El bidé, ese curioso artilugio

La Toilette intime ou la Rose effeuillée, de Louis-Léopold Boilly 

Hace mucho, mucho tiempo (bueno, en realidad no tanto), en un reino no muy lejano, la reina de Nápoles y Sicilia María Carolina de Habsburgo-Lorena quiso instalar uno en su Palacio Real de Caserta. Cansada de los incómodos métodos de higiene personal, decidió utilizar un trono especial para su propio bienestar. Este trono no era como los demás, sino que tendría la capacidad de limpiar con agua las partes más íntimas de la reina. Así nació el primer bidé, que con el tiempo evolucionaría hasta convertirse en el bidé que conocemos hoy en día. Y colorín colorado, este es el origen (o quizá, no) del bidé, un trono que reina en los baños de algunas casas con su frescura y comodidad real.

El bidé, ese exquisito artefacto de limpieza, se erige como una fuente de pureza, sus delicados chorros de agua acarician la piel con una suavidad celestial, brindando una experiencia sublime que trasciende lo mundano. En su uso, el bidé se convierte en un oasis de frescura y refinamiento, se alza como un elegante compañero en el cuarto de baño, ofreciendo una alternativa refinada para la higiene personal.

Algunos lo adoran como un accesorio imprescindible de la higiene íntima, mientras que otros lo ven como un adorno extraño ocupando espacio en el lavabo. Sea como sea, su origen sigue siendo un misterio..

El «confidente de las damas»

Algunos cuentan que los caballeros de las Cruzadas podrían haber sido los pioneros del bidé después de volver de Tierra Santa, usándolo para mantener la higiene antes y después de las aventuras amorosas. Aunque, la versión más popular asegura que el bidé fue una brillante idea que surgió en el siglo XVIII en Francia.

Resulta que la palabra «bidé» proviene del francés «bidet», ¡que significa «caballo pequeño»! Haciendo honor a su nombre, ¡una postura digna de jinete! Pero si tengo que elegir un nombre me quedo con el que le dieron los franceses «Le confident des dames» o «confidente de las damas», estos franceses… siempre tan considerados.

La primera referencia escrita que tenemos del bidé la encontramos en el encuentro «incómodo» que tuvo lugar entre Louis de Voyer de Paulmý, ministro del rey Luis XV, y Madame de Prie. Así lo relata en sus memorias…

Un día, al ser recibido en audiencia por Madame de Prie, la encontré sentada a horcajadas en un curioso mueble en el que se disponía a lavarse sus partes íntimas, al mismo tiempo que hablaba conmigo.

Bidé victoriano Imagen de artlovingitaly.com


El bidé como anticonceptivo

Sí, has leído bien. De hecho, solían estar ubicados en los dormitorios, listos para ser usados después de momentos íntimos apasionados, para evitar quedar embarazadas y como una forma de evitar el contagio de enfermedades. En aquel entonces, eran un accesorio popular entre las personas más humildes, pero luego se pusieron de moda entre las nobles de Francia en el siglo XVIII y ¡voilà!, su fama se expandió por el sur de Europa. ¡Hasta Napoleón Bonaparte aliviaba su trasero con un bidé después de cabalgar! Parece que le gustaba tanto que decidió dejarlo en herencia a su hijo.

Para los pioneros bidés se utilizaba la madera, ¡sí, así como lo oyes! De hecho, uno de los primeros bidés del mundo se remonta a 1710, creado por el fabricante de muebles francés Christopher Des Rosiers. Tenían incluso un respaldo de madera y una tapa que escondía una palangana de loza. Un poco más tarde, en 1750, le agregaron un dispositivo que lanzaba agua desde un depósito en la parte inferior, ¡todo accionado manualmente!

2 respuestas a “El bidé, ese curioso artilugio”

  1. Avatar de Amira Armenta

    El bidé va a ser una buena opción cuando el agua escasee y no nos podamos duchar tanto como quisiéramos…, ojalá en un futuro no muy cercano.

    1. Avatar de franciscojaviertostado

      Hola Amira,

      pues va a ser que sí. No somos conscientes de lo que tenemos hasta que nos falta.

      Abrazos

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