
Olores, suciedad, olores, falta de higiene, olores, basura, excrementos y… más olores. Puede que nos quejemos de los tiempos que vivimos, pero si nos hubiera tocado vivir en la Edad Moderna estoy convencido de que no hubiéramos aguantado ni 24 horas los malos olores que se respiraban en las calles de cualquier ciudad o pueblo. Tampoco os dejéis engañar por la imagen de arriba, en los palacios europeos el problema resultó ser tan importante que obligaba a los monarcas a cambiar de residencia constantemente, y es que tras la celebración de una fiesta real el acúmulo de desechos humanos convertía las cortes más lujosas en lugares mucho más sucios que cualquier modesto hogar.
En aquella época se rechazaba el baño y la limpieza por la errónea creencia de que al lavarse se abrían los poros de la piel y así resultaba más fácil contraer una enfermedad. El hecho de no bañarse no se veía como algo sucio, sino que el concepto de limpieza se definía por la ropa que uno llevaba al pensar que la mugre del cuerpo se pegaba a ella.
La corte francesa
Debes ser muy feliz de ir a cagar cuando quieres. Aquí me veo obligada a aguantar hasta la noche (…) Tengo la desgracia de vivir sola, y por lo tanto la pena de cagar afuera, lo que me enoja, porque me gusta cagar cómoda, y no cago bien cuando mi culo no está cómodo. Lo mismo, todos nos ven cagando (…)
Madame de Orleáns
Estas explícitas palabras fueron escritas por la cuñada del rey Luis XIV a su tía, cuando residía en el palacio de Fontainebleau, muestra de que la vida en las cortes europeas no resultaba agradable en lo que a la limpieza se refiere. Y es que todos, todos sin excepción, desde la distinguida cortesana hasta los sirvientes de palacio, cuando tenían ese imperioso deseo de miccionar lo hacían donde podían. Un patio, un pasillo, detrás de la cortina, en la chimenea o hasta en alguna de las numerosas habitaciones -incluso en el salón del trono- podían ser buenos lugares para tal fin. Tampoco penséis que con las deposiciones sólidas se cortaban, y es que las heces y la orina estaban por todas partes. En una ocasión, fuera de palacio, se sorprendió al obispo de Noyon orinando a través de la balaustrada de la capilla, siendo reprendido por el intendente de Luis XIV.
Sí, existían orinales, de hecho encontramos sus precedentes en época tardo-romana (bacinus) y se diseñó uno específico para las mujeres de forma ovalada, con un frente más alto que les permitía orinar en cuclillas o de pie, conocido como bourdaloue, nombre que según parece proviene de cuando el sacerdote jesuita francés Louis Bourdaloue ofrecía sus largos y esperados sermones a las damas aristócratas. Estas para no tener que abandonar la sala colocaban estas vasijas bajo sus amplios vestidos y así hacer su micción disimuladamente.
Se utilizaban «sillas perforadas» donde evacuar, en ocasiones lujosas y profusamente decoradas, el problema era que en un palacio tan grande podía encontrarse muy lejos como para ir a buscarla (eso si es que no estaba ocupada en ese momento). Tras evacuar el rey se limpiaba con una toallita perfumada y empapada en alcohol que hacía la función de papel higiénico (no me preguntéis cómo lo hacía el resto de cortesanos). Se calcula que en tiempos de Luis XIV Versalles contaba con unas 350 de esas sillas y para vaciarlas se disponía de numerosos sirvientes que vertían los malolientes desechos en treinta pozos distribuidos por el castillo que regularmente se regaban, y se conectaban a un sistema de alcantarillas que vertían el lodo en estanques de la ciudad. Con Luis XV se utilizaron inodoros con un sistema de evacuación por descarga, aunque continuaron utilizándose las «sillas perforadas» .
Cuando el rey Luis XIV decidió instalarse permanentemente en Versalles en 1682 para reafirmar su autoridad, el problema se agravó al reunir a más de 10 000 miembros en la corte, eso sin contar cuando se celebraban fiestas y banquetes. A los orines y las heces había que sumar la fetidez que desprendían las prendas y las pelucas que se pusieron de moda. Para disimular y hacer más soportable el mal olor en las habitaciones escasamente ventiladas de palacio colocaban plantas con potentes aromas de narcisos y jazmines, de ahí que se conociera a la corte de Francia como «la Corte perfumada», y para disimular el olor que desprendía uno mismo se aplicaban maquillajes y perfumes en abundancia. Claro está, bañarse no se bañaban, aunque María Antonieta tenía la costumbre de tomar un baño una vez al mes.

Enrique VIII de Inglaterra
Y si en el palacio de Versalles ocurría esto podéis imaginaros lo que pasaba en otras cortes europeas. Os mencionaré solo el caso Carlos II de Inglaterra, que dormía en la cama con sus pulgosos perros, y el rey Enrique VIII, que dispuso en su habitación pieles alrededor de la cama para mantener alejadas a las bestias y alimañas. En julio de 1535, el rey junto a más de 700 personas que formaban su corte embarcaron en una gira oficial durante los cuatro meses siguientes durante la cual visitarían treinta palacios y residencias, no tanto para hacer relaciones públicas, sino para huir de los malos olores que generaban. Sin embargo, no hay que reprocharle nada en este sentido, ya que el monarca hizo lo que pudo para luchar contra la suciedad de sus palacios, y entre las medidas que ordenó destaca una muy curiosa, no tanto por la medida en sí, sino porque lejos de solucionar el problema lo empeoró: trato de marcar en rojo con una X los sitios especialmente sensibles en los que no se debía miccionar. Los sirvientes, graciosillos ellos, las utilizaron para apuntar mientras orinaban.
No fue hasta el siglo XIX que el concepto de limpieza cambió y comenzó a utilizarse ese «aparato sanitario donde evacuar la orina y los excrementos» conocido como váter, mejorando las condiciones de la vida de monarcas, cortesanos y plebeyos.
Y si os habéis quedado con ganas de más experiencias olfativas os invito a que entréis en el artículo El siglo de Oro, una época un poco… sucia
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Buenísimo. Me parece que en algún otro post mencionas también el «olor de santidad». Esto para señalar que la costumbre americana de bañarse frecuentemente fue vista por los europeos como salvaje y, por la Iglesia, como cosa del Diablo.
Hola Wichiluca,
encontramos costumbres mucho más higiénicas en América antes de llegar Colón. Por ejemplo,los mexicas barrían las calles de sus ciudades, recogían los residuos fecales y los transportaban para usarlos como fertilizantes, construyeron baños públicos y utilizaban una hierba conocida por los españoles como árbol del jabón (copalxocotl). En este caso, si es por el Diablo… ¡bienvenido sea!
Saludos
Muy interesante. Hacía tiempo no te leía. Un abrazo desde Puerto Rico.