
Nacer prematuramente era sinónimo de sentencia de muerte y ni tan siquiera se molestaba nadie en intentar reanimar al recién nacido. La prematuridad siempre ha estado presente en nuestra historia, incluso hoy, a pesar del avance científico y tecnológico, no conseguimos disminuir de manera significativa su incidencia.
Recientemente leí un artículo en el que se hablaba de un (supuesto) médico, el Dr. Martin Arthur Couney, que salvó a miles de esos recién nacidos que nacieron antes de tiempo, una curiosidad de la historia difícil de olvidar por la gran trascendencia que tuvo después.
Los orígenes de las incubadoras
En 1857 el médico francés, Paul Denuce, tuvo la genial idea de aplicar algo que ya se hacía en los criaderos de pollos. Ideó una caja de latón de doble pared en la que circulaba agua caliente, una primitiva incubadora que permitía mantener caliente al prematuro al igual que se hacía con éxito con los pollos. En 1878 el ginecólogo Stéphane Tarnier contrató una empresa criadora de pollos para fabricarlas en serie y publicó un estudio donde mostraba sus excelentes resultados. A partir de entonces se construirían en Europa de manera industrial en 1891.
Durante la Gran Exposición Industrial de Berlín de 1896, en uno de los stands comerciales que allí se mostraba, se pudo ver a Martin Arthur Couney exhibiendo una de esas primitivas incubadoras para niños. Siempre se presentó como médico, aunque nunca se encontró ningún documento que lo acreditara, de lo que no hay duda es de sus dotes como showman. Para mostrar la eficacia de estas incubadoras solicitó en una ocasión que un hospital municipal le “prestara” seis bebés nacidos prematuros, salvándolos a todos de una certera muerte. En 1901 hizo lo mismo también con éxito en la Exposición Panamericana que se celebró en el estado de Nueva York. Fue así que decidió montar su propio negocio de incubadoras, a pesar de que a nuestros ojos pueda parecer poco… ortodoxo.
Entre clínica y espectáculo
Antes de proseguir he de deciros que en aquellos tiempos el movimiento eugenésico era aceptado por intelectuales y la clase media, así, cuando nacía un prematuro poco se hacía para salvarle ya que se le consideraba débil y lo más probable es que si no moría, las graves secuelas de la prematuriedad lo convertirían en poco más que un vegetal. Este movimiento ocasionó un acalorado debate tanto médico como moral en toda Norteamérica, pero Couney lo tuvo siempre claro. Montó un “establecimiento” a modo de espectáculo en Coney Island, en el sur de Brooklyn, al lado de un parque de atracciones, donde acudían los desesperados padres que no renunciaban a dar una oportunidad a sus hijos prematuros.
Coney montó varias incubadoras hechas de acero y vidrio, contrató nodrizas, médicos y enfermeras cuidadosamente uniformadas con blancos y almidonados uniformes, que con exquisito cuidado ofrecían todo tipo de cuidados las 24 h del día y los introducían en las incubadoras que mantenían una temperatura de más de 36 º C. Otro aspecto que cuidó mucho fue que sus empleados tenían prohibido fumar o beber en su local, hasta el punto de despedirles si eran pillados haciéndolo.
Adelantado a su tiempo, Couney insistía en los beneficios de la leche materna y en algo que hoy se está demostrando su eficacia: abrazar, besar y el contacto directo piel-piel con los niños prematuros. Sin cobrar a los padres, costeaba su trabajo con el dinero de los espectadores que acudían a verlos, entre 10 y 25 centavos.
El caso de Lucille Horn
Couney durante 40 años salvó la vida a más de 7000 recién nacidos prematuros, con una tasa de supervivencia del 85%. Desde su establecimiento introdujo la técnica de la incubadora en el mundo entero y según él mismo decía a los medios de comunicación que le entrevistaban “solo renunciaría a estas exhibiciones cuando hubiera una buena atención médica para los prematuros”.
Durante años intentó vender sus incubadoras a varios hospitales sin éxito, hasta que en 1943 el Hospital Weill Cornell de Nueva York los incorporó en la recién inaugurada primera planta dedicada al cuidado de niños prematuros.
Uno de los prematuros salvados por Couney fue el caso de una mujer nacida en 1920, Lucille Horn. Su madre dio a luz a gemelos prematuros, su hermano murió a los pocos minutos de nacer y a ella, con poco menos de un kilogramo de peso, los médicos no le dieron más que unas pocas horas de vida. Su padre, desesperado, cogió a la niña y la arropó con unas toallas, subió a un taxi y se dirigió a toda prisa al local de Couney. Allí permaneció seis meses hasta que fue dada de alta. Pasados unos años, esa niña prematura se dirigió al establecimiento para presentarse a Couney y darle las gracias por darle la oportunidad de vivir. Pues bien, Lucille Horn murió tras cumplir… ¡95 años!
El reconocimiento de su labor
Couney siempre afirmó haber estudiado en París con el padre de la medicina neonatal en Europa, el Dr. Pierre Budin, pero como dije antes nunca se encontró ningún registro que lo confirmara, ni tan siquiera que demostrara que fuera médico. Lo cierto es que su trabajo fue reconocido por otro de los padres de la neonatología, el Dr. Julian Hess de Chicago, quien agradeció la contribución de Couney en un libro publicado en 1922 que trataba precisamente sobre el cuidado de los niños prematuros y con enfermedades congénitas.
Courney falleció en 1950 con 80 años de edad, sin dinero pero con su legado bien vivo. Tras conseguir que los hospitales incorporaran sus incubadoras en la práctica médica exclamó…
¡… ahora sí que he hecho bien mi trabajo!
Según datos de la OMS se estima que cada año nacen 15 millones de niños prematuros con una tasa de nacimientos prematuros que oscila entre el 5% y el 18%. Sigue siendo un problema de primer orden a nivel mundial y para disminuir esta elevada tasa se incide en la prevención de las causas que la predisponen. Actualmente, se consiguen supervivencias de fetos a partir de las 24 semanas de gestación, aunque la hipotermia, los problemas de inmadurez pulmonar, digestiva, metabólica e inmunológica, junto con los trastornos cardiovasculares y las hemorragias intraventriculares siguen siendo causa importante en la muerte y en las secuelas a pesar de los avances en su diagnóstico y tratamiento.
Y para terminar, otra curiosidad. Couney tenía en su nómina de trabajadores a un joven Cary Grant, antes de que se convirtiera en una superestrella de Hollywood, voceando a todo aquél que pasaba por la feria ¡Pasen, señores, pasen!
Para saber más:
Historia de la incubadora (PDF)
Links imágenes:
hungerfordandclark.com; University of Washington Libraries. Digital Collections
Información basada en dailymail.co.uk
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