¡Hey camaradas, que la unión hace la fuerza​!

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Proletariado, El Cuarto Estado, pintura de Giuseppe Pellizza da Volpedo (1901)  GAM, Galleria d’Arte Moderna de Milán

Este enorme lienzo -lo de enorme lo digo no solo por su calidad como pintura, sino también por su tamaño de cinco metros y medio de longitud- muestra a un grupo de trabajadores del campo caminando juntos y decididos hacia adelante. El título, El Cuarto Estado, hace referencia a la clase social de los trabajadores que a finales del siglo XIX empezaron a reclamar sus derechos con huelgas generales.

A lo largo de la Historia se ha utilizado la rebelión como arma para avanzar o conseguir mejoras. Hace ya unos años publiqué en el blog un artículo en el que hablaba de la que podríamos considerar la primera huelga de la Historia que se tenga constancia a día de hoy, concretamente en el siglo XII a. C. durante la construcción de la tumba del faraón Ramsés III. Entonces, los trabajadores de su tumba (que no esclavos) se rebelaron y dejaron de trabajar al no recibir el sueldo, en realidad consistía en pan, cerveza, verdura, dátiles y agua potable. Si queréis saber cómo terminó la revuelta os invito a entrar en este enlace.

La Revolución industrial

Tuvo su origen en Inglaterra desde mediados del siglo XVIII hasta mediados del siglo XIX, significó un avance tecnológico y científico que provocó la ruptura de las estructuras socioeconómicas existentes, y representó un auténtico hito en la historia de la humanidad. Apareció la máquina de vapor, la máquina de hilar, el ferrocarril, la máquina de escribir, y tantos otros avances que impulsaron la creación de grandes centros de producción industrial, en los que surgió una nueva clase social: el proletariado industrial, cuyas duras condiciones de trabajo dieron lugar al sindicalismo y al socialismo.

Paralizar el trabajo afectando simultáneamente a todas las actividades laborales para reclamar mejoras es algo que comenzó a teorizarse como arma política por el obrero activista radical británico William Benbow en una publicación suya de 1832 titulada La gran vacación nacional y el congreso de las clases productoras, que, por cierto, se difundió como la pólvora. En la obra expuso un plan para llevar a cabo la «gran vacación nacional», en realidad, una huelga general para ayudar a los sufridos y explotados compañeros de trabajo.

Los empresarios y los políticos penaron severamente las huelgas generales que se celebraron en ese tiempo y hay que esperar a los inicios del siglo XX para que se reconozca internacionalmente el derecho de huelga como un derecho esencial de los trabajadores.

La primera huelga general en España

Como huelgas generales han, hay, y habrán, me gustaría centrarme en la primera sucedida en España, concretamente en Cataluña.

El contexto de la época y el origen de la huelga

En el siglo XIX la industria catalana dio fuerza al movimiento obrero y en la década de 1820 surgieron importantes conflictos que terminaron en huelgas, registrándose la primera huelga general en 1855.

Un año antes, durante el reinado de Isabel II, el Bienio Progresista (1854-1856), liderado por el general Baldomero Espartero, líder del Partido Progresista, fortaleció los convenios colectivos en el sector mecánico y textil a nivel nacional, sobre todo en Cataluña que era el principal (y casi único) centro industrial de España. La tolerancia del gobierno alarmó a los empresarios que vieron como el descontento obrero en Barcelona aumentaba y más tras la mecanización del trabajo del hilado.

Se nombró al general Juan Zapatero como nuevo capitán general de Cataluña, conocido por sus propias tropas como el general «Cuatro Tiros» porque su frase preferida era «Yo sé cómo se arregla; a ese, cuatro tiros; a ese otro, igual». Y claro, con ese apodo nada bueno podía pasar. Adoptó políticas restrictivas y el 21 de junio de 1855 prohibió toda asociación obrera. Desafiándole, el movimiento obrero catalán convocó una huelga general del textil para el 2 de julio reivindicando el derecho de asociación y la regulación de su trabajo. Los obreros de Barcelona y otras localidades periféricas abandonaron las fábricas y los obreros catalanes recibieron la solidaridad y el apoyo de los obreros de otras ciudades del país.

Cien mil personas salieron a la calle pidiendo trabajo y pan en un punto sin retorno. Reivindicaban el derecho de asociación, un acuerdo de las horas trabajadas y un jurado imparcial que mediara entre los trabajadores y los empresarios que solucionaran los conflictos.

Los llamamientos a la calma por parte del Ayuntamiento de Barcelona, la Diputación de Barcelona y la misma Iglesia que decía que el sufrimiento y la resignación serían recompensados en la vida venidera, no ayudaron a calmar los ánimos y se extendió la huelga a otras ciudades catalanas.

¡Viva Espartero! Asociación o muerte. Pan y trabajo

Esta proclama se convirtió en su lema y el 5 de julio partieron hacia Madrid dos comisiones para entrevistarse con el presidente del gobierno, Espartero, quien los recibió fríamente diciendo que sus reivindicaciones serían atendidas si abandonaban la huelga. Ese mismo día el general «Cuatro Tiros» envió refuerzos militares para reprimir la revuelta. Tras agotar los medios conciliatorios, el general Juan Zapatero formó juicios militares para los líderes que habían participado en la revuelta, condenando a varios de ellos.

El fin de la Huelga

El 8 de julio, Barcelona comenzó a recobrar un poco la normalidad y algunos comerciantes abrieron sus negocios. Las fábricas abrieron, pero pocos obreros se incorporaron al trabajo. El 11 de julio llegó a Barcelona el coronel Saravia con vagas promesas de parte del presidente Espartero, consiguiendo poner fin a la huelga. Después de la huelga el general Juan Zapatero llevó a cabo un mando duro y tenaz, pero justo, y su mandato hizo que popularmente se le conociera como el Tigre de Cataluña, mientras el Gobierno premió su firmeza y eficacia ascendiéndole.

El 7 de septiembre se hizo pública en Madrid una propuesta, la «Exposición», solicitando el reconocimiento del derecho de asociación y se recogieron firmas de distintas personalidades apoyándola. El 29 de diciembre se reunieron representantes de los obreros de Cataluña, de Málaga y de Madrid entregando sus reivindicaciones a una comisión parlamentaria en el Congreso de Diputados, que llevaban dos meses discutiendo un proyecto de ley presentado por el ministro de Fomento que respondía a las promesas hechas por el enviado de Espartero a Barcelona. En él se proponía limitar a media jornada el trabajo de los niños de ocho a doce años y a diez horas diarias el de los jóvenes de entre doce y dieciocho, y también se propuso que los Jurados estuvieran formados únicamente por «prohombres» de la industria, no obreros, entre otras reivindicaciones.

Por desgracia, tanto el proyecto de ley como la «Exposición» no llegaron a nada al caer el gobierno de Espartero en julio de 1856. La primera legislación laboral no llegó a España hasta 1873, conocida como Ley Benot. Lo cierto es que no tuvo un gran recorrido y habrá que esperar hasta finales del siglo XIX y principios del siglo XX para crear la Comisión de Reformas Sociales, un órgano gubernamental que estudió las condiciones de vida y trabajo de la clase obrera elaborando leyes que las mejoraran. En verdad, fue la primera iniciativa oficial que abordó el problema social en España, pero encontró oposición por parte de las organizaciones obreras como la UGT y los anarquistas, que consideraron que solo representaba los intereses de la burguesía, mientras que otros sectores obreros ligados al republicanismo la apoyaron.

[…] como un agente de toma de conciencia, como una fuerza de agitación, la benéfica influencia de una huelga es inconmensurable […] con nuestro actual sistema económico casi cada huelga es justa. ¿Qué es la justicia en la producción y la distribución? Que la mano de obra, que crea todo, tenga todo.

Benjamin Tucker (1854 – 1939)

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