dos versiones: la primera cuenta que en el año 1580 un esclavo de la Corona de España encontró en las aguas del Caribe una perla sin igual. El hallazgo le valió su libertad. La segunda -ésta más acreditada- da testimonio de que “la perla fue entregada al capitán Gaspar de Morales –enviado por el gobernador español Pedrarias Dávila– en señal de vasallaje por el cacique de la Isla de las Perlas, frente a Panamá, en 1515, dentro de un lote del que correspondía un quinto a la Corona por lo que debió ser subastada para hacerlo efectivo” (Historia General de las Indias, Francisco López de Gómara).
El comerciante Pedro del Puerto se hizo con ella en subasta pública por 1200 pesos de oro, comprándosela después Isabel de Bobadilla, esposa de Pedrarias Dávila. Así llegó a Europa, adquiriéndola la esposa de Carlos V, Isabel de Portugal, por 900 000 maravedís.
Sea como fuere, la joya pasaría a ser propiedad de ilustres y regios personajes hasta nuestros días y se la conoce con el sobrenombre de “La peregrina”, no tanto por los tumbos que ha dado, sino por la acepción de esta palabra cuando se descubrió, y que es la de “rara, especial”.
Ciertamente es única. Su tamaño, su peso de 58 quilates y su forma de lágrima, así como su extraño brillo y color, hacen que sea “la perla” más deseada en nuestros días.
Margarita de Austria, Isabel de Borbón, María Luisa de Parma, José Bonaparte y Napoleón III la tuvieron como una de sus más preciadas joyas y la podemos ver inmortalizada en algunas de las grandes obras de Tiziano, Antonio Moro o Velázquez, quien la pintó hasta en tres ocasiones, y en la literatura de Cervantes o Lope de Vega.



En 1848 la adquirió el Marqués de Abercorn, pasando por las manos de distintos coleccionistas ingleses hasta que en 1969, el actor Richard Burton la comprara por 37 000 dólares, para regalársela a su enamorada, la actriz Liz Taylor, por su 37 cumpleaños, quien la luciría en alguna de sus películas.
Tras la muerte de Liz, en el año 2011, la gema volvió a salir a subasta en la sala Christie’s de Nueva York, siendo adjudicada por… ¡9 millones de euros!
No sé cómo se os ha quedado el cuerpo entre perlas, vinos y whiskies, pero si eres amante del buen vino debes de saber que la vendimia de un vino la determina el año en que se recogió la uva, realizándose el embotellado entre 16 y 24 meses después de la cosecha, y que la edad de un whisky se refiere al tiempo que pasa envejeciendo en una barrica. Así, debido a la pérdida continua por la evaporación, los whiskies más viejos producen menos botellas, aumentando su rareza. También debes de saber que el vino tiene que consumirse a las pocas horas de abrir la botella, no así el whisky, que puede disfrutarse incluso hasta un año después. Claro está que para deleitarse con él no necesitamos introducir una perla en la copa, ni tampoco invertir un millón de euros, ni mucho menos 10 millones de sestercios, solo se necesita un buen vino y una mejor compañía.
Dicho esto, solo me queda decir… ¡Salud!
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