Durante la Edad Media, la influyente doctrina de San Agustín y de la Iglesia en general, hizo pensar en el bautismo no solo como un rito de incorporación a la comunidad cristiana, sino como una forma de alcanzar el Paraíso. La elevada fecundidad y la precoz mortalidad infantil convirtió en un verdadero problema bautizar a los niños muertos en el parto, los no nacidos e incluso los abortos, ya que se pensaba que Dios insuflaba la vida en el momento de la concepción. Si no se bautizaban, quedaban condenados al Infierno.
¡El bautismo, cuanto antes, mejor!
La mitad de los entierros eran de niños. La mortalidad perinatal podía llegar a ser hasta 150 defunciones por cada 1000 nacimientos. Si tenías suerte de nacer vivo, uno de cada tres fallecería durante la primera semana de vida y después, uno de cada cuatro fallecía antes del primer año de vida. Los nobles y la realeza tampoco mejoraban mucho estos datos, mientras que la mitad de los jóvenes no alcanzaban los veinte años.
A finales de la Antigüedad el bautismo se restringía a unos pocos adultos y la condición social del niño quedaba reconocida por el pater familias tal como dictaba la tradición romana. Tras el primer mes de vida se le imponía un nombre y así quedaba integrado en la sociedad. El sepelio de los recién nacidos se diferenciaba de los niños de más edad porque se inhumaban sin ningún mobiliario funerario, sus sepulturas podían estar en zonas habitadas o reagrupadas en conjuntos funerarios específicos y sus cuerpos se depositaban en ánforas o vasos-ataúdes.
Originalmente, el bautismo era una ceremonia de adultos, pero la necesidad hizo que se extendiera a los niños. Durante la Alta Edad Media, el sepelio se realizaba dentro de la ciudad, con cementerios intramuros, alrededor de iglesias u otros edificios religiosos. La Iglesia insistió en el bautismo inmediatamente tras el nacimiento, generalmente en fechas predeterminadas como en la Pascua. Así, solo llegaban a bautizarse los niños que habían sobrevivido a los primeros meses de vida. No obstante, se daba la opción de hacer un bautismo «privado» para evitar condenarlos al Infierno.
En los casos en los que la partera consideraba que el niño moriría durante el parto la iglesia les permitía administrar el bautismo, invocando en latín o en lengua vernácula la trinidad y rociando el cuerpo del niño con agua, además de darle un nombre en ese momento.
A finales del siglo XIII muchas familias desesperadas que vivían en las ciudades y que su recién nacido ya estaba muerto recurrían al conocido como «bautismo bajo la chimenea», en el que se bautizaba con el agua del socorro en sus propias casas, y si esto no era posible, solo les quedaba realizar el rito del respiro en el «santuario de resurrección momentánea», donde se imploraba la gracia divina ante la imagen de un santo o de la Virgen para resucitarlo un instante y poder recibir el bautismo para alcanzar la salvación, después, se les enterraba cristianamente, generalmente inhumados en el cementerio contiguo a la capilla, creando una especie de «necrópolis de bebés». En casos de extrema urgencia siempre quedaba la alternativa de intentar esa resurrección momentánea con el chorro de agua del canalón de alguna iglesia. En caso de aborto, la desesperación de los padres les llevaba a incumplir la ley, y por la noche, para no ser vistos, enterraban al niño en tierra sagrada, algo que resultó ser bastante frecuente.
Durante la Baja Edad Media, se adelantó el bautismo a la primera semana de vida, pero con fatales consecuencias en la supervivencia de muchos de estos recién nacidos, muchos prematuros o en malas condiciones de salud, al tener que ayunar durante dos días y recibir baños fríos dentro del rito del bautismo, ya fuera verano o invierno.
Era tan angustiosa la situación que los teólogos del siglo XIII suavizaron el destino de las almas de los niños muertos sin bautizar: en lugar del infierno permanecerían en el Limbo de los niños (Limbus puerorum) y a partir del siglo XIV se optó por bendecir el vientre materno. El movimiento político y religioso inglés de los lolardos consideró que los hijos de cristianos no necesitaban ser bautizados al ser concebidos en un vientre cristiano, aliviando el problema.
Como veis, durante la Edad Media muchas familias se encontraron con la desgracia de ver morir a sus hijos y pensar que se les cerraba la entrada de sus almas al Paraíso. ¡Terrible..!
Información basada en el artículo «La muerte de los pequeñitos: entre el dogma y las creencias populares. Francia, de finales de la Antigüedad a la Época Moderna», de Isabelle Séguy, Trace, 58 | 2010, 29-39.
Gracias! Nunca había pensado en la importancia de esto para las personas religiosas. Además, leyendo esto, me doy cuenta que ni siquiera sé si existe el bautismo o algo similar en otras religiones no cristianas. Saludos!
Hola Norma,
… y más en aquellos tiempos en los que la Iglesia tenía gran poder e influencia en las personas. Imagínate la angustia añadida de perder a un hijo y encima pensar que se le negaba la entrada al Paraíso.
Un saludo
Sí, imagino la angustia del momento y, además, una especie de culpa/deuda que les quedaría, de por vida, en su sentir interno/interior… una tristeza muy grande… un malestar psíquico… y no había psicoterapeutas en aquellos tiempos! La seguimos. Abrazo