Entre cosquillas, torturas y otras curiosidades

¿Nunca os habéis preguntado por qué uno mismo no se hace cosquillas cuando lo intenta? Eso sí, cuando es otra persona quien las hace se pueden convertir en algo difícil de aguantar, tanto es así que en tiempos antiguos -y no tan antiguos- se emplearon cómo un cruel método de tortura que podía llevarte a la muerte.

Las cosquillas son con toda probabilidad la forma más antigua de estimular la risa, podríamos decir que son un ancestro de ella. En tiempos pretéritos, mucho antes de que se contaran chistes o de mantener una conversación graciosa, apareció la risa cuando a una persona se le ocurrió hacerle cosquillas a otra. Pensemos también en el hecho de que una de las primeras formas con las que una madre se comunica con su bebé es mediante la risa, que aparece poco antes de los cuatro meses de vida, mucho antes de que puedan hablar. La risa tampoco es exclusiva de los humanos, sino que otros animales como los monos, los pingüinos y las ratas también la manifiestan y sienten cosquillas. Darwin fue de los primeros en teorizar sobre el origen de las cosquillas desde el punto de vista de la evolución en 1872, y poco después, en 1897, los psicólogos Stanley Hall y Arthur Allin publicaron The psychology of tickling, laughing and the comic.

Las cosquillas son algo más que un simple acto reflejo, forman parte de un juego del que intentamos escapar y devolver, son una actividad innata que establece vínculos personales dentro de una programación neurológica. Y he aquí uno de los motivos por los que no podemos hacernos cosquillas a nosotros mismo.

Ilustración de Illustrated Police News (1869)

Se han realizado distintos estudios con escáner comparando cómo se estimulaban las distintas regiones cerebrales aplicando cosquillas a un grupo de personas y a otro que se las provocaban ellos mismos. En uno de ellos realizado por el Instituto de Neurología del University College de Londres comprobaron que las áreas que responden al tacto y al placer se activaron mucho menos cuando se las hacía uno mismo, con la excepción de pacientes que sufrían esquizofrenia, en los que a menudo la atenuación sensorial no funciona de manera correcta. Otros estudios también coincidían con estas conclusiones y confirmaban que se detectaba menor actividad en ciertas áreas de la corteza somatosensitiva, como la ínsula, que participa en el procesamiento de los estímulos táctiles, y en los lóbulos temporal y parietal, relacionadas con las capacidades sociocognitivas como la empatía.

Tortura china

No todos experimentamos de la misma forma que nos hagan cosquillas ni tampoco compartimos la misma sensibilidad según la parte del cuerpo que estimulemos. Axilas, palmas de las manos, plantas de los pies… son algunas de las zonas más sensibles a las cosquillas, y aunque inicialmente las sentimos como placenteras con el tiempo se vuelven desagradables. Algunos se refieren a ellas como «reacción de miedo» al provocar que el cerebro reaccione moviendo bruscamente el músculo «atacado» y que la persona perciba miedo al recibir sensaciones extrañas por otra persona, puede que incluso sean para algunas personas sinónimo de tortura y ansiedad.

Encontramos en la antigua Roma un tipo de tortura relacionado con las cosquillas:

Cogían los pies de la persona a torturar y los sumergían en una solución salina. Después se traía a una cabra para lamerlos convirtiendo con el paso del tiempo lo que era un ligero cosquilleo en un dolor insoportable.

Se desconoce el verdadero origen de la expresión ​«tortura china», pero sin duda su fama fue más que merecida al idear las más crueles y formas de torturar a una persona. Ya fuera con métodos psicológicos como la Gota, en el que se inmovilizaba a la víctima tumbaba boca arriba, dejando que cayera sobre la cabeza una gota fría de agua cada pocos segundos y que podía provocar tal locura que falleciera finalmente de un paro cardíaco; o con métodos más dolorosos de los que no entraré a explicar, aquí dejo un enlace para los menos sensibles, durante la segunda dinastía imperial china, la dinastía Han (206 a. C. – 220 d. C.) practicaron especialmente la tortura con cosquillas con una pluma o un cepillo aplicándola especialmente a la nobleza al no dejar marcas a la víctima y poder recuperarse con relativa facilidad y rapidez.

Más cercanos a nuestros tiempos encontramos la descripción que hace Josef Kohout, un ciudadano austriaco homosexual capturado por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial y que presenció la tortura con cosquillas por parte de oficiales nazis a otro preso que finalmente falleció.

Realmente podemos literalmente morirnos de risa, ya sea por asfixia, por un paro cardíaco o por un derrame cerebral provocado por el estrés, así pues, puestos a reírnos por cosquillas, mejor que sea por sorpresa.

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