¡Abracadabra!
Todos la hemos pronunciado en alguna ocasión para sorprender a algún amigo mientras practicábamos un juego de magia. La RAE define Abracadabra como «palabra cabalística a la que se atribuyen efectos mágicos”, y así fue a lo largo de la historia.
La creencia de que puede sanarse con ciertas palabras es algo muy antiguo y en lo que a esta palabra se refiere su origen es desconocido, pero sabemos que fue usada como hechizo o encantamiento por grupos tribales primitivos. Sócrates curaba mediante el diálogo y solía decirse de Hipócrates que «tiene una mirada que cura», pues no curan sólo sus manos, ni su ciencia, aunque ésta le es de sobra reconocida.
Encontramos la primera mención en el siglo II d. C. en el Liber Medicinalis del médico Serenus Sammonicus, quien trató al emperador Caracalla. En su capítulo 52 prescribe para tratar las fiebres ocasionadas por la malaria llevar encima un amuleto con la palabra ABRACADABRA escrita en forma de triángulo. En realidad, lo utilizaban para muchas otras enfermedades letales y su uso debió de ser generalizado, no solo por emperadores, sino por el pueblo en general.
Escribían la palabra en un papel a modo de triángulo, quitando en cada línea una letra del final de la palabra con respecto a la línea anterior. Después, el papel se enrollaba en forma de tubo y con un cordel se elaboraba un collar que debía colocarse en el cuello. Después de llevarlo ocho días, al siguiente debía ir a un río cuyas aguas corrieran en dirección al Oriente, quitarse entonces el pergamino y arrojarlo hacia atrás sin volver la cabeza.
Paul Ehrlich
Se considera a este médico e investigador nacido a mediados del siglo XIX como el padre de la quimioterapia al descubrir el Salvarsán, la primera medicina química creada por el hombre contra una enfermedad. El propio Fleming dijo que esta medicación era el origen de la quimioterapia bacteriana, una nueva forma de hacer medicina y farmacología, que salvaría millones de vidas, la terapia basada en la química.
En 1908 le concedieron el premio Nobel por sus trabajo sobre la interacción entre la química y el sistema inmune, y enfocó su investigación para descubrir una sustancia que actuara eliminando solo lo que se deseaba eliminar, sin afectar al resto del cuerpo humano, como «balas dirigidas».
En una ocasión, Ehrlich vio cómo un tejido humano manchado de tinta se emborronaba irregularmente, absorbiendo más tinta unas zonas que otras. Pensó que quizás era posible crear algo, una sustancia, que algunas células absorbieran más que otras. La base de los futuros antibióticos y de la quimioterapia.
Planteó su estudio para eliminar el treponema pallidum, causante de la terrible sífilis. Para ello, concibió desde el punto de vista químico la patogenia, la fisiopatología y la terapéutica de la enfermedad con un riguroso método científico. Probó cientos de compuestos hasta que dio con él. Después de 605 aprendizajes, que no fracasos, el compuesto número 606 funcionó. Tras inyectarlo en los ratones previamente infectados con sífilis, estos sanaron. Se trataba de la arsfenamina, su nombre Salvarsán viene de “arsénico que salva”.
Ehrlich lo presentó a la comunidad científica en abril de 1910, en Wiesbaden, en el 27º Congreso alemán de Medicina interna, y tras su comercialización se objetivó una drástica disminución en el número de infectados y curaciones por esta enfermedad.
Sin duda, Ehrlich obtuvo el premio a la constancia, una constancia de la que se benefició toda la humanidad y al Salvarsán se le conoció como el «compuesto 606».
Un libro
Gabinete de curiosidades romanas, de J. C. McKeown
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Información basada en curistoria.com