
Bizcochos, bizcotelas, bizcochadas y bizcochuelos, llámalos como quieras, pero estos blandos y esponjosos dulces hechos con harina, huevos y azúcar son deliciosos. En Nagasaki, en Japón, es muy popular un tipo de bizcocho conocido como Kasutera o Castella, y este último nombre ya nos indica su origen…
Encontramos representaciones de la elaboración de panes y repostería, incluso restos de comida, en diversas tumbas egipcias, como en la del faraón Ramsés III en Tebas, allá por el siglo X a. C. El término bizcocho proviene del latín bis coctus que significa «cocido dos veces» y es que antes de la invención de las neveras y los frigoríficos se practicaba la doble cocción, que consistía en cocinar por segunda vez una especie de torta tras un primer horneado, así se aumentaba el tiempo de conservación, algo imprescindible sobre todo cuando se trataba de alimentos destinados a los soldados y marineros que debían permanecer meses fuera de sus hogares. Por cierto, la palabra «biscuit» también proviene de bis coctus.
La Castella nació a finales del siglo XV en el reino de Castilla. Los portugueses lo importaron y le dieron el nombre de Pão de Castela, que significa «pan de Castilla». Fue llevado a Japón por los mercaderes lusitanos en el siglo XVI, junto a otros artículos como el tabaco, las calabazas y las armas. Allí fue modificándose su elaboración adaptándose a su fina gastronomía consiguiendo un bizcocho de textura particular, más esponjoso. El elevado precio del azúcar en Japón en aquellos tiempos hizo que se considerara un postre caro que se consumía en contadas ocasiones.
En Portugal su análogo sería el Pão-de-ló, pero en muchos otros países existen bizcochos parecidos como en Francia (pain d´Espagne), en Grecia (pantespani), en Turquía (pandispanya) y en Italia (pan di Spagna), todos con nombres que hacen referencia a España.
Hoy, para fortuna de los golosos, podemos disfrutar del castella hecho con los más diversos ingredientes (os recomiendo el elaborado con té) 😉
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