No sabemos mucho de él y lo que sabemos es gracias a algún historiador clásico que lo menciona y poco más. Por fortuna, su nombre no cayó en el completo olvido y es justo recordarle. Se trata de Lucio Sicio Dentato, el romano más valiente de Roma, el «Aquiles romano».
Lo de su cognomen «Dentatus» le viene por nacer con dientes, allá por el siglo V a. C., pero por su origen plebeyo, sus progenitores no podían augurar los honores que le reservaría la vida. Como decía antes, poco se sabe de él, solo Varrón, Valerio, Dionisio de Halicarnaso y Plinio «el Viejo» le mencionan. Con 17 años iniciaría su larga y exitosa carrera militar y en sus más de 40 años de servicio participó en 120 batallas y mató a 300 enemigos, bueno, uno arriba, uno abajo. Como buen soldado romano fue herido en combate en muchas ocasiones, cuentan que al menos en 45. No quedaba ninguna parte de su cuerpo sin cicatrices ni marcas, bueno, en realidad, en la espalda nunca fue herido, algo que causaba más admiración si cabe entre sus colegas.
Tras su carrera militar ejerció como político ocupando el cargo de tribuno, desde el que luchó por la igualdad entre plebeyos y patricios. Sin embargo, lo que no consiguieron sus enemigos en la batalla, lo hicieron sus adversarios políticos. Murió con 60 años de edad, presuntamente asesinado por orden del decenviro Apio Claudio Craso, eso sí, fueron necesarios 25 hombres de los que solo diez salieron ilesos en su ataque. El pueblo le honró con todos los honores que merecía en un gran funeral.
Si sus victorias sorprenden, sus condecoraciones impresionan. Las cifras varían según los autores, pero ninguno le otorga menos de ¡170! entre coronas (25 de las que 14 eran civiles), tiaras de oro (83), lanzas (18), brazaletes de oro (160)… sin olvidarnos de la más importante de todas ellas, la Corona gramínea, otorgada tan solo en nueve ocasiones a lo largo de toda la historia de Roma. Por si esto fuera poco, Lucio Sicio Dentato sería el primero en practicar un curioso sacrificio a Marte.
El origen de este rito lo encontramos en los griegos atenienses y lo denominaban «víctimas de la masacre». El nombre hacía referencia a que quien lo realizaba debía cumplir un requisito: haber matado a más de 100 enemigos. Entonces, este hombre debía ir solo a una isla para aplacar la ira de los dioses, algo que parecía no surgir efecto al cambiar el rito a otro más tradicional como era el sacrificio de un cerdo vivo, sin testículos. Nuestro valiente Lucio fue el primer romano en realizarlo.
Coronas y condecoraciones en la antigua Roma
Al igual que en nuestros tiempos, los actos heroicos de los soldados y ciudadanos eran reconocidos por la sociedad. Phalerae, torques, armellas, patellas, vexillum, clipei, hasta pura… eran algunas de las distinciones que se otorgaban, pero había una que sobresalía entre todas ellas, las Coronas.
Estas se concedían en contadas ocasiones y algunas fuentes reconocen que solo si tenías el grado de centurión hacia arriba. Las había Menores (áurea, mural, vallaris, rostrata, exploratoria, olearginas) que se concedían según el acto en cuestión y que podía suponer matar a un enemigo en combate singular, escalar una muralla enemiga, ser el primero en saltar a un barco enemigo… Más importantes eran la Corona oval, la triumphalis, la cívica la gramínea.

En la ceremonia de condecoración, el legionario daba un paso al frente mientras el general de la Legión le elogiaba delante de todos, mientras, sus compañeros, aplaudían con orgullo y probablemente con cierta envidia al pensar que ese reconocimiento solía ir acompañado de un premio en metálico único o de por vida, que podía doblar su paga.
Dejo para el final la máxima condecoración militar que podía otorgarse: la Corona gramínea o obsidional. Realizada con flores, hierbas y cereales, como el trigo recogido en el campo de batalla. Se otorgó en contadas ocasiones a lo largo de la historia, y gracias a los escritos de Plinio el Viejo sabemos que se concedió solo nueve veces, únicamente a comandantes o generales que habían salvado a un ejército. En la exclusiva lista encontramos a Lucio Cornelio Sila, Quinto Sertorio, Publio Cornelio Escipión Emiliano, Augusto -la recibió por el Senado más como símbolo político- y, cómo no, a nuestro Lucio.
Sorprende que no era ningún general ni emperador, pero quien necesita serlo llamándose Lucio Sicio Dentato.
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