
Ser el primer emperador de Roma y con el reinado más prolongado de la historia no debió de ser tarea fácil, pero más difícil fue designar un sucesor. Augusto, cognomen concedido el 27 a. C. por el Senado a Octavio, heredero de Julio César, no tuvo el hijo varón que le hubiera gustado tener y tuvo que dejar su vasto Imperio a Tiberio, hijo de su mujer, Livia.
Livia Drusila, la perfecta esposa
En 38 a. C. Octaviano se casó con la bella Livia Drusila, un matrimonio que duró 50 años. Antes ya se había casado en dos ocasiones, primero con una joven de nombre Claudia que repudió enseguida, y después por motivos políticos con Escribonia, de la que se divorció el mismo día que dio a luz a su hija, Julia. El verdadero motivo de su ruptura fue la presencia de la hermosa e inteligente joven de 19 años, Livia Drusila, de la que se enamoró perdidamente. Fue tal la atracción que el hecho de que Livia estuviera casada, con un hijo y embarazada nuevamente, no resultó ser ningún impedimento para Octaviano. Así, a cambio de una fuerte suma de dinero y concesiones, el marido de Livia aceptó repudiarla.
Lo cierto es que Livia resultó ser la perfecta matrona, modelo de conducta para todas las mujeres, y el emperador, ya fuera por amor o como medio para afianzar su política a través de su matrimonio, no escatimó en privilegios y honores para ensalzarla con estatuas o mediante la acuñación de monedas en las que se la podía ver con rasgos similares a la diosa Juno.
Ya sabemos que ser emperador, y más ser Augusto, te da ilimitados poderes, y aunque Livia se comportó como la perfecta esposa, Augusto no le fue fiel y se dio a otras mujeres, a pesar de que presentó ante el Senado una ley contra los adulterios, pero claro, él estaba por encima de ella.
La ansiada descendencia

La perspectiva de Augusto de tener descendencia con Livia parecía algo fácil de cumplir al haber tenido ella dos hijos, Druso y Tiberio, con su anterior marido. Sin embargo, el niño que concibió con ella murió poco tiempo después de nacer y ya nunca volvería a quedar embarazada.
No pudo contar con los nietos que le dio su hija Julia con su amigo Agripa, de los tres hijos varones dos murieron tempranamente, Gayo y Lucio Cesar, y el tercero fue dado por loco. Así, Augusto no pudo dejar la sucesión a alguien de su sangre y no tuvo más remedio que elegir entre Druso y su hermano menor Tiberio. La elección resultaba fácil porque Druso era su favorito. Apuesto y moderado en sus acciones, el pueblo lo idolatraba por sus éxitos militares en el Rhin. Por otro lado, Tiberio resultó ser tímido y desconfiado, aunque demostró ser inteligente y culto desde su juventud. Augusto le puso a prueba con apenas dieciséis años cuando le mandó con el ejército a Hispania cumpliendo con creces su tarea, encomendándole después funciones administrativas de gran responsabilidad. Pero el destino le tenía reservado ser el nuevo emperador al fallecer Druso a consecuencia de una caída mientras montaba a caballo a los 29 años de edad, en el año 9 a. C.
Augusto hizo casar a su hija Julia con su hijastro Tiberio por «razones de Estado», una relación mal llevada que empeoró las relaciones entre ambos y le obligó a adoptar a Germánico, hijo de su hermano Druso, a pesar de que Tiberio ya tenía un hijo propio.
Cuando Octavio se casó con Livia apartó a Tiberio enviándole a vivir con su padre hasta que murió y volvió a la casa imperial. No es que Tiberio fuera un incompetente, todo lo contrario, pero no era su favorito, de hecho, le tenía cierta animadversión y no lo ocultaba.
Como el destino me arrebató cruelmente a mis hijos Cayo y Lucio, Tiberio heredará dos tercios de mis propiedades
Suetonio. Vida de Tiberio, 23
Augusto siempre dio muestras públicas de cariño con todos menos con Tiberio, puede que el carácter reservado del joven tampoco ayudara en su relación con Augusto. Pero la muerte de los nietos de Augusto no le dio más margen de maniobra y se resignó a dejar el Imperio a Tiberio, la última de sus opciones, designándole sucesor el año 4 d. C. convirtiéndose en el segundo emperador de Roma diez años después.
Según el historiador y biógrafo romano, Suetonio, tras la última conversación entre Augusto y Tiberio en el lecho de muerte del emperador el 19 de agosto de 14 d. C. en Nola, este exclamó cuando Tiberio abandonó la sala:
¡Pobre pueblo romano, que destinado a ser devorado por una mandíbula tan lenta!
Vida de Tiberio. 21.2
Durante el saqueo de Roma en el año 410, los Godos asaltaron el mausoleo de Augusto e hicieron desaparecer sus cenizas. El pueblo sintió la pérdida de su emperador, pero más lo sintieron cuando comprobaron que tras él se iban sucediendo emperadores uno peor que el anterior.
Las últimas palabras públicas de Augusto fueron: «Mirad, encontré una Roma hecha de ladrillo, y os la dejo de mármol». Es probable que su autoestima le llevara a pensar que Tiberio era la opción menos mala a quien dejar su vasto Imperio, pero lo cierto es que ya nunca más hubo un emperador como él.
Links imágenes:
Deja una respuesta