
Hay oficios y oficios, pero no me negaréis que el de catador de alimentos tiene sus riesgos. Me refiero a las personas que son obligadas a probar la comida que van a consumir otros que por ser quienes son corren el riesgo de morir envenenados. Descubramos quién se ocupaba de tan delicada cuestión en el caso de Adolf Hitler y el del emperador romano Claudio.
Margot Wölk

Podemos pensar que es un oficio de la antigüedad, pero estaríamos muy equivocados. Sin irnos más lejos, en el año 2009 en una visita del expresidente de los Estados Unidos Barack Obama a Francia por el 65º aniversario del desembarco de Normandía, un catador probó antes su cena. Y de la Segunda Guerra Mundial es nuestra primera protagonista…
Se trata de Margot Wölk, una berlinesa que fue seleccionada por el alcalde local en 1942 junto a catorce mujeres más, para probar todo lo que iba a consumir el dictador Adolf Hitler. Sin lugar a duda se trataba de una profesión de riesgo, porque si había alguien en el mundo que muchos querían ver muerto ese era Hitler, y qué mejor (y discreta) forma de hacerlo que poniendo un poco de veneno en su comida.
Ellas, al igual que su médico personal Theodor Morell, a quien ya dediqué un artículo en el blog, tenían el «privilegio» de estar en el círculo más cercano al tirano, y quien mejor que ellos para asesinarlo. Sin embargo, debo romper una lanza a favor de Margot, ya que se exponía todos los días a morir en su trabajo y acudía atemorizada cada mañana a lo largo de dos años, acompañada en autobús por unos soldados de las SS desde la casa de sus suegros, con los que vivía en el pueblo de Prusia Oriental de Gross-Partsch, ahora Parcz, Polonia, a tres kilómetros de la Guarida del Lobo, el refugio de Hitler construido en 1941 para el inicio de la Operación Barbarroja en la invasión de la Unión Soviética.
Todos los días de 11 a 12 horas degustaba los platos de salsas, fideos, vegetales y frutas colocados sobre una gran mesa de madera. Hitler sufría de dolores estomacales y flatulencias entre otros males, y su médico le inyectaba cada día preparados con glucosa, vitaminas y preparados hormonales. Realizaba una dieta vegetariana, así que de carne nada, y las habas eran su plato favorito. Una hora antes de que Hitler comiera, Margot probaba todos los platos y esperaba no morir después.
Nunca llegó a conocer personalmente a Hitler (al menos eso dijo) y del resto de catadoras de su comida Margot fue la única que sobrevivió a la guerra al ser fusiladas sus compañeras por el Ejército Rojo. Ella escapó en tren a Berlín al que accedió gracias a un teniente de las SS y poco tiempo después cayó en manos del ejército soviético, que durante dos semanas la violaron repetidamente. Tras la guerra se reunió con su esposo con el que vivió en Berlín y mantuvo el resto de su vida su secreto bien guardado, hasta que lo desveló en una entrevista con un periodista de Berlín en el periódico local Berliner Zeitung en 2012. Tenía 95 años y falleció poco tiempo después.
El eunuco Halotus

La muerte del emperador Claudio en el año 54 d. C. está rodeada de interrogantes y sigue siendo un misterio. Unos dicen que murió por causas naturales, otros que Jenofonte, su médico, fue el autor material del crimen, pero según los historiadores clásicos Tácito, Suetonio y Plinio, murió envenenado por Halotus, su esclavo eunuco catador de comida (praegustator) tras ingerir una de sus comidas favoritas, setas preparadas por una de las mayores envenenadoras en serie de la historia que se tenga constancia, Locusta, la envenenadora de confianza al servicio de la cuarta esposa de Claudio, Agripina la Menor, hermana del difunto emperador Calígula.
Agripina quería a Nerón (hijo de su anterior matrimonio) como nuevo emperador y era evidente el aumento de la antipatía de Agripina hacia su marido en los meses previos a su fallecimiento. La noche del 12 de octubre del 54 a. C. -la fecha está en discusión según los autores- Claudio se sintió indispuesto después de cenar y se retiró a sus aposentos donde su médico le atendió. Horas después, moría. La muerte de Claudio fue ocultada inicialmente y no fue incinerado y enterrado en el Mausoleo de Augusto hasta diez días después. En su testamento dispuso que Nerón o Británico -hijo de su tercera esposa, Valeria Mesalina- deberían ocupar su trono, pero fue Nerón quien controló a la plebe y se alzó con el poder.
Volviendo al eunuco Halotus, a pesar de recaer en él las sospechas al ser el catador oficial del Emperador y tener acceso esa noche a la comida, nunca fue castigado, a diferencia de otros sospechosos como Tigelino, otro sirviente de Claudio que fue ejecutado. Nerón le mantuvo en su puesto de catador de alimentos y tiempo después el emperador Galba le ascendió a una adinerada procuraduría hasta su muerte.
Todo, muy, pero que muy sospechoso.
Siempre es muy didáctico leerte, FJT. Sabía o, mejor dicho, había leído algunas versiones sobre ambos sucesos, pero nunca como hoy contigo.
Gracias.
Hola Enrique,
en el caso de Hitler se hace difícil comprobar cómo a pesar de tener tantos intentos para acabar con su vida siempre salió ileso de todos ellos.
Un placer seguir compartiendo estos trocitos de Historia.
Saludos
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