
Es incuestionable la importancia histórica de la figura del emperador Constantino I, más dudosa es la leyenda de su conversión que durante siglos ha generado numerosas discusiones entre historiadores, cristianos y paganos.
El apodo «El Grande» resulta bien merecido al reunificar el imperio bajo su mando, vencer a francos, alamanes, visigodos, sármatas y recuperar la mayor parte de la provincia de Dacia. En sus últimos años de vida planeaba poner fin a la amenaza del Imperio sasánida pero cayó enfermo y murió poco después.
Un sueño visionario
El 28 de octubre de 312 dio lugar el último combate entre los emperadores romanos Constantino I y Majencio, cerca del Puente Milvio en el río Tiber en Roma. La victoria de Constantino le convirtió en el único gobernante del Imperio romano tras derrotar al sistema tetrárquico que imperaba entonces. Esta victoria fue la consecuencia de una visión divina relatada de distintas maneras según las fuentes y que así explica Eusebio de Cesarea en su Vita Constantini, cuatro libros publicados tras su muerte por su albacea Acacio en torno a los años 340-341.
(…) alrededor del mediodía, cuando el día ya comenzaba a declinar, vio con sus propios ojos el trofeo de una cruz de luz en los cielos, sobre el sol, y con la inscripción: «In hoc signo vinces» («Con este signo vencerás»). Tan pronto anocheció, mientras dormía, el Cristo de Dios se le apareció con la misma señal que había visto en los cielos, y le ordenó que asemejara esa señal que había visto en los cielos, y que la usara como protección en todos los combates contra sus enemigos.

La señal, de acuerdo con Lactancio y Eusebio, fueron las letras griegas (Χ) atravesada por la letra (Ρ) para formar ☧, que representa las dos primeras letras del nombre de Cristo en griego ΧΡΙΣΤΟΣ. Constantino I modificó el estandarte imperial y marchó a batallar bajo el signo cristiano del crismón. Tras la victoria se convirtió al cristianismo proclamándolo como la verdadera religión en el edicto de Milán en el 313, convirtiéndose en la religión oficial del Imperio con Teodosio I el Grande.
Los escritos de Eusebio de Cesarea, que desde el punto de vista dogmático se apoyan en el erudito y asceta Orígenes de Alejandría, son la base de la imagen que se formó durante el Medievo de Constantino I, y a mediados del siglo XIII el arzobispo de Génova Jacopo della Voragine nos transmite su versión legendaria en su recopilación de hagiografías de La leyenda dorada, que influyeron enormemente en la iconografía posterior y que transmitió el mito de la visión mística de Constantino I que aún persiste.
Eusebio de Cesarea
Nació hacia el año 260 en la sede de la provincia romana de la Palestina, en Cesarea, donde vivió casi toda su vida y de la que fue obispo. Sufrió las persecuciones contra los cristianos y consideró la conversión de Constantino I como un hecho divino, decidiendo narrar la vida del emperador tras su muerte el 22 de mayo de 337.
Es probable que ambos se conocieran en la inauguración de la nueva basílica de Tyro, donde Eusebio acudió invitado por el obispo Paulino a pronunciar una homilía delante del emperador, que visitaba la provincia con Diocleciano. Tras el sermón, Constantino quedó impresionado y en los años siguientes se intercambiarían correspondencia. Posteriormente, en el concilio de Nicea en diciembre del 327 coincidirían nuevamente contándole el emperador su visión.
Los antiguos eruditos consideran que Eusebio no escribió la Vita Constantini, sino que fue escrito por un autor desconocido un siglo después, negando la autenticidad de la descripción del sueño que allí se narra. Entre ellos se encuentran los escritores paganos Juliano «el Apóstata» y Zósimo -quien le culpa de la decadencia de Roma tras la conversión al cristianismo-. También otros historiadores rechazan esa conversión como Voltaire, que aseguró que Constantino no era cristiano y no sabía qué partido tomar ni a quién perseguir, y el prestigioso historiador Edward Gibbon en el siglo XVIII, al que muchos consideran el primer analista moderno de la historia y que abordó las causas de la caída del Imperio Romano, y ya en el siglo XIX Jacob Burckhardt. Entre sus argumentos destacan el hecho de que la importancia del suceso no es citado por ningún Padre de la Iglesia, algo que, como mínimo, resulta extraño.
¿En qué creía Constantino?
Educado en la adoración del dios Sol (Sol Invictus), su madre Helena influyó en la conversión de su hijo al cristianismo en un momento en que el Imperio romano se encontraba inmerso en una profunda crisis religiosa en la que los antiguos dioses dejaron de interesar y en la que los misterios asiáticos y el mitraísmo se extendía imponiéndose el monoteísmo.
Respecto a su conversión al cristianismo, dejando a un lado milagros y apariciones en sueños, Constantino era un entusiasta adepto al culto solar, de hecho, las monedas portaban su imagen en un lado y la del Dios Solar en el otro. Además, creer en un solo dios y no en muchos representaba una ventaja para organizar el Imperio.
En ese momento solo 10 % de la población de su Imperio era cristiana, unos seis millones de personas, sin embargo, se concentraban en los núcleos urbanos, especialmente entre la élite de la población, y su crecimiento en los 150 años anteriores fue exponencial. Sin duda vio la fuerza de los creyentes en Cristo que durante los siglos anteriores murieron por sus creencias.
Es probable que Constantino no se convirtiera tras la batalla del Puente Milvio, sino años después, así puede comprobarse en estudios basados en la numismática y medallas de la época. Favoreció al cristianismo al entregar al papa Silvestre I un palacio que había pertenecido a Diocleciano para construir una basílica que terminaría por convertirse en la actual Basílica de San Juan de Letrán, también ordenó la construcción de otra basílica en el lugar donde según la tradición se martirizó a San Pedro en la Colina Vaticana, la actual Basílica de San Pedro, y apoyó económicamente la construcción de la iglesia del Santo Sepulcro en Jerusalén, pero también promocionó otras religiones como comprobamos en el Arco de Constantino construido en el 315 para celebrar su victoria en el Puente Milvio donde vemos imágenes de sacrificios a dioses romanos sin encontrar ningún simbolismo cristiano.
Siguió siendo Pontifex Maximus durante todo su reinado y aplazó su bautismo a manos de un obispo arriano hasta el mismo momento de su muerte, no tanto por indiferencia, sino porque se pensaba que así se borraban más eficazmente los pecados cometidos.
Santo convertido a la fe cristiana o gobernante preocupado solo por el interés de su corona, puede que la realidad combine ambas, pero si tuviera que decantarme por una me inclinaría a pensar que las circunstancias políticas del momento tuvieron más peso que la iluminación divina.
Un libro:
HUBEÑAK, Florencio (2012) «La deconstrucción del mito de Constantino: Zósimo, Gibbon y Burckhardt», POLIS. Revista de ideas y formas políticas de la Antigüedad Clásica, 24, pp. 55-76.
Link imagen:
Información basada en el artículo La Construcción del mito de Constantino a partir de Eusebio de Cesarea, por Florencio Hubeñac, publicado en la Revista de ideas y formas políticas de la Antigüedad Clásica 23, 2011, pp. 61-88
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