El 21 de septiembre de 1848 el Dr. John Martyn Harlow escribiría una carta al editor del Boston Medical and Surgical Journal describiendo por primera vez un caso insólito que acabaría por convertirse en uno de los más famosos de la historia de la neurología.
El accidente
Unos días antes de publicar la carta, Phineas P. Gage, barrenero en Cavendish, Vermont, mientras trabajaba en la construcción del ferrocarril Rutland & Burlington Railroad, sufriría un aterrador accidente que tendría sorprendentes consecuencias: mientras perforaba un agujero en una roca para introducir explosivos a fin de detonarlos, de repente, una chispa provocaría la explosión de la pólvora lanzando una barra de hierro de poco más de un metro, 3 centímetros de grosor y casi 6 kilos de peso que le atravesó el cráneo, pasando por detrás del ojo izquierdo y saliendo por la parte superior de la cabeza. Gage, lejos de morir se mantuvo consciente y en pocos minutos comenzó a hablar.
El primer médico en atenderle fue el Dr. Edward Higginson Williams, que le vio sentado en una silla y diciéndole: «Doctor, aquí hay trabajo para usted». Tras extraerle la barra de la cabeza le llevarían en una carreta a la consulta del Dr. Harlow que detuvo la hemorragia, además de eliminar los fragmentos óseos. Tras la emergencia del momento la atención médica se limitó a tratar la infección presente en la zona lesionada y poco más.
Su evolución fue del todo satisfactoria, perdiendo solo la visión del ojo izquierdo. No presentó ninguna dificultad en su memoria, ni en sus percepciones sensoriales, ni en sus movimientos, ni en su habla. A pesar de presentar daños severos en el cerebro y ante la sorpresa de todos, el accidente no pareció afectar en nada a Gage dándole el alta a los dos meses.
Un cambio de carácter inesperado y las primeras publicaciones del caso
Pero el tiempo manifestaría las consecuencias. Gage siempre fue un hombre responsable y respetado por todos, sin embargo, comenzó a ser obstinado y caprichoso, impaciente en sus actos, a comportarse de manera irreverente y a blasfemar por cualquier cosa. Este cambio en su forma de ser le hizo perder su trabajo en el ferrocarril, y después de recalar en otros sin éxito terminó exhibiéndose en el circo, donde con orgullo enseñaba su herida y la barra de hierro que le perforó el cráneo.
En 1868 el Dr. Harlow publica el caso y narra por primera vez los cambios de comportamiento de Gage tras el accidente, pero no capta el interés de la clase médica, hasta que, a finales de la década de 1870 el Dr. David Ferrier lo rescatara del olvido marcando los inicios de la investigación de esta región del cerebro.
El cerebro, ese gran desconocido
Aristóteles y otros grandes sabios griegos decían que era el corazón el centro del razonamiento y de las emociones, algo que ratificaría Avicena muchos siglos después, dejando al cerebro la función de enfriar la sangre. Hipócrates observó que cada mitad del cerebro controlaba la mitad opuesta del cuerpo, sin embargo, se otorgó al corazón la función de control.
Pasarían los siglos y el cerebro seguía siendo el gran desconocido -de hecho, lo sigue siendo- y aunque en el siglo XVII comenzaban a realizarse intentos de aplicar la ciencia al estudio del cerebro, aún prevalecía la idea de René Descartes de separar mente y cuerpo, materia y espíritu, separando la ciencia del comportamiento humano. Hasta bien entrado el siglo XVIII se considerará al cerebro como carente de funcionalidad, teniendo simplemente un papel protector.
En el año 1807 François Chaussier dividiría la superficie del cerebro en cuatro lóbulos: frontal, parietal, temporal y occipital, y el fundador de la frenología, el anatomista y fisiólogo alemán, Franz Joseph Gall, vinculará el córtex cerebral con la actividad mental y las facultades afectivas sugiriendo que presentaba distintas áreas funcionales. Esto no fue bien aceptado por los académicos terminando por aceptarse las tesis planteadas por Marie-Jean-Pierre Flourens en la primera mitad del siglo XIX, que postulaban que todo el córtex funcionaba como un todo, algo que se aceptó erróneamente durante décadas.
Las lesiones cerebrales de Gage
Tras aplicar modernas técnicas diagnósticas se sabe que esa fatídica barra destruyó el 4 % de la corteza del lóbulo frontal izquierdo y el 10 % de la sustancia blanca, afectando el córtex prefrontal ventromedial, y no será hasta el siglo XX que se tiene evidencia de que ese córtex se activa cuando la lógica se atasca y debe desactivarse para resolver un problema, conectando la razón con las emociones, explicando entonces el cambio de carácter que sufrió Gage.
En 1994, el neurólogo portugués António Damásio y su mujer Hanna, plantearían las primeras conclusiones sobre las áreas dañadas del cerebro de Gage y su relación con el cambio de carácter. Hoy se sabe que esas áreas son unas de las estructuras más importantes del cerebro en lo que a la personalidad, comportamiento y funciones ejecutivas se refiere. Parece ser que algunas zonas del cerebro no afectadas directamente por la barra pueden fallar porque ha desaparecido su conexión con el resto por la destrucción de sustancia blanca. Y es que el cerebro dispone de una cierta “neuroplasticidad” que hace que si se lesiona una parte del cerebro se generen nuevas sinapsis neuronales que sustituyen a las lesionadas para intentar recuperar la función.

Gage en Harvard
Murió probablemente con 38 años y hoy la barra de hierro y su cráneo se encuentran en el Museo de la Facultad de Medicina de Harvard, considerándose su caso como una de las primeras pruebas científicas que sugerían que una lesión del lóbulo frontal podía alterar aspectos de la personalidad, la emoción y la interacción social.
No cabe duda de que Phineas P. Gage sigue siendo un paciente que interesa a médicos de todo el mundo más de un siglo después de su sorpendente accidente.
Para saber más:
En busca de Spinoza. Neurobiología de la emoción y los sentimientos. Damasio, Antonio (2005): Crítica, Barcelona.
«Passage of an iron rod through the head», Harlow, Jorhn Martyn (1848). Republicado en Boston Medical and Surgical Journal 39: 389-393 Jorunal Of Neuropsychiatry and Clinical Neuroscience 11, 281-283
Links imágenes:
Información basada en el artículo «Phineas Gage y el enigma del córtex prefrontal» Vol.27.Núm.6 Julio – Agosto 2012 páginas 319-386 Elsevier.es.
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