No sé si en alguna ocasión os habéis encontrado en la estresante situación de reanimar a alguien en la calle, en una piscina o en el trabajo. Tampoco sé si tenéis los conocimientos para hacerlo, pero de lo que estoy seguro es de que si tras preguntar si hay algún médico en la sala, aparece uno, la angustia se reparte mejor. Bueno, eso ahora, porque antes el paciente bien podía ser resucitado con un… ¡enema! Reanimar no sé si acabaría reanimado, pero el colon seguro que le quedaba bien limpio.
Por desgracia, la mayoría de paradas cardiacas se producen lejos de un hospital y los primeros minutos son cruciales para salvar al paciente. Por cada minuto que el paciente está en parada cardiorrespiratoria sin maniobras de resucitación, se reducen un 10% las posibilidades de sobrevivir. El problema está en que pocas personas saber realizarla (dejo un video al final que puede sacaros de algún apuro en el futuro), aunque antes de que existieran los desfibriladores y las actuales maniobras de reanimación, se realizaban intentos de resucitación poco convencionales a nuestros ojos.
Sorprendentes pero ciertos
Dicen que el primer testimonio escrito sobre la reanimación cardiopulmonar data del año 600 a. C., en el libro 2 Reyes 4 del Antiguo Testamento. Encontramos que el profeta Eliseo resucita a un niño que cayó muerto tras un fuerte dolor de cabeza. El profeta, tras orar a Yahveh y poner su boca sobre la del pequeño, este estornudó siete veces volviendo a la vida.
En el «Talmud de Babilonia» se describe la resucitación de un cordero que presentaba una lesión en el cuello mediante la introducción de un tubo de caña a través de la tráquea, y mucho más tarde, en el siglo XVI, Andrea Vesalius experimenta con animales la traqueotomía insuflando aire con un fuelle comprobando cómo se expandían los pulmones.
Grupos de indígenas de América del Norte soplaban humo en el recto del paciente a reanimar, técnica que a mediados del siglo XVIII se hizo muy popular en el continente europeo para «estimular» a las víctimas de ahogamiento. Como si de los actuales desfibriladores se tratara, la Royal Humane Society de Londres proporcionó «kits de supervivencia» a lo largo del río Támesis, con un tubo rectal, un fumigador y un fuelle, con el que introducían el humo de un cigarro en el ano de ahogado. Y no, no me preguntéis el porqué de su fe ciega en este método.
Tampoco penséis que el fumigar el colon con tabaco era un método exclusivo de reanimación, también se utilizaba para tratar problemas respiratorios y el cólera, sin embargo, a principios del siglo XX dejó de emplearse por los efectos nocivos que tenía el tabaco en el corazón y los pulmones.
Con algo más de sentido es el método utilizado por Paracelso en el siglo XVI. También consistía en utilizar un fuelle, pero en este caso se introducía aire en los pulmones. Se empleó hasta que en el siglo XIX se demostró que la distensión pulmonar por fuelles podía matar a un animal.
El frío era considerado un signo de muerte, por tanto, si aplicábamos calor con agua caliente, cenizas o quemando excrementos de animales en el abdomen, la lógica nos decía que podía resucitar al paciente. Huelga decir, que en esto se volvió a errar.
Encontramos que también se aplicaba frío para conseguir hipotermia generalizada en el cuerpo como tratamiento y de ello hace referencia el papiro Edwin Smith escrito hace más de 5000 años. Hipócrates aconsejaba aplicar hielo o nieve para reducir hemorragias y en los siglos V a. C. enfriaban el cuerpo para tratar el tétanos. A finales del siglo XVIII el médico escocés, James Currie, demostró mediante experimentos en humanos que el enfriamiento del cuerpo afectaba a la temperatura corporal, el pulso y la respiración, iniciándose su utilización con éxito con la hidroterapia para el trastorno de algunas patologías.
Médicos rusos en el siglo XIX aplicaban la hipotermia de todo el cuerpo -excepto la cabeza- para intentar la resucitación. Otras aplicaciones médicas de la aplicación del frío fue la de reducir el dolor de las amputaciones y la disminución de la mortalidad en enfermedades como la fiebre tifoidea.
El primer registro de la técnica de ventilación conocida como boca a boca es del 3 de diciembre de 1732. Un minero rescatado de un incendio en una mina de carbón es reanimado por el cirujano escocés William Tossach, tal como explica él mismo:
(…) no había el menor pulso en el corazón ni en las arterias y no se observaban síntomas de respiración. Así que estaba aparentemente muerto. Apliqué mi boca a la suya y exhalé mi aliento tan fuerte como pude, levantando el pecho del minero plenamente con esta maniobra; y de inmediato sentí seis o siete latidos muy rápidos del corazón.
Ocho años después, la Academia de las Ciencias de París recomendó de forma oficial dicha maniobra en los ahogados.
Aquí no se acaban los intentos de resucitación en el pasado. A principios del siglo XVIII se usó el «método invertido» consistente en colgar por los pies a la víctima y bajarla y subirla forzando así la espiración y la inspiración, con cierto éxito por cierto.
Los hay más crueles, como el de azotar con paños mojados u ortigas para provocar tanto dolor que fuera capaz de «despertar» a la persona, o el practicado en el siglo XVIII que consistía en colocar el cuerpo de la víctima boca abajo sobre un barril que se hacía rodar, existe una versión posterior que consistía en colocarla boca abajo sobre un caballo que se hacía correr. Este, al contrario de lo que podéis pensar, tiene su base científica al comprimir y expandir el tórax base de las actual reanimación cardiopulmonar. Si no disponías de caballos ni ortigas siempre podías utilizar una tela colocada alrededor del tórax de la que dos personas tirarían para conseguir el mismo efecto (método de Dalrymple).
Ahora, por favor, olvidaros de todo lo que os acabo de explicar. Si queréis realizar una correcta actuación en el caso de que os encontréis con una persona en parada cardiorespiratoria, no le realizéis ningún enema, ni tampoco lo subáis a ningún barril. Lo primero de todo no perdáis la calma, y para sabér qué hacer después mirad el siguiente (divertido) video. Con humor siempre se recuerda todo mejor, aunque parece que a esta mujer y a su vecina no le afectaron mucho lo de ver al marido sufriendo un infarto… 😉
Información basada en la tesis doctoral de Dolores Purificación Cárdenas Cruz (Oct, 2012) Univ. Granada.
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