Ya podéis imaginaros el éxito promocional que tuvo…
El inventor del superglue pegó dos cilindros de metal y poco después retó a una persona a agarrarse a la unión de ambas piezas dejándolo suspendido en el aire.
Era el año 1959, y la demostración se hizo delante de millones de personas en el aclamado programa televisivo I´ve Got a Secret.
Desde entonces, el éxito de este pegamento no dejaría de aumentar hasta nuestros días y hoy quiero daros a conocer otra historia de este invento tan útil, puede que menos conocida, pero sorprendente.
Sus primeros usos
Como muchos otros inventos y progresos de la ciencia todo comenzaría con la Segunda Guerra Mundial. Su inventor, el científico Dr. Harry Coover junior, trabajaba para la empresa de fotografía Eastman Kodak y desarrolló en 1951 un compuesto conocido como etil cianoacrilato, patentado años atrás por una empresa de investigación militar. Inicialmente se utilizó en las mirillas de precisión de los rifles del ejército americano, y más tarde, en las cabinas de los aviones de combate de la guerra de Corea, aunque en ninguno de los dos casos tuvo mucho éxito al presentar un problema: era enormemente pegajoso.
Eastman no se desanimó y dejó de utilizarlo con fines bélicos, bautizándolo con su nombre “Eastman 910” –lo de superglue es posterior-, y vio su potencial como pegamento.
El superglue y la medicina
Durante la guerra de Vietnam muchas de las muertes de soldados americanos no se producían en el momento del enfrentamiento en la jungla, sino en el traslado de los heridos. Los médicos y el personal sanitario descubrieron que la capacidad adherente de este pegamento servía para pegar también partes del cuerpo humano, así pues, comenzarían a cerrar las heridas hemorrágicas aplicándolo en forma de spray, permitiendo llegar vivos al hospital de campaña con los helicópteros de evacuación. Cientos de miles de soldados sobrevivirían reduciendo la mortalidad de estos desplazamientos por debajo del 1%.
El éxito y la campaña de difusión fue tal que no faltaría el superglue en ningún botiquín de cualquier casa, a pesar de no ser reconocido por las autoridades sanitarias y no ser aprobado su uso médico civil hasta 1988, cuando se desarrolló la variante de cadena larga. El problema que tenía el metil cianoacrilato era que se calentaba y producía productos gaseosos muy irritantes para los ojos y pulmones.
En la actualidad no se emplea en medicina, aunque se están desarrollando nuevos “superpegamentos” que además de pegar tejidos son antimicrobianos, como el 2-octyl-cyanoacrylate (Dermabon), aprobado en el año 2001 U.S. por la Food and Drug Administration (FDA), que al entrar en contacto con el aire se polimeriza para formar una película adhesiva que se seca en unos pocos segundos quedando los bordes de la herida tan fuertemente adheridos como con suturas. Estos pegamentos empiezan a utilizarse en las suturas en las cirugías del corazón, del estómago e intestinos, así como en vasos sanguíneos. Quién sabe, puede que lo de coser las heridas sea algo anticuado en un futuro no muy lejano.
Para saber más:
Aplicaciones biomédicas de los cianoacrilatos
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