
Algunos políticos -puede que muchos- cuando nos miran a la cara deben vernos como extraterrestres. No sé si os pasa también a vosotros, pero tengo la sensación que piensan que somos de otra galaxia distinta a la suya o que directamente nos toman por tontos. Puede –mejor dicho, estoy convencido- que tras leer este artículo encontréis similitudes con los tiempos que nos tocan vivir, sin embargo, hablaré de un término relacionado con una teoría descrita hace 2.000 años por el historiador griego Polibio, que sigue muy, pero que muy vigente: la oclocracia.
Jean-Jacques Rousseau concebía la democracia como un gobierno directo del pueblo, pero cuando la voluntad general del pueblo cede ante la voluntad y los intereses de un grupo de personas, es cuando se instaura la oclocracia. Así, un grupo de gente gobierna con la voluntad “viciada, confusa e irracional”, sin los requisitos necesarios para considerarlos “pueblo”.
Mucho antes que Rousseau, el gran Aristóteles, desarrolló la “teoría de la anaciclosis” con la que explicaba la sucesión de los sistemas políticos, y tomando de modelo estas formas de gobierno, Polibio, en su obra Historias describe una sucesión de seis regímenes políticos que se suceden cíclicamente, cada uno de ellos correspondiendo a una degeneración del anterior:
El ciclo se cierra cuando la Oclocracia muta nuevamente en Monarquía.
Grandes pensadores como Ortega y Gasset, Sartori y Pericles, entre muchos otros, advertían que el objetivo de los oclócratas es el de legitimarse delante de la sociedad. Para conseguirlo manipulan a los más ignorantes con sus discursos llenos de demagogia, fomentando los miedos, creando deseos imposibles de alcanzar, jugando con los sentimientos mediante grandilocuentes discursos que se repiten hasta la saciedad, apoyados tanto en una propaganda manipuladora de la educación, como en los medios de comunicación, sin olvidarnos tampoco de la ocupación de la calle. Esto no es nada nuevo, sino que a lo largo de la historia encontramos muchos ejemplos:
Las mujeres se echaron a la calle en una manifestación de proporciones inimaginables. Una enorme multitud entró en el Capitolio. Ni la autoridad, ni el pudor, ni las órdenes de sus maridos consiguieron hacerlas volver a casa. Ocuparon todas las calles de la ciudad y los accesos al Foro, suplicando a los hombres que bajaran hasta allá. Reclamaban que se les devolvieran sus «adornos de antes». La afluencia iba aumentando con el transcurso de los días, porque llegaban mujeres de otras ciudades y no dudaban en preguntar a los cónsules o abordar a los magistrados.
Era el año 215 a. C. y el ejército romano acababa de ser derrotado por Aníbal en la batalla de Cannas. Necesitados de dinero, los políticos votaron la Lex Oppia que limitaba a las mujeres gastar dinero en joyas y vestidos ostentosos.
Otras manifestaciones pacíficas marcaron la historia del siglo XX como la de las sufragistas que rodearon la Casa Blanca (1917), la Marcha de la Sal (India, 1930), los disturbios de Soweto (Sudáfrica, 1976), las protestas contra la guerra de Vietnam (Estados Unidos, 1964)… No obstante, cada vez es más frecuente encontrarnos con manifestaciones reivindicativas, en ocasiones convocadas tan repetidamente que acaban convirtiéndose en algo «normal» y rutinario de nuestras vidas.
En la actualidad, con las nuevas tecnologías y las redes sociales, esta “ocupación” de la vía pública se muestra como eficaz altavoz, y en muchos casos, algunas de las multitudinarias manifestaciones que se suceden parecen ser utilizadas para ganar apoyo popular, controlar las masas y anular la voluntad general de los ciudadanos que dejan a un lado las verdaderas necesidades de la sociedad.
La calle vive los cambios políticos sociales, pero la calle es de todos, como la libertad, y así lo explica el político y abogado Miquel Roca Junyent en un artículo publicado hace ya un tiempo en La Vanguardia: “apropiarse de ella como estrategia permanente es una apropiación indebida y peligrosa que debilita otros derechos y a las propias instituciones a la hora de solucionar conflictos, no puede ser ocupada”.
Polibio es considerado uno de los más importantes escritores de teoría constitucional y sus teorías fueron consideradas tanto por Cicerón, Montesquieu o los Padres Fundadores de los Estados Unidos. De todos los sistemas políticos Polibio consideraba a la Oclocracia como el peor de todos ellos, el más degenerado de todos. Y tú, ¿qué piensas?
Para saber más:
Las formas de gobierno en la historia de Roma de Polibio. Universidad Pontificia de Madrid (PDF)
Links fotos:
Manfred Werner – Tsui; salamancartvaldia.es; LibertoC
Información basada en Wikipedia.org
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