
Antes de nada decir que no, no lo consiguió, aunque imagino que ya lo suponíais. La historia que ahora os explicaré es de esas difíciles de creer, pero que realmente ocurrió, y como este es un blog de Historia y Medicina, allá vamos. Podemos decir que cuatro son los protagonistas: el dictador soviético Iósif Stalin; un científico visionario, también temerario, loco o como queramos llamarle, Ilya Ivanovich Ivanov; unos pobres monos y las indefensas mujeres.
La idea de cruzar a la especie humana con los primates es de locos, pero si además el objetivo de esta insensatez es la de crear un ejército invencible, la locura se convierte en algo demencial o de alguien como… Stalin.
Ya hablamos en el blog, del cirujano francés de origen ruso Serge Abrahamovitch Voronoff, un reputado científico que se dedicó a trasplantar testículos de mono a sus pacientes para alargar y mejorar la vida de los hombres, por cierto, no estaba tan chiflado y sus experimentos ayudaron a avanzar la ciencia, pero Ivanov quiso ir más allá. A principios del siglo XX, cuando la inseminación artificial comenzaba a dar sus primeros pasos, la Iglesia y los propios científicos no la apoyaron, los primeros porque era algo que iba en contra de sus principios, los segundos, porque tenían sus reservas al pensar que se podía perder algún factor biológico importante.
Ivanov, trabajó bajo el mecenazgo del fisiólogo Iván Pávlov, conocido por sus experimentos con perros, que dieron lugar a lo que hoy en día se conoce como condicionamiento clásico y que le valieron el premio Nobel de Fisiología en 1904. Utilizó la misma técnica quirúrgica que Voronoff para extraer glándulas sexuales animales para desarrollar la inseminación artificial en caballos de raza pura, logrando que un semental fertilizara a 500 yeguas, en lugar de las 20 a 30 que podría lograrse con la fertilización natural. Sus éxitos le convirtieron en referente mundial en este novedoso campo y acudieron a él criadores de todas partes del mundo.

Sin embargo, Ivanov fue más allá y creó híbridos entre especies como la mula (cruce entre un burro y una yegua); el cebroide (un ser entre cebra y burro); el zubrón (entre vaca y bisonte); y otros animales como el ratón con un cobayo, el conejo con una liebre… Pensemos que unas décadas antes, Charles Darwin, revolucionó la ciencia y la sociedad en general tras publicar «El origen del hombre» y su teoría de la evolución biológica por selección natural, comprobándose posteriormente que somos una especie más del orden primates, de hecho, compartimos cerca del 99 % de nuestros genes con los chimpancés. En 1910, en el Congreso Mundial de Zoólogos en Graz, Austria, Ivanov planteó delante de sus colegas científicos la posibilidad de crear un humano descendiente de un mono cruzando humanos y primates, al que llamaría «humancé».
Mientras trabajaba en el Instituto Pasteur en París, en 1924, el político soviético Nikolai Gorbunov apoyó sus estudios y le dio el permiso para utilizar la estación experimental de primates de Kindia, en la Guinea Francesa para comenzar sus experimentos entre humanos y primates. Al no disponer allí de monos sexualmente maduros regresó tres años después a la Unión Soviética. Stalin, que conocía el proyecto, vio un gran potencial en él para disponer de un ejército de hombres-monos. Pensaba que serían más fáciles de entrenar y alimentar, no cuestionarían las órdenes de sus mandos y lo más importante, no tendrían remordimientos morales para matar. Por otra parte, conseguirlo representaría una muestra más de la superioridad del comunismo.
El científico regresó a África en 1926 para encontrar simios que le sirvieran en su propósito, mientras, en un laboratorio de Georgia se utilizaron hombres negros al pensar que estaban más cerca de los monos, y en el continente africano comenzó a inseminar con esperma de hombre a tres chimpancés, fracasando en sus intentos. Entonces intentó, sin conseguirlo, la autorización del gobierno soviético para experimentar con mujeres guineanas que quisieran quedar gestantes sin que supieran que iban a ser fecundadas con semen de monos.
A su regreso a la Unión Soviética comenzó a inseminar a mujeres con semen de mono, el problema era encontrar a alguna mujer dispuesta a ser fecundada por un mono. Sorprendentemente encontró dos voluntarias, pero el único orangután sexualmente maduro que tenía falleció antes de iniciar el experimento. Después lo intentó con reclusas de la prisión de Lubianka, sin éxito tampoco.
Ivanov no dejó de perseverar en sus intentos, pero si había algo que no encajaba precisamente bien Stalin era el fracaso, así que su última oportunidad le llegó en la ciudad de Sujumi, a orillas del mar Negro, donde el clima parecía más apropiado para el orangután y los cuatro chimpancés que tenía. Buscó en la ciudad candidatas que desearan quedar embarazadas, analfabetas, para convencerlas de que si tenían éxito serían recompensadas por el propio Stalin. Encontró a cinco voluntarias, pero los simios llegaron cansados y enfermaron muriendo todos antes de poder realizar la inseminación.
Finalmente, Stalin, ante tanto fracaso, ordenó a la policía secreta arrestar al científico en 1930 y lo condenó al exilio a Kazajastán, donde trabajó para el Instituto Veterinario Zoólogo kazago hasta que murió dos años después. Gorbunov, el político que más le apoyó en sus experimentos fue acusado de conspiración para asesinar a Stalin y fue fusilado, así como las cinco voluntarias que encontró Ivanov para ser inseminadas, de esta forma se aseguraban de que nunca revelarían su misión.
En fin, en esta ocasión se juntaron un reputado y genial científico, aunque un poco loco, con un auténtico genocida que dijo en una ocasión…
La muerte de un ser humano es una tragedia, la muerte de un millón, son estadísticas
Joseph Stalin
De cuantas aberraciones puede ser capaz el ser ¿humano?!
Hola libreoyente,
incontables, y si no es el hombre, la naturaleza también se encarga de ello, como el ocurrido estos días en Turquía y Siria. ¡Terrible!
Saludos
Para nuestros protagonistas, los “Comités de Bioética” serían simplemente obstáculos a eliminar…
Saludos!
Hola bisílaba,
de hecho, simplemente no existirían.
Saludos 😉
Si. Lo planteaba como algo hipotético hoy día.
🙂