Entre todos eran los mejores y sus dotes de mando, junto a su valentía y resistencia, les permitió comandar las centurias. Siempre en primera fila de la batalla sus soldados no dudaban en seguirles hacia la victoria, eran centuriones.
¿Qué hubiera sido de la historia de Roma sin sus legiones? Probablemente sus conquistas estarían muy lejos de ser lo que realmente fueron, sin su férrea disciplina, su coraje y sus tácticas en la batalla que las convertirían en temidas por todos. Estas unidades de infantería tenían asignados un nombre y un número (se identificaron unas 50, aunque nunca llegaron a existir tantas en el mismo momento). Al principio utilizaban la típica falange griega, pero tras las Guerras Samnitas tuvieron que organizarse de forma que les permitiera luchar en terrenos más montañosos, adoptándose el sistema de manípulos y centurias. Sin duda, la reforma de Cayo Mario las profesionalizó y su refuerzo con las tropas aliadas (auxilia), reclutadas entre mercenarios y los pueblos conquistados por el Imperio, permitieron adaptarse a las nuevas necesidades de manera exitosa.
Tras enrolarse en el ejército los hombres cambiarían su vida para siempre. Existían oficinas de reclutamiento en casi todas las ciudades de importancia, pero no todos eran admitidos. Tener unas condiciones físicas mínimas (lo ideal una altura entre 1,72 y 1,77 cm. aunque no se rechazaban los más bajitos siempre y cuando fueran de complexión fuerte), no tener problemas de visión ni audición y que fueran en parte ignorantes para que no cuestionaran las órdenes (los que sabían leer y escribir latín eran enviados a los puestos administrativos).
Como decía antes, hacia el final de la República las reformas de Cayo Mario fueron determinantes. Los campamentos (castrum) se convirtieron en pieza fundamental de las tácticas romanas y el ejército se hizo permanente, aumentando la paga del legionario y suministrando las armas (que pagarían a plazos). Esto consiguió uno de sus objetivos: reclutar el número suficiente de hombres para hacer frente a sus necesidades bélicas.
El entrenamiento se mantenía durante todo el año, incluso en tiempos de paz, y se organizó la legión de tal manera que la infantería pasaría a formar un cuerpo homogéneo, sin distinción del armamento o la edad de los soldados. Se componía de unos 5000 soldados y 1000 hombres más no combatientes, distribuidos en 10 cohortes de 6 centurias cada una. Estas centurias la formaban 80 soldados apoyados también por otros 20, dirigidos por un centurión que era a su vez asistido por un soldado capaz de leer y escribir (optio). Alrededor de este ejército se movía una gran cantidad de personal civil -comerciantes, prostitutas, esposas de legionarios…- que se establecía alrededor de los campamentos (germen de futuras ciudades en muchas ocasiones).
Y es que pertenecer al ejército otorgaba muchas ventajas: disponer de un salario (225 denarios anuales en tiempos de Augusto), así como de comida y alojamiento; posibilidades de promoción interna; aprender un oficio; privilegios en los juicios civiles; disponer de buenos cuidados médicos y lo más importante, dinero y tierras tras licenciarse, eso si no acababas muerto tras 25 años de servicio -el tiempo podía variar según el cargo que desempeñaban y la época que nos encontremos-.
Pero entre todos ellos, el centurión era la base de la legión. Era el encargado de gobernar la centuria y muchas veces lo hacía con dureza así que lo mejor que podía hacerse era llevarse bien con él (aunque fuera sobornándolo). Frecuentemente utilizaban un bastón de mando hecho con una vara de vid (vitis) para golpear a los rezagados durante los entrenamientos. Tácito cuenta la anécdota de un centurión llamado Lucilio, al que sus soldados se referían como «¡Vamos, otra!», porque se caracterizaba por romper las varas azotando a los soldados mientras pedía otra. Al final murió asesinado en un motín (se lo ganó a pulso).
Pero dejando a un lado los casos de soborno y la crueldad de estos centuriones, en combate se esperaba de ellos arrojo y valor que nunca se ponían en duda ya que en el campo de batalla se situaban en primera fila junto a los hombres de su unidad.
En la campaña de César en la Galia (año 52 a. C.) tras el fallido asalto a Gergovia (capital de los arvernos) de los 700 soldados muertos, 46 fueron centuriones, una proporción que muestra su compromiso.
Es precisamente en los Comentarios sobre la guerra de las Galias -escrita por el propio Julio César- donde encontramos otros nombres de valientes centuriones:
Publio Sextio, que pese a estar enfermo y sin comer varios días, se levantó de la cama para formar junto a otros centuriones ante la puerta de un campamento enemigo, luchando hasta que cayó desmayado; Marco Petronio, que murió mientras protegía la retirada de sus hombres en Gergovia; y dos héroes más, Tito Pulón y Lucio Voreno, dos oficiales que siempre discutían para demostrar quién de los dos era el más valiente y un día se les presentó la oportunidad, era el año 54 a. C., durante un asedio al campamento. Tito Pulón salió para enfrentarse él solo a un grupo de guerreros nervios y viéndolo Lucio Voreno no dudo en seguirle. En la desesperada lucha que se entabló, acabaron salvándose mutuamente consiguiendo regresar vivos y sin poder demostrar quién de los dos era más valiente.
Pregunto yo, ¿qué más dará saber quién era más valiente? Al fin y al cabo todos lo eran en la Legión.
Dos libros:
La legión. Libro X de Quinto Licinio Cato (2012), de Simon Scarrow. Ed. Edhasa.
El águila en la nieve (2008), de Wallace Breem. Alamut (Madrid).
Para saber más:
Las nuevas legiones de Julio Cësar
Links fotos:
Información basada en el artículo Guerra de las Galias, del historiador y arqueólogo Borja Pelegero. N. G. Historia Nº 141
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