
No, no se trata de ningún error de transcripción, ni tampoco me refiero a los prestigiosos premios que cada año el gobierno de Suecia otorga desde 1901, cumpliendo la última voluntad de Alfred Nobel. En realidad, lo de llamarlos Ig Nobel es por un juego con la palabra Ignoble, en castellano es innoble, otorgados a trabajos que «primero te hacen reír, para después hacerte pensar…»
Organizados por la revista de humor científico Annals of Improbable Research, se celebran a principios de octubre cada año desde 1991 y otorgan diez premios, no necesariamente en las mismas categorías, los encargados de darlos son los reconocidos ganadores de los Premios Nobel. Cada galardonado tiene un minuto para dar un discurso, tiempo controlado por una niña de 8 años que lo interrumpe diciendo “Por favor detente, estoy aburrida”. Y para el ganador… ¡un fabuloso billete (falso) de 10 billones de dólares!
Entre sus ilustres ganadores encontramos el Premio Ig Nobel de Física (1999) concedido al Dr. Len Fisher, por el estudio que calculaba la mejor forma de mojar una galleta; el de Química, otorgado al japonés Takeshi Makino, por desarrollar un spray detector de infidelidades que se aplicaba en la ropa interior de los maridos, y el de Biología a Peter Fong, al contribuir a la felicidad de las almejas tras administrarles Prozac.

También sorprendente es el premio Ig Nobel de la Paz de un grupo de científicos de la Universidad de Valencia que estudió la frecuencia y los efectos de gritar e insultar al volante de un coche, así como la categoría de Antropología que recayó en el estudio que se realizó en un zoológico, y que concluyó que los chimpancés imitan a los humanos con la misma frecuencia como los humanos hacemos con ellos. Por no hablar de la investigación que determinó que los agujeros negros cumplían todos los requisitos para localizarse el infierno, o la “regla de los cinco segundos”, que establece que la comida que cae al suelo no se contamina si se recoge antes de cinco segundos.
Si me dieran a elegir uno de ellos me quedaría con el premio de Medicina conseguido por los científicos estadounidenses, Marc A. Mitchell y David D. Wartinger, que plantearon la siguiente hipótesis: montarse en las montañas rusas aceleraba la expulsión de cálculos renales. Para demostrarlo usaron un modelo de silicona del riñón y de la uretra en el que introdujeron cálculos renales extraídos de pacientes y comprobaron que después de montar en 20 ocasiones en la atracción Big Mountain de DisneyWorld, en Orlando, se consiguieron excretar muchos de esos cálculos, de hecho, esto era más evidente en los vagones traseros (23 de 36), respecto los vagones delanteros (4 de 24). Estos resultados se publicarían en The Journal of the American Osteopathic Association 116: 647-652 (2016) con el título ”Validation of a Functional Pyelocalyceal Renal Model for the Evaluation of Renal Calculi Passage While Riding a Roller Coaster”.
Otra que bien merece ser nombrada es la merecedora del premio Ig Nobel de Biología en el año 2006. Se trata de un estudio que muestra que el mosquito transmisor de la malaria, el Anopheles gambiae, se sentía igualmente atraído por el olor del queso Limburger como al olor de los pies humanos. Esto tendría aplicación práctica al colocar este tipo de queso en lugares determinados del África para combatir la temida epidemia.
La ceremonia de entrega de los premios es retransmitida en directo a través de Internet y por la Radio Nacional Pública, de EE. UU. La última edición se celebró en el Teatro Sanders de Harvard, y tal como reza su lema se trata de “premiar a aquellos individuos cuyas investigaciones no pueden o no deben ser reproducidas”.
Ciertamente, preguntarse si a las vacas les gustará más estar de pie o acostadas o si los pájaros carpinteros sufren de dolores de cabeza, puede parecer algo extraño, pero en ocasiones el avance de la ciencia se produce por cuestionarse estas aparentemente insignificantes preguntas.
Si os picó la curiosidad e investigáis algo más sobre el tema descubriréis otros “experimentos” curiosos que también fueron merecedores del premio, aunque lo de la autocolonoscopia del japonés Akira Horiuchi lo dejo para otro día. 😉
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