Curiosidades de la medicina en la antigua Roma (II/III)

En los primeros seis siglos de su existencia, los romanos no depositaban su confianza en los médicos, quienes de hecho no existían. En su lugar, buscaban la ayuda de divinidades de otros lugares, como Asclepio. Este período representó un verdadero choque de ideas entre las tradiciones clásicas romanas y las innovaciones de la cultura griega, un encuentro que dejó una profunda huella en la medicina durante siglos.

El símbolo de la Medicina

Imagen de Nina Aldin Thune

¿Por qué elegir una serpiente?

Este enigmático reptil experimenta una mudanza de piel anualmente, un proceso asociado con la sabiduría, la renovación, la fertilidad y la salud. En tiempos de Homero, se mencionó por primera vez el bastón de Asclepio decorado con serpientes. Estos reptiles, de aproximadamente dos metros de longitud, pertenecen al género Coluber longissimus y presentan una coloración negra y amarilla.

La vara de Asclepio
El báculo de Asclepio, para los griegos, o la vara de Esculapio, para los romanos, se creía que poseía el poder de curar todas las enfermedades. Normalmente se representa como un hombre de mediana edad con una expresión serena y barba, pero ¿quién era realmente?

Todo comenzó a los pies de la montaña que se alza frente al santuario del dios Apolo en Epidauro. Fue allí donde nació Asclepio, durante la era de Troya, conocido como el semidiós griego de la medicina. Como hijo de Apolo y una mujer mortal, Asclepio vivió en Tesalia, donde adquirió profundos conocimientos médicos que posteriormente transmitiría a sus hijos, quienes, al igual que él, se destacarían como médicos: Machaon y Podaleirios.


Otras leyendas:

  • Una leyenda sugiere que Asclepio, asistiendo a Glauco, fue alcanzado por un rayo que lo mató al instante. Se cuenta que una serpiente apareció y fue asesinada por Asclepio con su bastón. Posteriormente, otra serpiente revivió a la primera introduciéndole hierbas en la boca. Utilizando estas hierbas, Asclepio logró resucitar a Glauco. Plutón (Hades), el dios de los infiernos, pidió a Júpiter que matara a Asclepio, ya que este curaba a los enfermos y resucitaba a los muertos, dejando el inframundo vacío. Zeus decidió anular su habilidad para resucitar, pero le permitió mantener el don de curar.
  • Coronis, la madre de Asclepio y esposa de Apolo, estaba enamorada de Ischys. Cuando nació su hijo Asclepio, Apolo, enfurecido, lo abandonó en el Monte Titón, donde fue amamantado por una cabra. Un pastor encontró al niño y lo entregó al centauro Quirón, quien le enseñó medicina.

El caduceo y las alas

Aunque se sigue utilizando, de manera errónea, como símbolo de la Medicina, en realidad está asociado a Hermes, el mensajero de los dioses (adoptado por los romanos como Mercurio). William Butts, médico del rey Enrique VIII de Inglaterra, empezó a usarlo como emblema de la medicina en su escudo nobiliario. En 1856, el Servicio del Hospital de la Marina de los Estados Unidos lo adoptó como símbolo de la clase médica. A partir de 1902, se convirtió oficialmente en su emblema, sustituyendo a la Cruz de San Juan, y desde entonces se internacionalizó.

Otro símbolo que muchos reconoceréis es el de la vara de Asclepio en medio de una estrella azul (color que se identifica con la universalidad) con seis puntas, cada una significa un suceso, que duraría 10 minutos, se interpretan en sentido horario (llamada emergencia, notificación, respuesta, atención en el escenario, estabilización en el traslado, cuidado definitivo y atención avanzada).

Medicina griega vs medicina romana

La fama y el honor de Roma tienen su origen en la Ciudad Eterna. Roma contaba con varios dioses protectores de la salud, como Febris, Uterina, Deverra, y Lucina. Sin embargo, cuando incluso ellos, con su poder divino, no podían vencer a la muerte, acudían a los dioses griegos.

En el año 293 a. C., se originó una gran epidemia en Roma. Tras consultar a los oráculos de la Sibila, el Senado decidió construir un templo dedicado a Asclepio (Esculapio) y organizó una delegación para solicitar su protección. Esculapio llegó en forma de serpiente y, al acercarse a la Isla Tiberina, cerca de la Colina Capitolina entre el Foro y el Campo de Marte, saltó a tierra.

Según algunos cuentan, tras la caída del rey Tarquinio el Soberbio, el pueblo romano arrojó su cuerpo en el mismo lugar de donde después surgiría la isla. Un lugar maldito para ellos desde entonces, al que evitaban ir y en el que los criminales condenados pasarían el resto de sus vidas.

Al ver lo sucedido con la serpiente, comprendieron que era una prueba inequívoca de que Esculapio quería que se erigiera allí un templo en su honor. Al finalizar su construcción, la peste cesó y todos los que acudían allí sanaban.

Isla Tiberina, en Roma. Imagen de rabax63

Los romanos construyeron más tarde un gran barco de travertino que abarcaba toda la isla, con un obelisco en el centro que representaba el mástil de un barco. Rodeando la isla con muros, daba la apariencia de presenciar un barco real. Hoy en día, paseando por ese lugar en la Ciudad Eterna, se pueden observar restos de los muros de la isla, así como la iglesia de San Bartolomé y el Hospital de San Juan de Dios.

Esculapio llegó a Roma para quedarse, y durante los siglos posteriores llegaron muchos otros médicos griegos (esclavos en su mayoría) que acabarían abriendo consulta (medicatrina) y que sentarían los cimientos de la medicina romana y de Europa occidental durante la Edad Media y parte del Renacimiento.

Estos pioneros de la medicina enfrentaron numerosas dificultades al ser tachados de impostores y parlanchines. Esta situación, sumada a la inexistencia de regulaciones en la profesión, resultó en críticas más frecuentes que elogios. Aunque es importante mencionar la presencia de médicos competentes, también abundaban aquellos que ejercían la medicina de forma irresponsable y carentes de experiencia.

Críticas de Plinio el Viejo
Plinio el Viejo, distinguido por sus roles como escritor, naturalista, científico y militar, se caracterizaba por su estilo de escritura claro y sencillo. En sus descripciones, relata cómo en el año 219 a. C., un médico griego de nombre Archagatus, hijo de Lisario, se estableció en la Ciudad Eterna. Este médico fue uno de los pioneros en la práctica médica en la antigua Roma, obteniendo la ciudadanía romana y la autorización para inaugurar un consultorio público en la intersección de la Via Acilia, en una taberna otorgada por el Senado. Su enfoque médico se diferenciaba notablemente de las prácticas existentes hasta entonces. A pesar de haber adquirido temporal fama y el sobrenombre de «curaheridas» (vulnarius) por sus tratamientos iniciales en heridas, su armamento quirúrgico, numerosas amputaciones y los resultados desfavorables le ganaron el apodo de «el verdugo» (Carnifex). Era sólo cuestión de tiempo antes de que fuera expulsado y retornara a su lugar de origen.

Los profesionales de la medicina son especialmente criticados por emplear un lenguaje incomprensible para el público, y se han recibido múltiples quejas acusándolos de negligencia y arrogancia. Se les reprocha su actitud cuando afirman que la muerte de un paciente se debe a un incumplimiento del tratamiento recomendado. Se sugería que en la lápida del difunto se mencionara que la causa de su fallecimiento fue la negligencia de un médico, evidentemente de origen griego.

Por otra parte, también se destacan casos de buenos médicos, como Asclepíades de Prusa (siglo I a.C.), originario de Asia Menor. Sus tratamientos, menos invasivos y efectivos, contribuyeron a la difusión de la medicina griega y a honrar a los médicos al final de la República y durante el Imperio.

Antonio Musa

Nunca antes una dieta de lechuga y baños fríos habían ejercido tanto impacto en un imperio. Estoy haciendo referencia al tratamiento prescrito por el médico personal del emperador Augusto en Tarraco, para una dolencia que estuvo a punto de arrebatarle la vida. Aunque pueda parecer una afirmación exagerada a nuestros ojos, en aquellos tiempos el destino de Roma pendía de un hilo. El médico en cuestión era Antonio Musa (63 a.C. – 14 a.C.), un antiguo esclavo griego. Su hermano, Euforbo, fue médico del rey Juba II de Numidia, y ambos estaban versados en los tratamientos con hidroterapia y plantas medicinales. Musa adquirió sus conocimientos de Asclepíades de Prusa, cuya corriente era una de las más seguidas en la medicina de aquel entonces. Su reputación lo llevó a convertirse en el médico personal del emperador, y posiblemente también atendió a toda la familia imperial. De hecho, Musa, junto con Quinto y Cayo Stertinius Jenofonte, fueron los médicos que cuidaron de la ilustre dinastía Julio-Claudia. Augusto enfrentó numerosos desafíos debido a su frágil salud desde temprana edad. Para muchos, es considerado el emperador más destacado, ya que sus políticas expandieron el poder de Roma, marcando el inicio de un período de paz (Pax Augusta) que no se repetiría. Aunque era considerado hijo de un dios, sus enfermedades constantes le recordaban su propia mortalidad.

Aunque hábil y sagaz en política, en la batalla pocas veces participaba en el combate, argumentando que no se encontraba bien y que prefería permanecer en la retaguardia. Padecía de artritis, tiña, tifus, resfriados, colitis, bronquitis, eccemas, cálculos biliares… evitando las corrientes de aire y sintiendo verdadero pánico a los truenos y las tormentas. Pero entre todos sus males, el más grave que se recuerda es el sucedido en el año 23 a. C., coincidiendo con una grave epidemia que asolaba Roma a consecuencia del desbordamiento del río Tíber.

Augusto tenía 40 años de edad y se encontraba en Hispania, intentando dar fin a las conocidas como Guerras Cántabras. Comenzó a sentirse mal como nunca antes y regresó a Tarraco para recuperarse. No se sabe con certeza qué mal tuvo, algunos dicen que una enfermedad hepática o del estómago, aunque también presentaba dolores articulares. Lo cierto es que los tratamientos habituales, como la aplicación de compresas calientes, no hicieron más que empeorar su estado, hasta el punto de que, viendo cerca su fin, se planteó nombrar a su sucesor, cosa que no llegaría a hacer. Fue entonces cuando apareció en escena su médico personal, Antonio Musa, quien modificó el tratamiento aplicando baños de agua caliente alternando con otros fríos en las zonas doloridas y añadiendo una estricta dieta de lechuga.

Milagrosamente, el emperador experimentó una recuperación, por la cual le concedió una recompensa sustancial, incluyendo una gran cantidad de dinero, el privilegio de portar el anillo de oro que simboliza el estatus de eques, y la construcción de una estatua en su honor junto a la de Esculapio en la Isla Tiberina. El Senado, asimismo, le otorgó el privilegio de estar exento del pago de impuestos, un beneficio que también se extendió a todos los médicos a partir de ese momento. Estos honores, que sobrepasan con creces cualquier expectativa para un antiguo esclavo, son significativos; no obstante, lo más destacable es la regulación resultante de la profesión médica.

Regulación de la profesión médica

El médico ofrecía sus servicios de acuerdo con su propio criterio, sin estar sujeto a coerción legal o ética. Los médicos más humildes atendían principalmente a las personas más necesitadas, a pesar de ser menos prósperos. Durante el reinado de Antonino Pío, se promulgó la obligación de que en todas las ciudades los médicos fueran designados oficialmente y de que se brindara atención médica gratuita a los necesitados.

Es durante el reinado del emperador Antonino Pío cuando los médicos incrementaron sus privilegios y se promulgaron leyes que les otorgaban las mismas exenciones que las clases más privilegiadas, especialmente a los arquiatros. Como contrapartida, se esperaba que atendieran de forma gratuita a los más desfavorecidos y que impartieran conocimientos de medicina a los jóvenes. En esa época, había siete médicos en la corte al servicio del emperador, aunque solo uno, el médico personal, recibía un salario en metálico, mientras que los demás recibían provisiones de cereales y aceite.

Todas estas ventajas contribuyeron al aumento del número de médicos en las zonas urbanas, y en numerosos casos se les otorgó el permiso para establecer consultorios privados. Durante el reinado de Alejandro Severo, se erigieron las primeras aulas oficiales destinadas a la enseñanza de la medicina, a la par que se asignó un salario a los profesores de dicha disciplina.


La legislación

En la antigua Grecia, la única sanción prevista para la negligencia médica era el desprestigio profesional; sin embargo, en Roma, si tanto el médico como el paciente eran personas libres, era posible presentar una reclamación por daños y perjuicios (actio in factum). El envenenamiento era considerado un delito especialmente castigado, lo cual llevaba a los médicos a reconsiderar cuidadosamente la petición de veneno por parte de un paciente, ya que la administración equívoca de un medicamento también era interpretada como envenenamiento. El homicidio por envenenamiento conllevaba la pena de muerte, tanto para el ejecutor como para quien preparaba el veneno, generalmente un médico. Una excepción a esta severa sanción era el caso de la muerte de un esclavo, al no considerarse éste como una persona, situación que cambiaría con el emperador Constantino.

El decreto emitido por Constantino en el año 335 d.C. marcó el fin del culto a Asclepio y promovió el establecimiento de hospitales cristianos. Posteriormente, la veneración de los santos se convirtió en una parte integral del tratamiento médico, especialmente honrando a los hermanos gemelos Cosme y Damián.

La consulta de un médico y su instrumental quirúrgico

Reconstrucción de la consulta del médico Eutyches (domus del Chirurgo), en Rimini.

Conocemos algunas residencias donde se atendía a los pacientes, como la localizada en Pompeya, construida probablemente a principios del siglo III a.C. Sin embargo, la casa del Cirujano (domus del Chirurgo), en Rímini, en el noreste de Italia, es excepcional. Se trata de uno de esos descubrimientos que apasionan a los aficionados a la Historia y la Medicina. Es la consulta de un médico de la antigua Roma, donde se encontraron 150 instrumentos quirúrgicos, todo un tesoro.

Durante la segunda mitad del siglo II d.C., la residencia fue reconstruida varias veces, con la adición de nuevas habitaciones y la remodelación de las estancias más importantes con elaborados y ricos pavimentos y pinturas. A principios del siglo III, la domus fue ocupada por un médico llamado Eutyches, quien estableció allí su consulta, convirtiéndola en una «taberna medica». La excepcionalidad del hallazgo radica en que se encontraron numerosos objetos relacionados con la medicina en su interior, como morteros, contenedores de cerámica para preparar fármacos, algunos incluso etiquetados con las hierbas que contenían en su interior, y 150 instrumentos quirúrgicos en bronce y hierro, conformando hasta la fecha el conjunto más completo de instrumental quirúrgico del mundo romano.

Una tercera parte de estos instrumentos médicos estaban destinados a cirugías óseas, además de bisturíes, sondas, tenazas y otros utilizados para realizar trepanaciones. Sin lugar a dudas, este médico se formó bien y se cree que aprendió su profesión en algún lugar de Asia Menor, Oriente o incluso en la misma Grecia, pues adquirió objetos de esas zonas. El hecho de disponer de tanto instrumental quirúrgico sugiere que se especializó en el tratamiento de las heridas, y probablemente se formó como médico militar participando en más de una batalla.

Alrededor del año 260, un incendio, posiblemente provocado por alguna incursión germánica, destruyó la domus. Afortunadamente, el techo se hundió, sepultando la casa bajo una capa de escombros que permitió la conservación de los restos para deleite de los entusiastas de la antigüedad.

Instrumental quirúrgico

Bisturís: hasta 8 tipos dependiendo de su utilidad, también curvados para dar salida al pus en los empiemas pleurales.
Agujas y sondas: para coser, las primeras, y sondas para explorar al paciente.
La «espátula sonda» era un trozo de madera ancho y plano para introducir medicinas en cavidades no tan accesibles.
Tijeras: servían para esquilar ovejas, cortar el pelo y curar heridas. Solían fabricarse en bronce o hierro.
Pinzas y cucharillas: para extraer esquirlas de las heridas, las primeras, y las segundas para raspar concavidades enfermas, especialmente huesos.

Los antiguos romanos desconfiaban de los médicos profesionales, ya que preferían la práctica de la medicina en el ámbito doméstico. En este entorno, la salud de la familia recaía en el pater familias, quien, si bien no tenía permitido ejercer la medicina fuera de su hogar, era responsable de ella. Este panorama se debía a que las familias distinguidas de Roma miraban con desdén la práctica de la medicina por parte de un hombre educado. El servus medicus, por su parte, se encargaba de administrar los tratamientos, los cuales solían consistir en remedios caseros basados en el conocimiento de la medicina etrusca y oriental, empleando hierbas, vino, amuletos y predicciones por medio de augurios. Debido a la escasez de hospitales, los enfermos debían recibir atención en sus propias viviendas, siendo sus familiares o esclavos quienes los cuidaban y suministraban los medicamentos recetados.

Aquí lo dejo por el momento. Si queréis obtener más información, os invito a seguir la próxima entrada que publicaré próximamente. 🙂

Una respuesta a “Curiosidades de la medicina en la antigua Roma (II/III)”

  1. Avatar de ¡Quiero ser un legionario romano! –

    […] un nivel de atención superior al que recibiría un civil sin los recursos necesarios para pagar un médico […]

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