

Dos consciencias iguales que se respetan y admiran mutuamente. Así definen algunos la relación entre el artista del Renacimiento Miguel Ángel y el Papa Julio II. Que al primero le apoden Il Divino ya apunta a algo, y que al segundo el Guerrero o el Terrible, también, pero pongamos el texto en el contexto para llegar a entender (o al menos intentar hacerlo) la relación de admiración y odio que tuvieron entre sí estos dos grandes y longevos personajes de la Edad Moderna.
Michelangelo Buonarroti
Escultor, pintor, arquitecto y poeta, que también lo fue. Trabajó para nueve papas, casi nada. Su familia, mercaderes y banqueros de Florencia, no pudo evitar que se dedicara a lo que se dedicó. Su genialidad pronto fue advertida por sus maestros y un año después de ingresar en el taller de Ghirlandaio, Lorenzo de Médici lo invitó a vivir y formarse en su palacio. De personalidad más bien áspera, qué digo, áspera no lo siguiente, y su genialidad admirada por todos, amigos y no tan amigos, esculpieron en él la idea de que su don era divino, una manifestación de Dios.
Viaja por primera vez a Roma en 1496, siendo papa Alejandro VI, el papa Borgia, y es entonces que moldea su primera obra maestra La Piedad del Vaticano. Tras cinco años en la Ciudad Eterna regresa a Florencia para esculpir a su colosal David de cinco metros, para regresar a Roma en 1505, asumiendo el primer y ambicioso encargo del sepulcro del nuevo papa, Julio II, aunque este trabajo resultó ser la mayor tragedia de su vida según él mismo dijo.
Disponía de cinco años y 10 000 ducados para esculpir la monumental tumba de 15 metros de altura y 40 estatuas de tamaño natural. Marchó a las canteras de mármol en Carrara y durante ocho meses estuvo eligiendo los mejores mármoles, pero no recibió el pago de estos materiales al estar Julio II más preocupado en otros temas urgentes como la guerra, las tensiones entre nobles familias romanas y sus intereses artísticos en la remodelar la basílica de San Pedro.
Miguel Ángel, que pensaba que ese mausoleo sería el proyecto de su vida entregándose en cuerpo y alma al mismo, intentó en vano reunirse con el Papa, pero este no quiso verle y fue entonces que decidió irse a Florencia con los Médici sin tener el permiso papal.
De momento lo dejo aquí, permitirme presentaros ahora al otro protagonista del artículo.
Giuliano della Rovere
Su rivalidad con el anterior papa Borgia le viene de antes de haberse disputado con él el papado, al cual accedió después tras el breve pontificado de Pío III, digo breve porque murió veintiséis días después de ser elegido. Consiguió la tiara papal en 1503 con casi 60 años de edad y escogió el nombre de Julio (Giulio) como diminutivo del suyo propio, haciendo referencia a Julio César. Más preocupado por los asuntos de la guerra, de Roma y de su Papado que de la fe, su mal carácter y su agresividad política rivalizaban con las intrigas y traiciones en las que se rodeó.
Lo primero que hizo fue recuperar los territorios italianos que los Borgia habían tomado para sí y poner en marcha un programa de obras públicas y mecenazgo artístico para Roma, una ciudad decadente durante la Edad Media -tanto fue así que hasta se utilizaron los mármoles del Coliseo para obtener cal- que no podía competir con Florencia, Milán, Bolonia y Venecia, entre otras.

Se hizo rodear de los más grandes artistas del momento. A Bramante le encargó el saneamiento de las infraestructuras públicas, la ampliación del Vaticano y la construcción de la nueva Basílica de San Pedro; a Rafael la decoración de sus estancias privadas; y a Miguel Ángel… bien, de él esperaba que obrara su genio divino.
Los desencuentros
Como ya indicaba antes, el papa Julio II encargó a Miguel Ángel la construcción de su mausoleo. Tras verse interrumpido el proyecto solicitó audiencia con el Sumo Pontífice recibiendo siempre la negativa a verle. Su orgullo hizo que se fuera a Florencia y dijo que si el Papa deseaba verlo después, fuera hasta allá a buscarlo. Está claro que la reacción del genio renacentista no le agradó nada a Julio II, a quien por otra parte nadie había osado hablarle así, y le ordenó que regresara a Roma. Ni la presencia de los diversos emisarios papales que fueron a buscarle, ni tan siquiera la amenaza de excomunión, consiguieron que Miguel Ángel se presentara delante del Papa, aunque finalmente el encuentro se produjo en Bolonia.
El orgullo y el temperamento de ambas personalidades chocaban con la admiración mutua que se tenían y durante ese encuentro Miguel Ángel se mostró sumiso y respetuoso, disculpándose por sentirse humillado. En ese instante, uno de los Cardenales que se encontraban en la sala dijo al Sumo Pontífice que los artistas eran gente ignorante, pero este comentario hizo que el Papa, reconociendo el genio del artista, pensara que tenía tantos dones que se le tenía que perdonar todo, incluso la insolencia, así que, cogió una maza y golpeó al Cardenal gritándole que el ignorante era él. Fue entonces que le propuso el nuevo encargo que le tenía reservado: la decoración de la Capilla Sixtina.
La primera reacción de Miguel Ángel fue rechazar la propuesta al estar convencido de que la escultura era un arte superior a la pintura, pero se dejó persuadir y aceptó. Antes de comenzar su faraónico encargo regresó a Florencia para aprender la técnica del fresco (se consideraba más escultor que pintor) y en 1508 regresó a Roma para iniciar su trabajo.
Transcurrido un tiempo y mucho dinero gastado (solo los colores para los frescos representaban una fortuna) terminó de pintar los doce apóstoles, aunque sin convencerle el resultado. El papa Julio II le apremiaba y Miguel Ángel, desafiando al Papa una vez más, decidió destruirlo y comenzar con un nuevo contenido que convenció al pontífice. Terminó el primer techo y cuando lo presentó a la corte y al pueblo, todos se maravillaron. Con el segundo techo el Papa se impacientaba cada vez más hasta que en 1512, cuatro años después de comenzar y fatigado por las condiciones físicas en las que trabajó, pintó los 1100 metros cuadrados de techo él solo, sin querer la ayuda de nadie, sin dejar entrar a nadie en la estancia, ni tan siquiera al mismo Papa, y comiendo frugalmente -se dice que solo queso y peras-. Al final representó más de 300 figuras y todos los que vieron su trabajo terminado coincidieron en calificarlo de celestial.
Un año después Julio II falleció y en su testamento dejó escrito que Miguel Ángel finalizara el mausoleo que le encargó años atrás, aunque más modesto que lo proyectado inicialmente. En 1536, el papa Clemente VII encargó a Miguel Ángel -y al fallecer este papa, su sucesor Pablo III Farnesio lo ratificó- pintar el Juicio Final en la pared de detrás del altar de la Capilla Sixtina. No entraré en detalles, quien quiera hacerlo le invito a que entre en este link del blog, pero recibió las críticas de Biagio Da Cesena, el maestro de ceremonias del actual papa, tras comprobar que aparecían numerosos cuerpos desnudos, pero Pablo III se puso del lado del pintor. Terminada la obra en 1541 y tras la muerte de Miguel Ángel veintitrés años después, las críticas arreciaron e incluso se propuso destruirla, pero la fama de Miguel Ángel lo evitó y Daniele Da Volterra, un alumno suyo, cubrió los desnudos.
La Reforma protestante de Lutero, los descubrimientos de Copérnico revelando el sistema heliocéntrico de la Tierra, el pensamiento científico y la aparición de nuevas razas tras el descubrimiento del Nuevo Mundo hizo tambalear la fe católica. El propio Miguel Ángel tuvo una profunda crisis religiosa en sus últimos años de vida, pero siguió trabajando bajo las órdenes papales.
La relación entre el papa Julio II y Miguel Ángel fue tempestuosa, pero también de respeto mutuo. Podríamos decir que se impuso al mismísimo Papa que hizo temblar tanto a las grandes familias reales como a los hombres de Estado de su tiempo. Ni las espadas, ni las amenazas, nada hizo amedrentar al genial Miguel Ángel, y hoy, siglos después, gracias a ambos podemos seguir maravillándonos de sus proyectos y de sus obras.
Para saber más:
Capilla Sixtina en 3D (entrad y alucinad)
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