Recientemente concedieron el premio Nobel de Medicina a los investigadores W.G. Kaelin Jr, Sir Peter J. Ratcliffe y Gregg L. Semenza por sus investigaciones sobre cómo las células perciben y se adaptan a la disponibilidad de oxígeno. Sus descubrimientos permitirán nuevas estrategias para tratar el cáncer, la anemia y muchas otras enfermedades, sin duda, una investigación con gran impacto en el avance de la medicina.
La creatividad y el ingenio, presentes en la investigación científica, junto a observaciones, formulación de hipótesis, mediciones, ensayos y las nuevas tecnologías, consiguen descifrar lo desconocido. La pasión que ponen muchos de estos investigadores, en ocasiones, con sueldos precarios y jornadas interminables, hace avanzar a la ciencia, y si hay un denominador común en todos ellos ese es la paciencia, y mucha tuvo siglos atrás el médico italiano que hoy os presento.
Santorio Santorio
La figura de este médico renacentista quedó eclipsada por colegas contemporáneos de la Universidad de Padua como el astrónomo Galileo Galilei y el anatomista Hieronymus Fabricius, sin embargo, fue el primero en desarrollar un termómetro con escalas de medida y en usarlo para medir la temperatura del cuerpo en la práctica clínica (1612), desarrolló precisas balanzas y un reloj que medía el pulso (1602). En realidad, el motivo por el que quiero presentároslo es por el experimento que hizo, no tanto por el valor científico de sus resultados, sino porque le ocupó más de la mitad de su vida en llevarlo a cabo.
Se convirtió en el primer estudio sistemático del metabolismo basal y para realizarlo ideó una gran báscula en la que comía, trabajaba y dormía para estudiar las fluctuaciones de su peso.
Pesaba cuidadosamente todo lo que bebía y comía, así como lo que su cuerpo eliminaba, heces y orina. A diferentes horas del día y de la noche, según las estaciones del año, tras la práctica de ejercicio, incluso, según sus propias palabras “con el uso de las mujeres».
Los datos, recogidos durante más de treinta años no daban lugar a dudas: la suma total de lo que excretaba era menor que lo que ingería, señalando que el cuerpo perdía 1,25 kg/día de agua por algún otro sitio. Postuló la teoría de la “transpiración insensible” en la que a través de los poros de la piel y durante la respiración se perdía esa diferencia de peso, algo que ya apuntaba siglos atrás Galeno, y publicó los resultados en Medicina Statica (1614).
Debe reconocérsele el mérito de buscar un método de experimentación para dar con la respuesta que buscaba, algo que hoy se hace habitualmente, pero que antes, sin ordenadores ni complejos cálculos estadísticos, solo podía hacerse con la experiencia de uno mismo y, eso sí, con paciencia infinita.
Creo que la mayor verdad de las afirmaciones de Santorio es la de «… la práctica de ejercicio, incluso, según sus propias palabras “con el uso de las mujeres”.
Hola Astolgus,
qué puedo decir… no creo que ningún investigador hoy en día tuviera la paciencia que tuvo él.
Saludos
¡Magnífico título!, así es la paciencia es una virtud y de las grandes. Saludos Francisco.
Hola Teresa,
una de las virtudes que por desgracia más escasean en los tiempos que nos han tocado vivir. Todo lo queremos «ahora y ya», ignorando el valor de las cosas importantes.
Saludos