
«A por el ojete de Octaviano», «Para el culo de Pompeyo», «Te rompo los dientes», «¡Ay!», «chúpate esa»… estos son algunos de los mensajes que escribían en los proyectiles que lanzaban a sus enemigos los honderos en la Antigüedad. Una manera eficaz de luchar y una forma un tanto irónica de mofarse de ellos.
Entre las armas más antiguas encontramos la honda (funda-ae). Puede que ya se utilizara para cazar al final del Paleolítico y tenemos evidencia arqueológica de ella en Oriente Próximo durante el Neolítico. El famoso duelo en David y Goliath del siglo IX a. C. es quizá una de las referencias más conocidas del uso de este arma, y se han encontrado proyectiles de plomo utilizados en estos lanzamientos en la batalla de Maratón en el siglo V a. C. En las guerras que libraron griegos y romanos tenían en alta estima a los honderos (funditor-oris-ores) situándolos en la vanguardia de sus ejércitos para hostigar al enemigo antes del enfrentamiento directo.

Se conoce la existencia de honderos auxiliares del ejército romano de Rodas, Siracusa, Grecia y los más famosos… los originarios de las islas baleares, que eran entrenados desde la infancia y que de adultos eran contratados como mercenarios por los distintos ejércitos por su destreza.

Los honderos baleáricos acompañaron al general cartaginés Aníbal que contrató a 2000 de estos hombres durante la Segunda Guerra Púnica en su camino hacia Roma y al general de la República romana Julio César en la Guerra de las Galias y en sus campañas en el sur de la isla de Gran Bretaña, conocida como Britania por los romanos.
Lo cierto es que los enemigos temían más a estos proyectiles que a las mismas flechas, al ser difíciles de esquivar al no poder verse. En la antigua Roma se conocían como glandes plumbeae (bellotas de plomo). La longitud de la honda variaba según el objetivo a atacar, así, utilizaban una honda corta para objetivos cercanos y una honda larga para otros más lejanos, pudiendo alcanzarse hasta 300 metros. Los proyectiles que arrojaban pesaban menos de 50 gramos y alcanzaban una velocidad que superaba los 150 km/hora, con una carga cinética similar al disparo de un arma de fuego de nuestros tiempos y podían matar o herir gravemente incluso si se estaba protegido por un casco o armadura. Los proyectiles más temidos eran los hechos de plomo (más raros en bronce), que al impactar en el cuerpo del enemigo penetraban como balas. Otros eran piedras y bellotas en terracota, que era arcilla secada al sol o en hornos.
Decía al principio que estos proyectiles podían contener algún «mensaje» para su enemigo, en ocasiones tenían escrito el nombre del comandante de honderos, símbolos de guerra, alguna invocación a un dios o simplemente insultos al enemigo o a sus familias.
«Chúpate esa»
😉
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