El Síndrome de Heidi

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Muchos de los que pasamos de cuarenta o cincuenta años de edad recordamos la entrañable serie japonesa de dibujos animados ‘Heidi’ y la música que la acompañaba: «Abuelito dime tú…». Para quien no sepa de qué estoy hablando, se trataba de una niña suiza que tras perder a sus padres y ser llevada a la fuerza a Frankfurt para hacer de dama de compañía de una niña rica, acaba viviendo en las montañas junto a su abuelo. Pues bien, en la actualidad existe un síndrome con su nombre y muchos dicen que se trata de una especie de autobiografía de su creadora, la escritora Johanna Spyri, pero no fue así, aunque su vida y la de Heidi comparten un cierto matiz dramático.

El síndrome

Durante la cuarentena sufrida por la epidemia de Covid muchos son los que han sufrido cierta depresión o ansiedad al estar recluidos en su casa. Puede que algunos sufriéramos en cierta medida el síndrome de Heidi, o Trastorno de Déficit de Naturaleza, término acuñado por Richard Louv en su libro «Los últimos niños en el Bosque», de 2005, para describir estos síntomas a las personas que añoran la vida al aire libre y el contacto con la naturaleza.

Es bien conocido que el contacto directo con entornos más naturales, lejos del ruido de la ciudad, la televisión, los ordenadores… mejora nuestro rendimiento cognitivo, agudiza la reflexión y actúa reduciendo nuestro estrés. Encontramos más de un estudio científico que así lo confirma, como el efectuado en la Universidad de Aarhus, en Dinamarca, en el que determinaron que los niños que crecen en contacto con la naturaleza presentarán un menor riesgo de sufrir enfermedades mentales como la depresión o la ansiedad. De hecho, en los proyectos de las ciudades del futuro se incide cada vez más en que deben ser más «verdes». Hay estudios que incluso han calculado que al mes deberíamos estar un mínimo de cinco horas en un bosque o en un parque lo suficientemente grande para identificarnos y disfrutar de la naturaleza, uno de los motivos por los que empresas como Amazon, Facebook o Apple incorporen en sus oficinas espacios verdes para sus empleados y así aumentar su rendimiento de trabajo.

Johanna Spyri

Nació en 1827 entre las montañas de los Alpes suizos en la aldea de Hirzel. Su infancia transcurrió entre senderos, flores, pinos, riachuelos y verdes praderas, pero sus padres, médico él y poetisa ella, la enviaron a los 14 años a casa de un familiar en Zúrich donde aprendió a tocar el piano y el arpa, esperando siempre ansiosa las vacaciones para regresar a su casa en las montañas. Dos años después la trasladaron a un internado de la localidad de Yverdon, en el cantón francés de Suiza, y una vez licenciada, regresó a su hogar para ayudar a su madre en las labores de casa y cuidar de sus hermanos

¿Y qué es lo que le hizo abandonar ese paisaje de ensueño? El amor, concretamente su boda con un estudiante de Derecho, amigo de su hermano. Se trasladaron a Zúrich, a tan solo once kilómetros de su aldea, pero esto le afectó de tal forma que cayó en una depresión.

Fue el nacimiento de su hijo Bernhard lo que la ayudó a salir de su estado anímico y es cuando comienza a escribir, publicando en 1871 su primer libro, con 44 años de edad. A partir de entonces escribió unas 50 obras literarias, la gran mayoría de ellas cuentos infantiles, que la convirtieron en la escritora suiza más leída y traducida de la historia.

Johanna Spyri fotografiada entre 1870 y 1879

Lo cierto es que cuando su hijo ya tenía la edad para que le contaran cuentos fue cuando comenzó a explicarle la vida de una niña huérfana, que deja la ciudad y vive con su tía, y más tarde con su malhumorado abuelo en las montañas, casi como un ermitaño. Durante tres años no va a la escuela y se hace amigo de Pedro, el pastor. Si analizamos la historia no deja de ser curioso el paralelismo con su vida.

Pero las desgracias no hicieron otra cosa que empezar. En 1884 muere su hijo y poco después también su marido. Es entonces que una sobrina suya se va a vivir con ella y tal como hizo años antes con su hijo comenzó a explicarle sus cuentos. Sigue viviendo en Zúrich, dedicándose a obras de caridad y actos altruistas que podemos trasladar en su cuento de Heidi con la relación que esta mantiene con Clara, una niña condenada a una silla de ruedas por no poder caminar.

Sea un cuento autobiográfico o no, lo cierto es que se hace difícil no asociar a Heidi con su creadora. Y en cuanto a este nuevo síndrome alguien dijo en una ocasión:

La naturaleza no es un lujo, sino una necesidad del espíritu humano, tan vital como el agua o el buen pan.

3 comentarios

  1. Hola FJT,

    Que dato mas curioso la verdad, me hace recordar a las épocas del coronavirus. Espero que sigas haciendo artículos así de interesante y entretenidos

    Un cordial saludo

    Tincete

  2. Vaya, entonces casi todos los que vivimos en una ciudad grande tenemos ese síndrome, especialmente los que nos criamos en el campo 🥴

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