
En un post anterior os presenté este cuadro. Se trata de Antonietta González, una niña afecta de una rara enfermedad conocida como hipertricosis lanuginosa congénita que le hizo tener pelo por todo su cuerpo. Entonces, no comenté nada sobre la carta que sostiene en sus manos y es que en ese documento explica de quién es hija, nada menos que de la persona que inspiró en el siglo XVIII a la escritora Gabrielle-Suzanne Barbot de Villeneuve a escribir su famosa obra «La bella y la bestia». Las similitudes hacen volar la imaginación de cualquiera, y si no, seguid leyendo.
El texto de la carta dice:
De las islas Canarias fue llevado al señor Enrique II de Francia, don Pietro, el salvaje. De allí pasó a asentarse en la corte del duque de Parma, a quien yo, Antonietta, pertenecía. Y ahora estoy con la señora doña Isabella Pallavicina, marquesa de Soragna».
Pedro González, una vida de cuento tristemente real

Érase una vez, un tinerfeño con una hipertricosis lanuginosa congénita. Bueno… más que contaros el cuento, os explico su vida.
Pedro nació a mediados del siglo XVI en la isla de Tenerife. Poco se sabe de su infancia, se piensa que sus padres, unos jefes guanches, lo abandonaron al nacer por su aspecto físico: tenía pelo por todas partes como si de un hombre lobo se tratara. Por fortuna para él, unos monjes lo recogieron y cuidaron hasta que a los diez años unos corsarios se lo llevaron como regalo al recién coronado Enrique II, rey de Francia.
Pongámonos en situación. En aquellos tiempos, la realeza apreciaba tener en sus cortes enanos, deformes y locos para que les divirtieran y en alguna ocasión, incluso como consejeros. El rey, al ver la peculiaridad de Pedro González, se convirtió en su favorito desde el primer instante que lo tuvo delante.
Le cambió su nombre al latín, Petrus Gonsalvus, le educó en las artes liberales y comprobando su gran inteligencia le nombró sommelier de panneterie bouche, en el que se encargaba de poner la mesa durante tres meses, aunque su sueldo equivalía al de todo un año. Lo del tratamiento de don le vino por su distinguido linaje guanche.
Tras la muerte del rey en una justa, Pedro quedó a cargo de Catalina de Médicis, su viuda. Dicen que fue la misma reina quien le buscó una esposa y con el fin de encontrarle la más adecuada, ninguna de las candidatas conocían la identidad de Pedro González. Finalmente, la elegida sería una de las más bellas, su nombre Catalina, al igual que la regente. Y es ahora cuando su vida inspiró a la famosa escritora. La hermosa Catalina, más allá del aspecto físico de Pedro González, descubrió su interior y se enamoró de él. Su matrimonio se celebró en el año 1573 y de él nacieron siete hijos de los que al menos cinco heredaron la enfermedad de su padre.
Pocos años después, fueron acogidos en Munich por el duque Alberto V de Baviera, quien ordenó retratarlos en unos cuadros que serían entregados como obsequio a su tío el archiduque Fernando II de Austria, ampliando su colección de curiosidades en su castillo de Ambras. No sería el único noble que quiso inmortalizarlos en retratos y su fama llegó a todos los rincones de Europa, incluso el mismo emperador Rodolfo II de Habsburgo solicitó un mechón de su pelo.
A pesar de vivir cómodamente y ser conocidos por todos, la familia de Pedro González nunca fue libre y siempre fue propiedad de alguien. Vivían como nobles, pero se les consideraba «animales racionales», también la comunidad científica que escribió multitud de libros e ilustraciones de su enfermedad y su patrón hereditario.
Su periplo por Europa terminó en Italia, en la localidad de Capodimonte, bajo protección de Ranuccio Farnesio, duque de Parma. Pedro y Catalina fallecieron tras más de cuatro décadas de feliz matrimonio, a pesar de ser tratado hasta el fin de sus días como un ser no humano.
El caso de Pedro González es el primero del que hay constancia escrita de esta rara enfermedad conocida también como síndrome de Ambras, haciendo referencia a los retratos del castillo, y como decía antes, fue inspiración de uno de los cuentos más entrañables que siglos después, siguen alimentando la imaginación de niños y no tan niños. Seguro que Pedro González resultó ser mucho más humano que muchos otros «humanos», de eso no tuvo ninguna duda su mujer, Catalina.

Información basada en nationalgeographic.com.es
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