Los fotógrafos de Hitler

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El dictador ensayando sus discursos en el estudio de Hoffmann.

Amante de discursos grandilocuentes, maestro en la conquista del poder, sus simples, rudos y viscerales sermones llegaban al corazón del pueblo. Jugó con los sentimientos del orgullo nacional, muy mermado tras la Primera Guerra Mundial y con el posterior Tratado de Versalles, se aprovechó de la crisis económica de la Gran Depresión  y llevó al Partido Nazi al poder, liderando el Tercer Reich y estableciendo como objetivo ese Nuevo Orden basado en la hegemonía de Alemania  y su política expansiva en Europa.

Sus discursos le ayudaron a conseguir el poder, pero su plan era mucho más ambicioso, quería que su proyecto perdurara mil años. Al igual que los faraones con sus pirámides y sus esfinges, o que los césares con sus bustos y estatuas, el dictador encontró en la fotografía un arma propagandística, y ya se sabe “una imagen vale más que mil palabras”.

El poder de la imagen es algo que podemos comprobar de una forma u otra casi a diario en las redes sociales, una forma de transmitir mensajes sin palabras. El interpretar lo que se ve y ponerlo en el contexto del mundo que vivimos es una manera de comunicar determinante, algo que muchos han denominado “política visual”. Y es que esa imagen capturada puede permanecer en la memoria colectiva durante mucho tiempo y Hitler lo sabía.

Muchas de las imágenes que se conservan de él y de la cúpula nazi fueron tomadas por dos de sus fotógrafos preferidos: Heinrich Hoffmann y Hugo Jaeger.

El Hitler más intimista

Heinrich Hoffmann

Hoffmann realizó alrededor de medio millón de fotografías en el tiempo que estuvo al servicio de Hitler, todas ellas con el objetivo de publicitar la política nazi y dar testimonio futuro del régimen.

Su padre había sido fotógrafo oficial de la nobleza alemana y Hoffmann se trasladó a Inglaterra donde trabajó en un estudio reconocido. Fue fotógrafo militar del ejército bávaro en el frente occidental contra los franceses durante la Primera Guerra Mundial.

Salida de la prisión de Adolf Hitler

En 1923 inició su relación con Hitler, coincidiendo con su salida de la prisión, y desde entonces lo acompañó en casi todos sus actos públicos. En 1929 la muerte de su primera mujer ayudó a estrechar los lazos de amistad entre ambos.

Trabajaba en un pequeño estudio que se expandería rápidamente y contrató como ayudantes a las entonces adolescentes, Eva Braun y Gretl Braun. El propio Hoffmann y su segunda esposa, Erna Gröbke, le presentaron en octubre de 1929 a Eva Braun, iniciando dos años después su relación que como bien sabemos finalizó el día de su muerte.

Hitler encontró en la casa de los Hoffmann una amistad y confianza que perduró hasta los últimos días de la guerra y esta relación hizo prosperar su negocio fotográfico de tal forma que abrió estudios en distintas ciudades europeas.

Especialmente curiosas son las instantáneas que tomó de Hitler mientras ensayaba sus discursos, imágenes que revisaba para ver si parecía lo suficientemente persuasivo y convincente en sus discursos. Algunas de ellas le parecieron tan grotescas que ordenó a Hoffmann destruirlas, orden que no cumplió.

La cercanía y lealtad que tuvo con Hitler le permitió retratarle en unas 2 000 fotografías, algunas mostrando su lado más íntimo, escenas particulares de su vida social con Eva Braun y otras tan curiosas como las que le muestran en actitud cariñosa con Rosa Bernile Nienau, una niña de seis años.

Fotografía de la casa de subastas históricas Alexander que muestra a Adolf Hitler junto a la niña judía Rosa Bernile Nienau. EFE

El caso de esta niña es curioso. Inicialmente se usó la imagen como propaganda para presentarle como una persona simpática y amable, cercana a la gente y a los niños. Se la conoció desde entonces como “la hija del Führer” por compartir cumpleaños y otras celebraciones -incluso ella le llamaba “tío Hitler”-, pero lo que no se sabía –o quizás sí- era el hecho de que esta niña tenía una abuela judía (es decir, ella era “un cuarto judía”). Tras advertírselo un colaborador cercano, se prohibió a la niña y a su madre que se acercaran a Hitler.

Hoffmann nunca ostentó ningún cargo político pero su privilegiada posición y la confianza que Hitler le proporcionó, le permitió acceder al círculo más cercano del Führer.

Finalizada la guerra, se le juzgó y condenó a 10 años de prisión por ser propagandista del Reich y de enriquecerse tras servir a los nazis. Solo cumplió cuatro años y fue liberado en 1950, muriendo siete años después a la edad de 72 años.

Y llegó el color…

Hugo Jaeger—Time & Life Pictures/Getty Images

Las primeras fotografías en color del fotógrafo Hugo Jaeger deslumbraron a Hitler y no tuvo que esforzarse demasiado para convencerle de que las fotos en blanco y negro eran algo del pasado (y del presente) pero no del futuro. Así, Jaeger se convirtió en uno de sus fotógrafos preferidos permitiéndole acompañar en viajes oficiales y también en la intimidad.

Jaeger retrataría también a los judíos de Varsovia y Kutno tras la invasión alemana y al finalizar la guerra no recibiría ningún castigo a diferencia de Hoffmann. Fue lo suficientemente inteligente como para enterrar más de 2 000 fotografías en tarros de cristal, vendiéndolas a la revista Life en el año 1965 por una cantidad nunca revelada. Unas fotos hechas públicas hace tan solo una década y que no dejan de sorprender y dejar indiferente a nadie.

Para saber más:

Gettyimages Fotos de Heinrich Hoffmann

Más fotos

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