
Dicen que «lo que no mata engorda» pero en el Reino Unido, durante la época victoriana, si no morías de hambre, morías envenenado por los aditivos que añadían a la comida.
En la actualidad, existen algunos alimentos que según cómo se preparen pueden resultar fatales para nuestra salud. En Japón preparan el fugu, un plato con carne de pez globo que puede causar la muerte debido a una neurotoxina del hígado de estos peces; en algunos países de Sudáfrica consumen la rana toro, una especie que contiene toxinas en la piel y en sus órganos, que pueden afectar al riñón; en China, las almejas de sangre son una delicatessen y su nombre se origina de la acumulación de hemoglobina en sus tejidos blandos y al vivir en ambientes con poco oxígeno hace que contengan más bacterias y virus que otros alimentos; el Casu marzu (queso podrido) consumido en Cerdeña, un tipo de queso Rochefort en el que habitan larvas vivas de moscas de color blanco de unos ocho centímetros, que reblandecen el queso. El problema está en que al ingerirlo las larvas pueden saltar hasta 15 centímetros y penetrar por los ojos si no los protegemos; y el tiburón podrido de Islandia (Hákarl), que desprende un desagradable olor similar al amoníaco y se sirve en pequeños tacos acompañado de aguardiente, pero sin una correcta elaboración puede resultar tóxico por su elevada concentración de urea.
Pues si esto puede pasar en nuestros días ¡imaginaros en pleno siglo XIX! Es curioso comprobar cómo se rodeaban de venenos, y es que lo raro era no sufrir algún tipo de intoxicación: desde velas hechas con arsénico, hasta la tapicería verde de Scheele, elaborada con arsenito de cobre; desde las «botellas asesinas», que no eran otra cosa que biberones de cristal que no lavaban durante semanas, hasta el pan adulterado con un blanqueador químico de alumbre.

La Revolución Industrial transformó la economía y la sociedad de la época y las familias pasaron de elaborar toda la comida que consumían en sus casas, a comprarla hecha. Los empresarios codiciosos para aumentar sus beneficios no tenían reparos en adulterar la comida con sustancias y productos químicos nocivos para la salud para abaratar los costes de producción. Veamos algunos ejemplos:
El pan
Para aumentar su peso y volumen sustituían la harina por yeso, tiza o alumbre, un compuesto a base de aluminio utilizado hoy en productos de higiene y detergente. Su ingesta provocaba problemas intestinales, diarrea crónica y a la larga, desnutrición, pudiendo resultar fatal especialmente en niños.
La leche
En aquella época se difundió la idea de que el ácido bórico en pequeñas dosis mezclada con la leche la purificaba. Sin embargo, era causa de vómitos, dolores abdominales y diarreas, además, favorecía que en la leche se reprodujera la tuberculosis bovina, provocando la muerte de medio millón de niños.
El té
El importado de China tenía una proporción de hasta un 45 % de arena, restos de sulfato de hierro y caca de ratón.
La cerveza
Para conseguir esa sensación de euforia tras la ingesta de cerveza se mezclaba con bayas procedentes de la India que tenían efectos estupefacientes o directamente con opio. Luego añadían sales minerales como las potasas o plantas como la jalapa para mantener el sabor de la cerveza.
La mostaza
Un condimento muy popular que para darle un color amarillo más apetitoso añadían cromato de plomo o pintura amarilla.
Pero la lista de alimentos contaminados es mucho más larga: el vino con plomo, los dulces con sulfato de mercurio, el chocolate con tierra, la manteca de cerdo con carbonato de sodio y cal cáustica…
¿No se hizo nada para regularlo?
Estos aditivos provocaron realmente un problema de sanidad importante. Enfermedades como la difteria, la fiebre tifoidea y otras, muchas, mortales en aquellos tiempos. En 1860 el gobierno británico intentó legislarlo sin mucho éxito y no fue hasta quince años después que se obligó a etiquetar los alimentos con sus ingredientes y comenzó a controlarse.
Información basada en rtve.es
Gracias Francisco Javier.
Me entretuvo y me recordó lo afortunados que somos ,algunos, en este planeta, en esta época.
Un abrazo.
Hola Jeanette,
por desgracia no nos libramos de esto ni en nuestros días. Se piensa que el 10 % de lo que comemos está adulterado. Desde atún inyectado con nitritos, hasta miel diluida con jarabes de azúcar baratos; desde aceite de oliva virgen extra falso, hasta carne de caballo etiquetada como ternera, por poner solo algunos ejemplos porque la lista de alimentos adulterados es interminable. Además, pueden ser causa del incremento de alergias y de enfermedades como algunos tipos de cáncer. En fin, no es mi intención amargarte, pero al menos te entretuvo el post 😉
Abrazos