
«Sucumbieron abrasados al instante, y no por asfixia», esta es la sentencia de las investigaciones científicas que se hicieron. Quien visita Pompeya no puede evitar emocionarse con las expresiones de los moldes de los cuerpos allí atrapados, pero estas no corresponden a una larga agonía por asfixia como se pensaba hasta ahora, sino a la exposición a altas temperaturas.
El enfado de los dioses del Olimpo
En la mañana del 24 de octubre de 79 d. C. (según las últimas investigaciones) ninguno de los 20 000 habitantes en Pompeya podía imaginar lo que estaba apunto de sucederles a pesar de los temblores sentidos en los días anteriores. Es muy probable que ni tan siquiera supieran que el Vesubio fuera un volcán, la anterior erupción ocurrió más de siete siglos antes, sin embargo, ocurrió lo impensable.
Hacia la una de la tarde rugió la montaña como nunca antes y expulsó gases y material volcánico a una altura de más de 27 kilómetros. Cuatro horas después la lluvia de material volcánico alcanzó el medio metro de altura en Pompeya, altura que se triplicó a medianoche y con el transcurrir de las horas llegó a los tres metros. A la 1 h de la madrugada del día 25 se produce la primera oleada piroclástica, que arrasa Herculano. Sobre las 6.30 h una tercera oleada llega a las afueras de Pompeya sepultando las villas extramuros y una hora más tarde dos nuevas oleadas alcanzan el centro de la ciudad que quedó sumida en la total oscuridad. Aún quedará una sexta y última oleada piroclástica que se extenderá desde el cráter del volcán por un área mucho mayor que las precedentes, era la 8 h de la mañana.
Muy cerca del lugar, en Miseno, se encontraba Plinio el Joven. Este contaba con tan solo 17 años y acompañaba a su tío Plinio el Viejo que comandaba la flota imperial, quien acudió en auxilio de una noble dama amiga suya cuya villa se encontraba a los pies del Vesubio. Resultó ser una misión suicida y acabó siendo otra víctima de la catástrofe. Por fortuna para la historia tenemos constancia de lo acontecido gracias a los escritos de su sobrino, quien permaneció en Miseno como espectador de lo ocurrido, y su descripción hizo que los vulcanólogos nombrara a todos los episodios volcánicos similares como «erupciones plinianas».
Huir de ese infierno, eso es lo que único que se podía hacer para sobrevivir. Si nosotros nos hubiéramos visto atrapados en esa situación puede que nuestro instinto de supervivencia nos hubiera empujado a actuar como los pompeyanos y nos hubiéramos resguardado en el interior de las casas para evitar la lluvia de piedra pómez y las cenizas, o quizá todo lo contrario, hubiéramos salido a la calle para evitar el impacto de grandes rocas que caían como meteoritos arrasando con todo. Sea como fuere había que huir de la furia de los dioses.
Una muerte instantánea
A día de hoy se han localizado 1408 cadáveres, pero hay muchos más. Algunos encontraron la muerte con la lluvia de piedra pómez o con los derrumbes ocasionados, pero la mayoría fallecieron por las últimas oleadas piroclásticas. Esto se deduce al encontrar sus cuerpos por encima de los 2,5 metros de capa de materiales acumulados.
Lo cierto es que al amanecer el volcán se apaciguó dando la falsa sensación de que todo había terminado. Pero la realidad fue otra bien distinta. Unos regresaron a sus hogares, mientras que otros, más prudentes, decidieron alejarse de la ciudad, aunque muy pocos tuvieron la suerte de elegir la dirección adecuada cuando volvió a rugir la montaña escupiendo nuevas y más violentas oleadas piroclásticas.
Estas se componen de una mezcla de gases tóxicos, cenizas y fragmentos de rocas a altas temperaturas que arrasan con todo en su destructor paso. La muerte de sus habitantes fue instantánea debido a los más de 300°C de temperatura que alcanzó y no por una lenta agonía por asfixia. El cuerpo humano ante esta agresión adopta una serie de posturas, como si quedaran congeladas, captando el horror de sus últimos instantes de vida.
Cuando se descubrieron los restos de Herculano y Pompeya en el siglo XVIII, Campania formaba parte del reino de Nápoles y las Dos Sicilias, bajo el mandato del ilustrado rey español Carlos III, y fue este monarca quien inició la arqueología científica del lugar. En el siglo XIX, Giuseppe Fiorelli, desarrolló una técnica que permitía recuperar la forma de los cuerpos hallados, vertiendo yeso líquido en la cavidad que habían dejado tras su descomposición, y son los moldes de yeso los que vemos en la actualidad dejándonos escenas emotivas del último aliento de vida de sus habitantes.
Para saber más:
Links imágenes:
FJT, creo que las suposiciones sugeridas por «La muerte llegó a Pompeya» se aclararon y se han podido estudiar a fondo por vulcanólogos viendo un situ el fenómeno con toda la tecnología actual
Gustavo
Es increíble Pompeya!! Gran post ☺️
Hola elamoreshistoria,
uno de los lugares más fascinantes del mundo, sin lugar a dudas.
Un saludo
Reblogueó esto en Esas pequeñas cosasy comentado:
Siempre genial.