Hay numerosas réplicas de La Gioconda de Leonardo da Vinci distribuidas en todo el mundo, y el Museo del Prado conserva una versión considerada tardía. Sin embargo, hace unos años, tras una restauración, se confirmó que esta obra fue pintada durante la vida de Leonardo, posiblemente por Francesco Melzi, un pintor de su taller.
No sabemos mucho sobre él y se le menciona poco en comparación con su maestro, por supuesto. Sin embargo, considero que merece ser rescatado del injusto olvido en el que ha caído, por lo que me he animado a preparar este artículo. Por lo tanto, no hablaré del genial Leonardo, ya que le dediqué una entrada hace tiempo. En cambio, me centraré en uno de sus discípulos, quien fue el responsable de conservar gran parte de su legado y sus códices hasta el día de hoy. Aquí expondré su importancia.
Giorgio Vasari, quien acuñó el término Renacimiento («rinascita»), es considerado uno de los primeros historiadores del arte. En la biografía que escribió de Leonardo da Vinci a mediados del siglo XVI, se refiere a Melzi como «(…) un niño muy hermoso muy amado por Leonardo».
Esto se interpretó como que el maestro y el discípulo mantuvieron una relación amorosa, suposición que se reforzaba por los frecuentes y cariñosos apelativos que se encuentran en los papeles de Leonardo cuando se refería a Melzi como Cecho o Cechino, y por el hecho de que le acompañó en algunos de sus viajes. Si a esto le añadimos que Melzi desplazó a su otro discípulo, Salai, del puesto de favorito para el maestro, no es de extrañar que Vasari insinuara su homosexualidad. No obstante, tras la muerte de Leonardo, Melzi se casa con una bellísima dama con la que tuvo más de ocho hijos, así que la duda sobre esta observación vuelve a estar sobre la mesa.
Perteneciente a una empobrecida aunque noble familia de Milán, Melzi estableció contacto con Leonardo da Vinci alrededor de 1507. Aunque hay escasas obras que puedan atribuírsele con certeza, se sabe que participó en gran medida en la producción del taller de Leonardo, abandonando esta labor casi por completo tras el fallecimiento del artista. Se le atribuye la autoría del «Retrato de Leonardo da Vinci» y de otros dibujos de notable calidad, incluyendo los realizados con las manos de su maestro durante los últimos años de vida de este último, cuando ya no podía trabajar por sí mismo. Melzi es responsable de la preservación de numerosos dibujos de Leonardo, gracias a las copias que hizo de los originales perdidos. Además de su talento artístico, trabajó como secretario de da Vinci hasta la muerte de este en 1519 por causas naturales en Amboise, Francia, a la edad de 67 años. Melzi heredó una vasta colección de manuscritos, notas, pinturas y libros, totalizando alrededor de siete mil páginas escritas por el propio da Vinci. Siguiendo la descripción de Vasari, Melzi atesoró y preservó estos documentos como reliquias, llegando a ordenarlos y editarlos para crear la única obra impresa de su maestro: «El libro de la pintura».
Tras el fallecimiento de Melzi en 1570, su heredero Orazio permitió que los coleccionistas comenzaran a ofertar por los códices. Como resultado, la mayoría acabó en posesión del escultor Pompeo Leoni, dispersándose y cayendo en el olvido hasta que resurgió el interés por su obra en el siglo XIX. Un ejemplo de este renovado interés es la adquisición de uno de sus códices, conocido como el Códice Leicester, por parte de Bill Gates en 1994 por la asombrosa cantidad de… ¡30 millones de dólares!
Quizá fue el propio Pompeo Leoni quien llevó a España la réplica de La Gioconda a la que se hace referencia al principio, junto con algunos manuscritos (algunos sostienen que fue una donación del marqués de Leganés, gobernador del Milanesado en el siglo XVII). Sin embargo, la Gioconda del Prado bien podría haber sido pintada por Melzi. Los materiales utilizados eran de excelente calidad y sus acabados son muy cuidadosos, aunque no alcanzan a igualar la obra del maestro. Las dimensiones de ambas figuras, además de ser idénticas, presentan las mismas correcciones del dibujo subyacente del original, lo que demuestra que el autor tuvo en cuenta, al pintarla, los mismos elementos que pintó da Vinci en las capas profundas de su obra y que no añadió en la superficie. No hay duda de que el autor de la réplica pertenecía al taller de da Vinci, o quizás el maestro pintó ambos cuadros. Sea como fuere, la controversia continúa hasta el día de hoy, pero lo que no se puede cuestionar es la importancia que Francesco Melzi tuvo en el legado de su maestro, el gran Leonardo.
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