
Si hablamos de juicios injustos seguro que recordamos los acontecidos durante la Edad Media. En nombre de la religión se practicaban pruebas conocidas como “ordalías” o “juicios de Dios” y quema de herejes y acusados de brujería por la Santa Inquisición. Sin embargo, durante casi mil años se efectuaron también juicios sorprendentes a nuestros ojos, tomados muy en serio entonces, en los que los acusados no eran personas, sino animales.
No eran exclusivos de algún país de Europa, sino que los que estudian el asunto encuentran más de 200 de estos juicios en prácticamente todos los países del continente, desde la Edad Media hasta bien entrado el siglo XVII y más allá. Cerdos, ratas, asnos, toros, delfines, incluso orugas, ninguno quedaba exento de ser acusado de algún delito. Recordemos alguno de ellos…
Puede que uno de los juicios mejor documentado sea el realizado en el año 1522, en Autun (Francia). En él las acusadas eran las ratas de la población por haber comido los cultivos de cebada. La corte eclesiástica ordenó que un funcionario leyera en voz alta la declaración a las acusadas y para asegurarles un juicio justo nombró a Bartolomée Chassenée defensor de los roedores. Estas no se presentaron al juicio, argumentando su abogado que la notificación del proceso solo llegó a las ratas de la aldea y no a las del resto de la diócesis. Después de citar a todas las ratas tampoco ninguna se presentó. Chassenée expuso que necesitaban más tiempo para hacer el viaje, al estar muchas de ellas dispersas por el campo, accediendo el tribunal conceder un retraso que resultó inútil al tampoco presentarse ningún roedor. El abogado alegó que sus clientes temían ser atacadas por gatos hostiles en el camino a la cita y apeló al sentido humanitario de la corte. Puede que el vicario, cansado de tanto retraso en el juicio, lo aplazó indefinidamente. Chassenée a raíz de este juicio se hizo con una gran reputación, convirtiéndose diez años después en el primer presidente del Parlamento de Provenza.
En el año 824, varios topos del Valle de Aosta, en Italia, fueron excomulgados; orugas desterradas de la diócesis en Valence, en Francia; una cerda y sus lechones, presos en 1457 acusados por el tribunal de Savigny por un delito de asesinato; un gato de Maine, encarcelado un mes por “filtrear”, sin la correspondiente autorización de la dueña, con una gatita; un gallo, condenado a morir en la hoguera públicamente en Basilea en un auto de fe en 1474, el delito: poner un huevo del que salió una serpiente; incluso, un juicio masivo, en la Inglaterra del siglo XIV, a una bandada de cuervos, en este caso, los jueces no pudieron distinguir los gritos de los culpables de los que defendían su inocencia, así que, los condenaron a todos.
En el caso de los gatos podríamos decir que en aquellos tiempos ser felino era “profesión” de riesgo. Considerados sicarios de las brujas y culpables de transmitir la peste -cuando en realidad eran las pulgas de las ratas- casi se extinguieron durante la Edad Media. Y el juicio sumarísimo de un mastín portugués condenado a la hoguera en 1534 por ladrar a la imagen de San José en una procesión de manera reiterada, a pesar de ordenarle el mismo arzobispo que se callara.
Organizar estos juicios suponía un gasto económico considerable para el pueblo. Pagar al abogado defensor del animal, alimentar al “detenido” durante el tiempo que duraba el litigio, e incluso, pagar al verdugo para ejecutar la pena capital, si era condenado. La gente aceptaba de buen grado estos juicios, y la Iglesia explicaba la persistencia del delito si el animal no era acusado, por los pecados de los aldeanos.
Juicios y culpables inanimados
Mucho antes de la Edad Media, en la acrópolis de Atenas, existía un palacio de justicia (pritaneo) donde se juzgaban animales y… objetos inanimados. Los expertos explican que se hacían al aire libre para que los jueces no se contaminaran con la polución moral que desprendía el acusado. Si se consideraba culpable, debía exiliarse. Así fue en el caso del niño que, tras ser alcanzado por una jabalina en un gimnasio, se debió determinar si el culpable del suceso era el niño, el lanzador o la jabalina.
Según cuenta Herodoto en su Historia, el rey Jerjes I mandó azotar al mar por haber destruido el puente de barcas sobre el Bósforo, impidiendo pasar su ejército, y más cercano a nosotros en el tiempo, durante el siglo XIV, se acusó a un bosque entero en Alemania por ser cómplice de un robo. El ladrón escapó huyendo de árbol en árbol y el bosque no ayudó a ser apresado. La condena sería el talado y quemado del mismo.
Aristóteles pensaba que solo los humanos eran seres racionales y Descartes consideraba que los animales eran incapaces de padecer sufrimientos o de sentir emoción, algo que Darwin discutiría con su idea de la continuidad evolutiva. En la actualidad, muchos estudios demuestran que los animales tienen conciencia de ellos mismos y del entorno que los rodea, pero no creo que nadie pensara hoy en llevar a juicio a un animal, ¿no?
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