
En el siglo XIX España estaba sumida en una verdadera plaga. No, no se trataba de ninguna enfermedad, sino del bandolerismo que actuó sin freno alguno por gran parte del territorio peninsular ante la impotencia de las autoridades. Podría hablar de alguno de los muchos forajidos famosos que se hicieron un nombre por sus fechorías, sin embargo, hablaré de una mujer, una forajida, que también las hubo, me refiero a Pepa «a loba».
España, tierra de bandoleros
A finales del siglo XVIII el mundo rural sufrió especialmente el empobrecimiento del país. El hambre y las enfermedades azotaron a la población y abocaron a parte de ella a buscarse la vida como bien podían, en ocasiones actuando fuera de la ley en cuadrillas formadas por jornaleros del campo en su mayoría, también artesanos, soldados desmovilizados y delincuentes que huían de su fatal destino. Actuaban en lugares que conocían como la palma de su mano para poder huir y esconderse en sus guaridas, algunos incluso tenían sus propios motes:
En Andalucía destacaron José María Hinojosa «El Tempranillo», salteador de caminos en el Campo de Gibraltar, en la serranía de Ronda; «El Barquero de Cantilla» , Diego Corrientes y Los siete niños de Écija, en Sevilla; y Manuel Antonio Rodríguez «El rey de los hombres», en la sierra de Guadarrama.
Entre Castilla la Vieja y Extremadura actuaban Vicente Melero «Cuatro ojos»; Pedro Piñero «El Maragato» y Los muchachos de Santibáñez, y en las cercanías de Madrid a Luis Candelas.
En Valencia, Jaime «el barbudo»; en el País Vasco, Juan Antonio Madariaga «Patakon»; en Aragón, Mariano Gavín Suñén «el Cucaracha»; en Castilla La Nueva, los hermanos «Purgaciones»… y hasta encontramos a un bandolero extranjero, el italiano Beroldi, que después de actuar cerca de París se estableció en España cometiendo diversos robos de consideración hasta que fue detenido, extraditado y condenado.
Trabuco en mano y al grito de ¡LA BOLSA O LA VIDA! actuaban en lugares solitarios y sus víctimas solían ser diligencias y viajeros solitarios, en otras ocasiones sus objetivos fueron las casas de ricos y curas, así, los monasterios y las oficinas de recaudación de impuestos representaban botines más cuantiosos pero requerían cuadrillas más grandes y mejor preparadas.
Su captura y erradicación resultó ser más complicada de lo esperado y cuando alguno era capturado el castigo se aplicaba de forma ejemplarizante, además de cruel. De esta manera describen la pena a la que fue sometido Pedro Piñero «El Maragato»:
Tras ser ahorcado se dejaron sus restos expuestos. Después, el cadáver era descolgado y descuartizado. La cabeza y los cuartos eran fritos en grandes ollas y se colgaban en estacas colocadas en los caminos reales de Castilla y Extremadura en 1806, escenarios de sus asaltos, y sus restos no fueron sepultados hasta un año después.
El bandolerismo se convirtió en el primer problema de seguridad interior y no fue hasta que en 1844 se fundó el cuerpo de seguridad de la Guardia Civil que se persiguió de forma eficaz hasta erradicarlo a finales del siglo XIX.
Pepa «a loba»
Puede que el bandolerismo actuara más en tierras andaluzas y castellanas, pero existió por toda España y es en Galicia donde encontramos a la mujer bandolera conocida como Pepa «a loba». Más realidad que leyenda, existen numerosas referencias de su existencia por toda Galicia, además de ser protagonista de muchos libros gallegos.
Se desconoce su lugar de nacimiento, algunos apuntan a la provincia de Lugo o al norte de Pontevedra. Tras la muerte de su madre, conocida por sus vecinos como «La Falucha», se hizo cargo de ella su tía Dorinda, quien la obligó a mendigar, trabajar el campo y cuidar de los rebaños. Se cuenta que un día mientras pastaba las ovejas un lobo las atacó. Ella y su perro «Lueiro» defendieron al rebaño y dieron muerte al lobo, pasando a conocerse desde entonces por su apodo.
En una ocasión su tía la obligó a convertirla en la amante del tendero del pueblo para conseguir algo de dinero, pero el tendero simplemente la adoptó como si fuera su hija y en el testamento la nombró su única heredera. Poco tiempo después el tendero murió asesinado con un cuchillo de cocina clavado en su pecho y todos culparon a Pepa que, tras un juicio amañado, fue condenada a prisión. Pepa, siendo inocente como era, sospechó que el verdadero asesino era el hermano del tendero y juró vengarse. En una visita del cura de la cárcel Pepa le golpeó y se vistió con sus ropas para huir de la cárcel. Lo primero que hizo fue buscar a su perro «Lueiro» y después de encontrar al hermano del tendero hizo que su perro lo matara. Ya no tenía otra opción que huir al monte y fue allí que organizó un grupo de bandoleros que serían conocidos como la «Cuadrilla de Pepa a Loba» comenzando la leyenda.
Asaltaron principalmente a gente rica, caciques, curas, pazos… principalmente en la provincia de Pontevedra pero también por el resto de Galicia, y mientras los ricos la odiaban y temían, crecía la admiración de los pobres campesinos, especialmente entre las mujeres. Su actividad resultó ser tan intensa que se llegó a rumorear que había varias Pepas y le dedicaron cantos populares que extendieron el mito.
Se piensa que fue un personaje más real que leyenda porque existen referencias de su encuentro en la prisión de A Coruña -algunos apuntan a que murió allí- con la escritora Concepción Arenal, de su paso anterior por la cárcel de Mondoñedo y por los testimonios populares de una casa de su pertenencia en la comarca de Tierra Llana en la provincia de Lugo (A Terra Chá, en gallego).
En fin, forajidos siempre han existido en nuestro país y por desgracia siguen habiendo muchos, eso sí, no van trabucos asaltando carretas ni tampoco los conocemos con el nombre de bandoleros, pero haberlos haylos.
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