La «fiebre de las trincheras»

Durante la Primera Guerra Mundial, en junio de 1915, un soldado británico se presentó al médico militar al no encontrarse bien. Experimentaba dolor de cabeza, mareos, así como un intenso dolor en la parte baja de la espalda y las piernas. En las semanas siguientes, los mismos síntomas comenzaron a manifestarse entre otros soldados en las trincheras, lo que llamó la atención del galeno. Se encontraba delante de lo que parecía ser una nueva enfermedad.

Se estima que durante esa guerra, hasta un tercio de las víctimas aliadas en el frente occidental perdieron la vida en las trincheras. Las condiciones extremas en las que se encontraban estos soldados eran verdaderamente desgarradoras. Es probable que pensaran que se encontraban en el mismísimo infierno. No sólo sobrevivían y descansaban, como podían sino que también satisfacían allí sus necesidades básicas. Aquellos que no perecían por impactos de bala o explosiones, sucumbían a enfermedades contraídas por microorganismos.

La enfermedad

Se conoce también por otros nombres como fiebre de Meuse, fiebre quintana, fiebre de Wolhynia… Aproximadamente 15 a 25 días después de haber sufrido la picadura de piojos, los pacientes comienzan a experimentar fiebre, cefalea e intensos dolores óseos, especialmente en las tibias. En ocasiones, el cuadro clínico se acompaña de artralgias y mialgias. La fiebre progresa en forma de brotes, con intervalos de aproximadamente 5 días, siendo cada nuevo brote menos grave que el anterior.

Es causada por la bacteria Bartonella quintana, y es poco probable que cause la muerte del afectado. No se reportaron muertes por esta enfermedad durante la Primera Guerra Mundial.

Aunque es comúnmente conocida como «fiebre de las trincheras», esta enfermedad no afecta únicamente a los militares, sino que puede impactar a cualquier persona. En la actualidad, se han reportado casos, especialmente entre personas sin hogar. En lugar de disminuir, esta enfermedad en las últimas tres décadas ha ido en aumento, siendo la falta de higiene personal el factor principal en su propagación.

Recientes investigaciones van más allá y apuntan a que sin conocerse, ya existía siglos atrás. En algunas ocasiones, con el fin de distinguirla de otras enfermedades febriles tales como el tifus, la leptospirosis y la enfermedad de Lyme, se lleva a cabo un diagnóstico definitivo mediante pruebas serológicas. Además, como parte del tratamiento, se prescriben tetraciclinas como la primera opción terapéutica.

Para saber más

A note on a relapsing febrile illness of unknown origin, Graham JHP. The Lancet. Volume 186, Issue 4804, 25 September 1915, Pages 703-704

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