Obusitis. Sí, va de obuses y de algo más

1917 película dirigida y producida por Sam Mendes (2019)

Durante los años 1915 y 1916 se desarrolló en el contexto de la Primera Guerra Mundial, especialmente en territorio belga y francés, la conocida como «Guerra de trincheras», consecuencia del fracaso de la guerra relámpago de los alemanes. Se trató de una guerra de desgaste en la que las penosas condiciones minaron la moral de la tropa por librarse en terrenos enfangados, entre ratas, bajo la artillería, lanzallamas y gases venenosos ocasionando un gran número de bajas. Sin embargo, apareció por primera vez un inesperado contratiempo en ambos lados de la contienda que ocasionó que muchos soldados tuvieran que retirarse del frente acusados de cobardía por sus mandos…

Un grave problema para los ejércitos

La «Guerra de trincheras» supuso que alrededor del 10 % de los soldados murieran en la batalla. Los servicios médicos eran primitivos, y los antibióticos todavía no se habían descubierto, así que, heridas en teoría insignificantes podían resultar mortales a consecuencia de la infección. Aunque el 75 % de las heridas ocasionadas en la guerra procedieron del fuego de artillería, enfermedades como la disentería, el tifus, el cólera y el riguroso frío del invierno no eran menos temidas. La explosión de un obús también podía matar a través del traumatismo provocado por la onda expansiva, y si a esto añadimos el trastorno por estrés postraumático, podéis haceros una idea de la gravedad del asunto.

Shell shock

Es en estas duras condiciones que comenzaron a evacuarse soldados afectados de un problema que inicialmente se interpretó como un trastorno psicológico grave que en poco tiempo se convirtió en un serio asunto para las autoridades militares. Las cifras de bajas son elocuentes, solo entre los británicos hubo 80 000 casos, y como decía antes, muchos se consideraron actos de cobardía y se iniciaron 240 000 consejos de guerra, de los que se sentenciaron a muerte a 3000 soldados, ejecutándose finalmente a 346 de ellos.

Los mandos vieron que la situación era insostenible y decidieron que los soldados afectados podían descansar unos días y regresar a la línea de combate después. En los casos en los que persistían los síntomas, se derivaban a un centro psiquiátrico ubicado detrás de las líneas para que un médico especialista lo supervisara. El problema, lejos de disminuir, aumentó, y en 1917 se prohibió como diagnóstico en el bando británico y se censuró hablar de él, incluso en las revistas de Medicina.

Este problema recibió diversos nombres. Los británicos lo llamaron shell shock, los españoles psicosis del alambre de púas, los alemanes temblores de la guerra y los franceses obusitis. Los síntomas podían ser muy diversos: desde no hablar, hasta quedar ciegos; quedar doblados por la mitad, incapaces de sostenerse en pie; otros vomitaban o presentaban diarreas incontrolables; otros, temblaban, tenían hipersensibilidad al ruido, sufrían de pesadillas o simplemente desconectaban del mundo, presentando la mirada de los mil metros (thousand-yard stare), característica del trastorno de estrés postraumático.

Los médicos estaban perplejos ante lo que se encontraban. Unos decían que estos síntomas no eran más que manifestaciones producidas por lesiones en el cerebro por la onda expansiva de las bombas; otros decían que eran casos de envenenamiento por el monóxido de carbono producido por las mismas. Sin embargo, con el paso del tiempo, aparecían más y más casos que no tenían ninguna relación con el fuego de artillería.

Los oficiales decían que no eran más que casos de cobardía; tal vez inconscientes para el propio soldado. Al principio, se trataron sus contracturas con cloroformo y descargas eléctricas.

Un trastorno a estudio

La comunidad científica no se puso de acuerdo y el ejército encargó a Charles S. Myers, psicólogo en la Universidad de Cambridge, analizar las causas de este mal y los posibles tratamientos. Tras examinar cientos de casos, determinó que no presentaban nada físico y que se trataba de un trastorno psicológico, consecuencia de un trauma reprimido. Aconsejó que debían trasladarlos a un ambiente adecuado, lo más alejado posible del campo de batalla, usando una terapia psicológica. El problema es que muchos de estos pacientes eran dados de alta sin posibilidad de integrarse en la sociedad y mucho menos volver a la guerra, que era lo que quería el ejército.

Tras la Segunda Guerra Mundial se reemplazó el término por el de «fatiga de combate», hasta que, en el año 1982, se reconoció que las secuelas que podían quedar tras la exposición a un suceso traumático podían configurar un trastorno mental conocido como trastorno de estrés postraumático.

Para saber más

Shell Shock: una historia de las actitudes cambiantes hacia las neurosis de guerra por Anthony Babington (Leo Cooper, 1997)

Problemas para regresar a casa: las bajas psicológicas británicas de la Gran Guerra por Peter Leese (The Historical Journal, volumen 40, 1997)

El pie de las trincheras

Información basada en el artículo de jralonso.es

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