
Hoy disponemos de los medios y los conocimientos suficientes para medir desde las cosas más pequeñas y microscópicas que nos rodean, hasta las más grandes y pesadas. Nada se escapa a nuestro riguroso control, ni tan siquiera objetos tan alejados de nosotros como las estrellas y los planetas. Esta curiosidad innata al ser humano nos viene de tiempo atrás y nuestros antepasados ya se las ingeniaban para realizar mediciones de los cuerpos celestes de manera bastante precisa y sin más ayuda que de sus propias manos.
En la Edad de Piedra hacían incisiones en huesos de animales para representar las fases de la Luna, seguían las estrellas y observando al cielo predecían los cambios de estación. Este conocimiento ayudó a desarrollar la agricultura, la ganadería y al sedentarismo, ocupando la tierra fértil entre los ríos Tigris y Éufrates. Las primeras civilizaciones mesopotámicas dieron nombre a las más antiguas constelaciones del cielo, y con el paso de los siglos, los antiguos observadores del cielo percibieron que el Sol y la Luna se desplazaban atravesando doce constelaciones conocidas con el nombre de zodiaco. También visualizaron otras cinco estrellas -en realidad eran planetas- y el cielo con sus eclipses, que asociaron con los dioses, dejando de ser solo una herramienta para la agricultura, para convertirse en el hogar de las divinidades.
Los pueblos de Babilonia y Asiria idearon calendarios para la siembra y predijeron estos eclipses. Fueron también ellos quienes inventaron los grados como unidad que aún utilizamos para medir las distancias angulares en el cielo. En la antigua China, en el antiguo Egipto, en la antigua Grecia, los mayas y aztecas y en otras civilizaciones, la vida giraba en torno al cielo. Encontramos en Aristóteles, Tales de Mileto, Anaxágoras, Ptolomeo, Hipatia de Alejandría, entre otros, a algunos de los sabios de la antigüedad que ayudaron a hacer progresar esta ciencia. Hemos de esperar al siglo XVII con la introducción del telescopio por Galileo Galilei, el tratamiento matemático que desarrolló la mecánica celeste y las leyes de gravitación de Kepler y Newton, para que se desarrollara la metodología científica, pero, ¿cómo medían antes las distancias y los tamaños?
Un método sencillo al alcance de cualquiera
Cuando queremos identificar algún objeto celeste tenemos que saber medir distancias y tamaños. Pero no para determinar por ejemplo cuántos kilómetros hay entre una estrella y otra porque eso no nos sirve de nada; lo que importa es el ángulo que forman las estrellas cuando las miramos desde la Tierra.
Si queremos valores aproximados podemos utilizar nuestra mano como medidor de ángulos. Desde muy antiguo, los astrónomos saben que estirando completamente el brazo y mirando solo con un ojo, el puño cerrado equivale a un ángulo de 8º o que el puño cerrado con el pulgar extendido supone 15º, que es el recorrido del Sol en una hora.
Este método puede ser usado tanto por niños como por adultos: siempre se obtiene la misma medida, porque el tamaño de la mano es proporcional a la longitud del brazo. Como una imagen vale más que mil palabras, aquí os lo explico mejor:
Sí, parece un método simple y rudimentario, pero también eficaz. En la actualidad, medimos la distancia a las estrellas cercanas de la Vía Láctea con simple trigonometría, el problema está cuando queremos medir estrellas más lejanas, y la solución la encontramos en las propiedades de la luz.
Las estrellas que cambian de brillo en un periodo de tiempo que va desde horas hasta semanas -por la expansión y al enfriamiento del helio que contienen- se conocen como estrellas variables. Así, las estrellas más lejanas parecen más débiles debido a que su luz se extiende y luego se difunde, por lo tanto, conociendo lo brillante que debería ser una estrella y comparando con lo brillante que realmente es, podemos saber a qué distancia se encuentra.
Las estrellas más lejanas que se encuentran fuera de la Vía Láctea, pueden medirse gracias a las explosiones de las mismas (supernovas), especialmente importante es la supernova de tipo Ia. Desde la década de los años 90 del siglo pasado sabemos que todas las supernovas de este tipo tienen aproximadamente la misma masa, es decir, el mismo brillo, y podremos saber a qué distancia se encuentra si comparamos la masa con su brillo relativo. El problema es que las supernovas no son muy frecuentes, los astrónomos creen que en galaxias como la nuestra, ocurren unas 2 o 3 supernovas cada siglo.
Esto parece complicado para cualquiera de nosotros, así que, os invito a que esta noche si no hay nubes que lo impidan, miréis al cielo estrellado y comprobéis vosotros mismos el ángulo de los cuerpos celestes que nos rodean.
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