
En ocasiones hay mitos muy alejados de la realidad, podríamos decir que algunos injustos para sus protagonistas. Que la higiene y el aseo personal brillaban por su ausencia durante la Edad Media es algo conocido, pero esto no es del todo cierto y encontramos ejemplos en los casos de la reina Isabel I “La Católica” y Felipe II «el Prudente», dos regias personas con fama de ser sucias y maliolentes.
La reina castellana
De ella circularon falsedades históricas dadas aún como ciertas. Una de las más divulgadas fue que vendió sus joyas para financiar la aventura de de Colón. Sí, tras casi diez años de guerra, los Reyes Católicos pusieron sitio a la capital del reino nazarí de Granada en 1491, rindiéndose el sultán Boabdil, y esta guerra desangró económicamente al reino, pero no tanto como para no poder adquirir tres carabelas, además, seis meses después del primer viaje la Corona autorizó otra expedición con… ¡17 barcos! Pero centrémonos en el tema que nos ocupa hoy, su higiene.
La confusión se inició con la leyenda de un juramento que nunca realizó, de hecho, quien lo hizo fue su tataranieta Isabel Clara Eugenia, durante el sitio de Osende en Bélgica, a principios del siglo XVII, en el contexto de la Guerra de Flandes. Entonces dijo que no se cambiaría de camisa hasta pacificar Flandes, pero lo expresó de manera figurada, no obstante, se le atribuyó a la reina Isabel I “La Católica”.
Hay un episodio en la vida de la reina (mejor dicho, en su muerte) que bien pudo ser el origen de dicha atribución. La causa de la enfermedad que terminaría con su vida ha sido motivo de muchas discusiones, aunque la mayoría de los historiadores parecen coincidir en que fue un cáncer en sus “partes vergonzosas”. Sus últimos tres años de vida fueron agónicos y puede que su pudor no permitiera exponerlo a sus médicos. Lo más probable es que se tratara de un cáncer de cérvix (cuello del útero) secundario a la infección por el virus del papiloma humano transmitido por su marido, recordemos que a lo largo de su vida don Fernando no le sería muy fiel. Postrada en cama, ulcerada y edematosa, no erraremos al pensar el mal olor que podía respirarse en su habitación.
En vida de la reina encontramos episodios que nos hacen pensar que cuidó de su higiene, como cuando su confesor, fray Hernando de Talavera, le reprochó en más de una ocasión el excesivo cuidado que prestaba a su cuerpo y alimentación, o lo mucho que le afectó el saber que su hija Juana “La Loca” se negaba a cambiarse de ropa interior.
Tampoco hemos de olvidar que los árabes criticaron a los cristianos de la Península diciendo que no se limpiaban ni se lavaban más de una o dos veces al año, con agua fría.
(…) creen que la suciedad que llevan de su sudor proporciona bienestar y salud a su cuerpos.
Un prejuicio que refleja el abismo cultural entre musulmanes y cristianos de la época.
Felipe II
Más sorprendente es el caso del nieto por vía paterna de Juana I de Castilla y Felipe I «el Hermoso», y digo sorprendente porque su personalidad obsesivo compulsiva y sus numerosas manías, el orden, la rutina, la puntualidad y sobre todo, su higiene personal, eran casi enfermizas.
Sufrió de asma, artritis, cálculos biliares, malaria, gota y fiebres, que quedaron en nada con el padecimiento en sus últimos años. Sufrió de incontinencia de orina, llagas en la mano, abscesos en la rodilla producidos por la dolorosa gota y pestilentes heridas infectadas, permaneciendo durante casi dos meses inmóvil en cama, sin podérsele cambiar la ropa ni levantarle. Se cuenta que mandó fabricar un ataúd con madera incorrupta, envuelto en una tela empapada en bálsamo y con una caja de cinc contruida “bien apretada para evitar mal olor”
Jehan Lhermite, ayuda de Cámara de Felipe II y Felipe III, archero de Corps de Felipe II, escritor y humanista, dijo de él:
Era por naturaleza el hombre más limpio, aseado, cuidadoso para con su persona que jamás ha habido en la tierra, y lo era en tal extremo que no podía tolerar una sola pequeña mancha en la pared o en el techo de sus habitaciones.
Ante esto, decir que el rey fuera sucio y descuidado en su higiene es algo que no se sustenta de ninguna forma.
La Ilustración y el Romanticismo quiso oscurecer la etapa de la historia de la Edad Media y se extendió el tópico de que desconocían los hábitos en la higiene, pero existían baños públicos en las ciudades cristianas y encontramos recetarios para la limpieza del cuerpo y mantener la piel sana, así como normas para asear a los enfermos y mantener limpia la ropa de la cama en los hospitales.
No negaré, de hecho le dediqué un artículo en el blog, que a principios del siglo XVI se pensaba que a través de los poros de la piel entraban las infecciones y se desaconsejaban los baños, limitando la limpieza del cuerpo con telas aplicándose después algún perfume que disimulara el olor, pero la Edad Media había quedado atrás y si hablamos de regias personas más modernas, el propio rey de Francia, Luis XIII, tras el parto, no se volvió a lavar hasta la edad de los siete años, no así Isabel ni Felipe siglos antes.
Para terminar aquí os dejo una imagen para curiosos…

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Información basada en el artículo de abc.historia
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