¿Existe el alma? Los hay que dicen que sí, los hay que dicen que no y entre los primeros los hay también que se dedicaron a pesarlo de forma más o menos científica, concluyendo que pesa… ¡21 gramos!
El alma y la mariposa
La R.A.E. lo define como el «principio que da forma y organiza el dinamismo vegetativo, sensitivo e intelectual de la vida» y también como «sustancia espiritual e inmortal de los seres humanos, según algunas religiones y culturas».
Sustancia, principio, espiritual, inmortal o no, muchos han dado su opinión a lo largo de los tiempos sobre si existe y qué es, pero la respuesta sigue siendo una incógnita. Durante siglos se ha representado como una mariposa, que se transforma y evoluciona hacia algo positivo: los antiguos griegos representaban la diosa griega Psyche con alas de mariposa; en la cultura japonesa se cree que los muertos pueden reencarnarse en ella para regresar y cuidar a sus seres queridos; los irlandeses del siglo XVII creían que las mariposas blancas tenían el alma de los niños muertos; en la cultura maya, que eran el alma de guerreros muertos en batallas y en el cristianismo aparecen en pinturas de la Virgen y el Niño, representando la resurrección de Cristo y la de todos los hombres.
Muchas opiniones, pero siempre presente
En tiempos de Homero se reconocía el alma como una sombra separada del cuerpo, sin existencia sustancial propia. Otros filósofos describirían la naturaleza del alma como sustancia, así, Anaximandro, lo identifica como algo parecido al aire y Heráclito como un fuego. El pitagorismo lo asocia con la armonía y las perfectas proporciones matemáticas. Platón lo imagina como algo independiente y el pensamiento aristotélico como una unidad junto al cuerpo, como el componente espiritual de los seres humanos, una esencia o principio vital no explicable a partir de lo material. Este pensamiento influyó durante siglos y santo Tomás de Aquino habla de principios, alma y cuerpo, donde el alma es espiritual y el cuerpo material.
Descartes lo define como una sustancia conscente, sin conexión vital con el cuerpo, localizándolo en un lugar concreto del cuerpo, la glándula pineal, que a su vez controla órganos y músculos a través de los “espíritus animados” unos fluidos que circulan a través del cuerpo. Nietzsche dice que se trata de una invención de la gente que ayuda a fortalecer las creencias de la existencia en un dios y Freud diferencia el cuerpo del alma, como el “yo” y el “super-yo”.
¿Y qué dicen los científicos?
Nuestro cerebro tiene 100.000 millones de neuronas, algunos investigadores reducen el pensamiento a movimientos electroquímicos de las células nerviosas planteando preguntas sin respuestas, a día de hoy.
¿Puede que cada neurona contenga un fragmento de conciencia? ¿Los animales tienen conciencia, pueden tener alma? Los hay que hablan de una teoría cuántica de la conciencia, es decir, el alma se encuentra alojada en microtúbulos presentes en las células cerebrales, de tal forma que al dejar de latir el corazón, la sangre deja de fluir y los microtúbulos pierden su estado cuántico distribuyéndose la información contenida en ellos por el universo.
¿La ciencia puede demostrar la existencia del alma?
La investigación de la presencia del alma fue más allá con el controvertido experimento efectuado a principios del siglo pasado por el Dr. Duncan MacDougall, de Massachusets, con el que intentó “demostrar” una fastástica teoría: la pérdida de peso de los cadáveres al morir se debía al alma que se libera del cuerpo. Su hipótesis pretendía demostrar la presencia material del alma y que por tanto se podía pesar.
Seleccionó a seis ancianos ingresados en residencias a punto de morir: cuatro enfermos de tuberculosis, otro de diabetes y el último afecto de una enfermedad no especificada. Ya agonizando los trasladó a una cama especialmente diseñada para calcular sus pesos con los siguientes resultados: el primero perdió 21 gramos, el segundo 46 gramos, el tercero 14 gramos en el mismo momento de la muerte y 28 gramos durante los siguientes minutos, el quinto perdió 11 gramos, y del cuarto y sexto pacientes declaró que las pruebas no eran válidas.
Para MacDougall era la prueba que buscaba y decidió ampliar el experimento con 15 perros moribundos. Los resultados determinaron que no modificaban el peso, verificando la certeza de su hipótesis: el alma humana existía mientras que los animales no la poseían. No acabó aquí su interés por el tema, sino que decidió conseguir una prueba gráfica del alma fotografiándola en el momento de abandonar el cuerpo. Pues bien, aseguró haberla visto en doce ocasiones como “una luz parecida al éter interestelar”.
Antes de ponerse a capturarla publicaría sus resultados en 1907 en las revistas Journal of the American Society for Psychical Research y American Medicine con el título “Hipótesis relativa a la sustancia del alma junto con evidencia experimental de la existencia de tal sustancia”, un mes después de que se hiciera eco del experimento The New York Times.
La comunidad científica no tardaría en rechazar los resultados por considerar el experimento defectuoso en fondo y forma.
El primer problema de su experimento lo encontramos en el momento de determinar la muerte de una persona. En realidad, es la muerte cerebral la que determina el momento del fallecimiento y no cuando dejamos de respirar o deja de latir el corazón, y en aquellos tiempos no se disponía de la tecnología para determinarla. La explicación la encontramos en que cuando el corazón se para, durante unos segundos sigue llegando sangre al cerebro aportando a las neuronas reservas de nutrientes y oxígeno que hacen que sigan funcionando. Tampoco debemos obviar el hecho de que el experimento lo realizó en tan solo seis personas, claramente insuficientes para determinar nada al respecto.
¿Y a qué se debe esas diferencias de peso encontradas? Claro está que hablamos de una pérdida de peso ínfima, difícil de calcular. Otra explicación la encontramos en que en la última exhalación se expulsa aire húmedo y a través de la piel se produce una evaporación de agua. ¿Y por qué los perros no perdían peso? La respuesta la encontramos en el hecho de que los perros solo tienen glándulas sudoríparas en las zonas de la piel que no tienen pelo, es decir, pierden una cantidad de masa menor por la evaporación del agua a través de la piel.
Continuan los interrogantes sobre la existencia o no del alma humana, sin embargo, no hubo ni hay ninguna duda respecto al intento fallido del Dr. MacDougall para demostrar su presencia. A pesar de todo, no me negaréis la osadía y lo curioso del experimento del galeno.
Link foto:
Información basada en cienciadesofa.com
Deja una respuesta