
Cuenta la leyenda (y los segovianos) que el Acueducto de Segovia fue obra del demonio, sin embargo, es tan magnífico que ni tan siquiera él pudo terminarlo. Claro está que su arquitecto no fue el maligno, sino expertos romanos, y que se trata de una de sus mejores construcciones en España, todo un símbolo de la época de esplendor que vivió el Imperio romano.
La leyenda
En una ocasión había una joven que tenía que recorrer más de 16 kilómetros para llegar al manantial a por agua. La muchacha, cansada de cargar con el cántaro cada día, pensó en vender su alma al diablo con tal de que tuviera el agua en la puerta de su casa a la mañana siguiente.
El diablo no tardó en aparecer a la joven y le propuso construir un acueducto esa misma noche que satisfaciera su deseo a cambio de entregarle su alma. Así pues, se puso a trabajar y con él una multitud de diablillos que le ayudaron a mover las grandes rocas que debía tener. De repente, una gran tormenta dificultó la tarea de los pequeños demonios, pero trabajaron toda la noche para terminar su encargo. Mientras, la joven, arrepentida por el pacto con el maligno, comenzó a rezar a la Virgen para que se apiadara de ella y tras escuchar su súplica adelantó el amanecer, iluminando las calles antes de que la noche llegara a su fin. Cuando el gallo cantó quedaba tan solo una roca para terminar el acueducto, pero fue suficiente para que el diablo no pudiera robarle el alma, debiendo huir dejando las marcas de sus pezuñas en las piezas de piedra y dejando la construcción a los segovianos.

El origen de los acueductos hay que buscarlo en el Oriente Medio siglos antes de que los romanos los extendieran por todo el Mediterráneo. Sus ciudades y pueblos requerían agua y para transportarla desde los lejanos manantiales levantaron los acueductos que dejaban que el agua se moviera por gravedad, a lo largo de un ligero gradiente de descenso global en conductos. El primer acueducto de Roma se construyó en el siglo IV a. C. y suministraba agua a una fuente del mercado de ganaderos de la ciudad. 700 años después la Ciudad Eterna dispuso de once acueductos, manteniendo una población de más de un millón de habitantes.
Una obra imperecedera
El análisis de los restos arqueológicos de una excavación en el año 1998 del acueducto hallaron cerámicas de terra sigillata hispánica, que se han recuperado en las fosas de los pilares que sostienen las arcadas y encontraron un sestercio acuñado entre los años 112 y 116, en tiempos de Trajano. Con estos datos se determinó que las primeras piedras fueron colocadas unos años más tarde de lo que se pensaba, concretamente en los primeros años del siglo II d. C. durante la parte final del gobierno de Trajano o con el gobierno de Adriano, prolongándose su construcción incluso en época de Antonino Pío, tiempos de esplendor tanto de la ciudad de Segouia, como de las provincias romanas de Hispania, que crecieron en importancia.

El nombre «acueducto» procede del latín aqua (agua) ducere (conducir) y en esto a los romanos no les ganaba nadie. Tras un minucioso estudio por parte de los ingenieros del terreno por donde debían canalizar el agua desde el manantial hasta la ciudad, una vez intramuros la distribuían mediante arquetas, que se subdividían para abastecer las fuentes y las casas.

La monumentalidad del Acueducto de Segovia es bien visible para todo aquél que se acerca a verlo en el tramo del centro de la ciudad, con la Plaza del Azoguejo a la izquierda y la Plaza de la Artillería a la derecha. Cuenta con 167 arcos y casi 30 metros de altura máxima, con una longitud de 16 222 metros que hacen llegar el agua el manantial de la Fuenfría, en la Sierra de Guadarrama, hasta la ciudad. Hecho con bloques de piedra granítica procedentes de la misma sierra, están labradas en forma de rectángulo y ensambladas sin argamasas, sosteniéndose una con otra mediante un perfecto estudio de las fuerzas de empuje. Muy cerca, en la Plaza Mayor, se encuentran los restos arqueológicos de uno de los desarenadores empleados para eliminar las impurezas del agua.
Con el paso del tiempo intentaron destruirlo o aprovechar las piedras para sus propias construcciones, como el rey moro Al Mamún, que solo consiguió derribar 36 de sus arcos, o cuando el monarca Alfonso VI empleó algunos de sus bloques de piedra para levantar las murallas.
El Acueducto de Segovia es Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO desde 1985, y las marcas que aún pueden verse en sus piedras no son las del diablo, sino la de los huecos donde iban colocados los andamios durante su construcción. Pero la leyenda sigue muy viva entre los segovianos y si les preguntamos por los constructores del acueducto responderán que fueron esos diablillos y el mismísimo Lucifer, algo que, por otra parte, parece muy posible pues permanece en pie después de 2000 años.
Para terminar, una recomendación culinaria. Si visitáis Segovia y queréis disfrutar alguno de los platos típicos de la ciudad como el cochinillo asado, os recomiendo el Mesón de Cándido, justo al lado del acueducto. De fama reconocida internacionalmente, por él pasaron y disfrutaron ilustres personajes, y otros no tan ilustres, como un servidor 😉





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