De la misma manera que hoy en día, para solicitar un puesto como funcionario del orden público o militar, se deben aprobar una serie de exámenes y requisitos físicos, en la antigüedad, el ejército romano tenía un proceso de selección al reclutar nuevos soldados para las legiones.
Recientemente tuve la oportunidad de asistir a la conferencia ofrecida por Juan Manuel Melchor en el Paraninfo de la Facultad de Medicina en Barcelona. Durante el evento, pude apreciar algunas de las reproducciones de material médico quirúrgico de su propiedad. Cabe destacar que la entrada es libre y dicha exposición estará disponible en el vestíbulo de la Facultad de Medicina hasta el mes de Julio. Entre las piezas en exposición, una en particular captó mi atención: las varas o cañas que solían utilizarse para medir la altura de los aspirantes a legionarios.
La vida de un legionario
Es cierto que eran muchos los que aspiraban a seguir esa carrera, no sólo porque la demanda de soldados era elevada –se necesitaban entre 7 500 y 10 000 reclutas nuevos cada año–, sino también porque ofrecía numerosos incentivos a los candidatos, al garantizar comida, alojamiento y un salario fijo.
Existían también oportunidades de promoción interna, así como ciertos privilegios al enfrentar procesos judiciales, en los que la condición de soldado era sumamente ventajosa. Durante el servicio, el soldado tenía la posibilidad de aprender un oficio, e incluso a leer y a escribir, además de recibir una atención médica superior al promedio de los demás romanos.
Naturalmente, había contrapartidas: el legionario debía obedecer las órdenes de los mandos, y soportar castigos corporales e incluso la pena capital sin muchas opciones de defensa. Tampoco podía contraer matrimonio legalmente, aunque en la práctica muchos soldados tenían esposa e hijos no reconocidos oficialmente.
Después del reclutamiento, el legionario era asignado a su unidad, generalmente en un campamento estable de tamaño variable ubicado en las fronteras del Imperio, donde vivirían en un entorno muy diferente al de un civil.
La jornada de un legionario se puede resumir de la siguiente manera: tras el desayuno y la revisión, a cada soldado se le asignaban tareas siguiendo las instrucciones del cuartel general, las cuales eran registradas detalladamente en una hoja de servicios. Estas labores incluían guardias en diferentes áreas del campamento, como la entrada, los parapetos, las torres o los principia. Algunos legionarios se encargaban del mantenimiento del calzado, las armas, las letrinas y las termas, mientras que otros servían como escolta para oficiales o llevaban a cabo misiones fuera del campamento, patrullando por los caminos.
Además de las tareas individuales, a los soldados se les exigía entrenar con su unidad participando en marchas o ejercicios en grupo.
Y del tiempo libre, ¿qué? Pues bien, tenían diversas opciones para disfrutar su tiempo libre, como visitar las termas del campamento, un lugar adecuado no sólo para descansar y mantener la higiene, sino también para relacionarse socialmente. Otra actividad era ir a los asentamientos que se formaron cerca de los campamentos, conocidos como canabae, donde los legionarios podían socializar, beber, jugar e incluso visitar un burdel.
Las pruebas para ser legionario
El servicio duraba veinticinco años, por lo que el candidato debía ser joven, entre los 17 y los 23 años. Si venías del campo, probablemente tendrías más opción de ingresar que si lo hacías de una ciudad, ya que las condiciones de vida en el campo eran más duras y se pensaba que aguantaría mejor el rigor de la vida militar.
Se buscaba un equilibrio entre la simpleza y la sabiduría, con el objetivo de tener hombres que siguieran las órdenes sin cuestionarlas. Se apreciaba a aquellos que tenían habilidades útiles para la vida en el campamento, como herreros, carpinteros, carniceros y cazadores. Algunos incluso contaban con cartas de recomendación escritas por personas influyentes que elogiaban sus habilidades.
Debían pasar la probatio que consistía en un examen físico, una evaluación intelectual y una evaluación legal final, ya que los jóvenes que se sometían a este proceso debían demostrar su ciudadanía romana.
Se preferían reclutas fuertes y robustos para aguantar las marchas largas y los trabajos duros. No es difícil imaginar que ser soldado no era para cualquiera.
Altura
La altura promedio de los hombres romanos oscilaba entre 5 pies y 2 palmos, y 6 pies (aproximadamente 1,54 m y 1,68 m), mientras que las mujeres tenían una estatura entre 5 pies y 5 pies y 2 palmos (alrededor de 1,40 m y 1,54 m).
En términos de la estatura requerida, este requisito podía variar dependiendo del momento histórico y del rango al que el soldado aspirara. Por ejemplo, en el año 58 a.C., Julio César especificó que los legionarios debían medir al menos 5 pies y 3 palmos (equivalente a 1,61 metros en la actualidad), mientras que aquellos considerados soldados de élite debían superar los 6 pies (1,68 metros).
Durante la época Imperial, se estableció que los soldados de las primeras cohortes o los jinetes de caballería debían tener una estatura entre 1,71 y 1,77 metros. No obstante, esta exigencia podía ser flexibilizada en casos de necesidad de reclutar a un mayor número de soldados, incluso, se rebajó a 1,65 m a finales del Imperio, y con Vespasiano I, se estableció en 1,54 m.
Pero, ¿cómo medían la talla de los legionarios?
En ciertos textos, esta forma de medición se conoce como versta. Era utilizada en Rusia como una unidad de longitud, en la actualidad obsoleta. Su valor era de aproximadamente 1,555 metros, aunque variaba según la región.
El personal médico
Los romanos fueron los primeros en crear y organizar un hospital (valetudinarium), de manera similar a los actuales, aunque con funciones militares e incorporados en sus campamentos durante las batallas. Los primeros de estos hospitales fueron construidos durante el reinado del Emperador Augusto, quien, a pesar de establecer un estado relativo de paz, la llamada Pax Augusta, mantuvo una serie de constantes guerras fronterizas para la expansión territorial.
El hospital desempeñó un papel crucial en tiempo de guerra, ya que era la instalación designada para cuidar a los soldados afectados por lesiones de guerra, enfermedades o accidentes laborales derivados de su rutina diaria. Su estructura normalmente incluía un patio central alrededor del cual se distribuían las salas para los enfermos y otras instalaciones necesarias. Además, los hallazgos de instrumentos médicos y la información de recetas creadas por médicos militares indican un nivel de atención superior al que recibiría un civil sin los recursos necesarios para pagar un médico privado.
Capsarii
Entre el personal médico es relevante destacar a los capsarii, quienes desempeñaban el papel de médicos de campo. La denominación proviene de las «capsae», que eran las bolsas de vendajes que portaban. El capsarius estaba encargado de preparar y llevar consigo la bolsa (o «capsa»), que era una caja redonda que contenía el instrumental médico y los ungüentos utilizados en el campo de batalla, ubicándose justo detrás de las primeras líneas en acción.
Tras brindar los primeros auxilios, los heridos eran trasladados al hospital de campo. Cada legión contaba con una unidad especial compuesta por carros, caballos y camilleros con este propósito. Esta labor cumplía dos objetivos: en primer lugar, evacuar rápidamente a los heridos graves tras recibir los cuidados iniciales y, en segundo lugar, atender a los heridos leves. Básicamente, se trataba de proporcionar atención rápida a las heridas menos graves para que los individuos pudieran retornar al campo de batalla lo antes posible.
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