
Tras la extraordinaria curación del hijo de Felipe II y su primera esposa, María Manuela de Portugal, el monarca prometió a Dios un milagro y así lo cuenta la leyenda:
En 1562, Carlos de Austria, futuro sucesor en el trono de Felipe II, tropezó al bajar unas escaleras de los alojamientos reales y se golpeó la cabeza contra una puerta. Tras unos instantes de desconcierto se le hinchó la cabeza, presentó fiebre, comenzó a delirar y perder la visión.
La desesperación en la corte fue manifiesta, y el pueblo rezó y ayunó al pensar que se debió a un castigo divino. Trajeron a los mejores médicos de Europa e intentaron curarle sin éxito practicándole toda clase de procedimientos: le trepanaron el cráneo para aliviar la presión, le aplicaron ungüentos, le hicieron sangrar y le realizaron innumerables purgas intestinales. Agonizando el infante, el rey, desesperado, se arrodilló junto a su hijo e hizo un pacto con Dios: si le sanaba, él lo pagaría con un milagro a Dios.
El milagro se consumió y en una semana Carlos de Austria volvió a ver, y en menos de un mes sanó completamente sin secuelas. El infante relató a su padre que mientras permanecía inconsciente tuvo un sueño en el que un monje maravilloso con la cabeza rapada, la nariz puntiaguda, mirada penetrante y vestido con el hábito franciscano, entró en su aposento y, acercándose con la cruz en mano, le dijo que sanaría. Por la descripción que hizo del monje todos allí sabían que era Fray Diego de Alcalá, un franciscano que había muerto un siglo antes, lo que ignoraban era que Felipe II, antes de invocar la gracia divina, hizo llevar la momia de ese monje a las cámaras reales, depositando sus restos a los pies de la cama en la que yacía el príncipe.
La promesa cumplida
Felipe II ordenó venir al ingeniero e inventor, Juanelo Turriano, para que construyera un monje autómata, una versión mecánica de Diego de Alcalá que caminara solo, se diera golpes en el pecho con el brazo derecho, a modo de entonar el mea culpa, y, silenciosamente, pronunciara oraciones llevándose una pequeña cruz de madera a los labios. Hecho de madera y hierro, mide 40 centímetros de altura y a día de hoy sigue funcionando perfectamente pudiendo verse en el Museo Nacional de Historia Estadounidense del Smithsonian, en Washington, desde que llegara en 1977 desde Ginebra.
Juanelo Turriano, el inventor
Un personaje sorprendente, sin lugar a dudas y citado por Kepler en sus trabajos de ingeniería. Nació en Cremona hacia 1500 y se traslada a Milán a principios de la década de 1540, donde repara el reloj astronómico de Giovanni di Dondi, “El Astrario”, con el que Francisco II Sforza quiso obsequiar a Carlos I de España en agradecimiento por haberle restituido el estado de Milán tras la batalla de Pavía. En el año 1556 llega a tierras castellanas en requerimiento del Emperador que, apasionado por los relojes, le nombró Relojero de Corte y compartió jornadas de ocio en su taller, armando y desarmando relojes.
Juanelo construyó dos relojes que le hicieron ser conocido por toda Europa, el Mocrocosmos y el Cristalino, capaces de indicar la posición de los astros en cada momento de la forma más precisa que se podía en aquellos tiempos. Su avanzado ingenio solucionó el problema del abastecimiento de agua a Toledo con la construcción de una máquina hidráulica conocida como el «Ingenio de Toledo o Artificio de Juanelo» que subía el agua desde el Río Tajo salvando los más de 90 metros de pendiente.

También construyó parte del palacio del rey en el Monasterio de Yuste, donde reposó el emperador Carlos hasta el final de sus días, por cierto, puede que tuviera parte de culpa en su muerte al construir varios estanques que acumularon aguas estancadas proliferando mosquitos, siendo la picadura de uno de ellos la responsable de que falleciera de paludismo.
Requerido por Felipe II y reclamado por el papa Gregorio XIII para reformar el calendario, Juan de Herrera le encargó diseñar las campanas del Monasterio de El Escorial.
Caminando por las calles de Toledo encontramos ejemplos de nombres curiosos asignados por la tradición popular. En la antigua calle de las Asaderías de Toledo, actualmente denominada «Calle del Hombre de Palo», según cuenta la versión más extendida de la leyenda en ella había un autómata de madera construido por Turriano que movía las piernas y los brazos con el fin de pedir limosnas.
Diseñó y construyó muchas otras máquinas, incluso una rudimentaria ametralladora, pero sorprende saber que, cuando falleció en 1585, se encontró endeudado y en la total indigencia, a pesar de haber sido relojero de dos emperadores y matemático mayor de Felipe II.
En cuanto al monje automático nadie puede asegurar que sea real, pero la leyenda es maravillosa.
Para saber más:
Información basada en BBC News