
Parece imposible, ¿verdad? Pues no, es posible. Llamadlo suerte o milagro, pero en enero de 1972 una sobrecargo de línea aérea sobrevivió a lo imposible: caer de gran altura sin paracaídas y poder contarlo.
El accidente
Vesna Vulović fue la única sobreviviente del fatal accidente del vuelo 367 de las Aerolíneas Yugoslavas JAT que cubría el trayecto Estocolmo-Belgrado. En el avión, un McDonnell Douglas DC-9-32, viajaban 28 personas, cinco de ellas miembros de tripulación. El destino quiso que Vesna Vulović, fuera incluida por error por una coincidencia de nombres entre los empleados.
Un grupo nacionalista croata reivindicó el ataque e hizo estallar una bomba al encontrarse partes de un reloj con alarma entre los restos del aparato, esta sería la versión oficial, aunque en el año 2009, un reportaje televisivo diría que fue derribado por error por la fuerza aérea checoslovaca, inventándose la historia de la azafata, que al parecer cayó «solo» desde varios cientos de metros. No obstante, las cajas negras revelaron que la aeronave estalló a gran altitud, coincidiendo con la versión del gobierno.
Tras la explosión, el avión se partiría en dos, y Vesna Vulović se encontró en una pared de la cola del avión tras un carro de cátering. La cola del avión fue la única parte que quedó intacta y la caída se produjo con un ángulo que hizo que resbalara por una pendiente nevada y llena de árboles de una montaña, amortiguando el impacto.
El primero en llegar al accidente fue Bruno Henke, que la sacó de entre los restos del fuselaje y le aplicó los primeros auxilios mientras esta gritaba por el dolor. Después, en el hospital, se le diagnosticaron distintas fracturas (cráneo, piernas y de tres vértebras), además de una hemorragia cerebral, de la que se recuperó rápidamente.
Vesna Vulović
En el momento del accidente tenía tan solo 22 años y su recuperación, milagrosa. Temporalmente quedó paralizada de cintura para abajo, pero tras varias intervenciones quirúrgicas recuperó la movilidad. Como única secuela solo le quedó una amnesia que le impidió recordar lo qué pasó, probablemente ese fue el motivo por el que nunca tuvo miedo a volar tras el accidente.
Considerada heroína nacional en su país, en 1990 la despidieron por sus críticas al presidente yugoslavo Slobodan Milosević, dedicándose a la política en Serbia hasta su muerte el 23 de diciembre de 2016, en Belgrado, a los 66 años de edad. A día de hoy sigue apareciendo en «El libro Guinness de los récords«, sin duda un récord de altura (nunca mejor dicho)
Los efectos de una caída libre
El profesor de cirugía de la Universidad Umea, en Suecia, Ulf Björnstig, es autor de numerosos estudios sobre los riesgos de los saltos de paracaídas. En ellos describe como «muy pequeñas» las probabilidades de sobrevivir a una caída libre de varios cientos de metros. Al contrario de lo que podemos pensar, llega un punto en que la altura desde donde la persona cae no hace que aumente la velocidad de su caída. Calcula que en caída libre el cuerpo humano alcanza el 99 % de su velocidad máxima después de caer 573 metros, es decir, unos trece o catorce segundos después. Si extendemos el cuerpo, las manos y los brazos lo más ampliamente posible, la velocidad es de unos 200 km/h, aumentando hasta los 430 km/h si te lanzas de cabeza para minimizar el arrastre.
Otras históricas caídas
Espero que nadie se encuentre en la difícil situación de sobrevivir a una caída a gran altura, pero si es así, deberíamos buscar una superficie blanda para el impacto como la nieve, agua o árboles. Eso es lo que le permitió sobrevivir en el año 2009 al inglés James Boole, que cayó sobre nieve desde una altura de 1829 metros en Rusia, tres años antes a Michael Holmes, un experimentado paracaidista al que le fallaron sus dos paracaídas mientras caía desde una altura de 3657 metros, aterrizando en un arbusto de zarzamoras, y a Victoria Cilliers, que cayó en un campo arado cerca de la Base Aérea de Netheravon, en Inglaterra, fracturándose las costillas, la pelvis y algunas vértebras, pero sobreviviendo a la caída, bueno, su historia es más melodramática, aunque por otros motivos.
Mención aparte merecen dos saltos a gran altitud y que pasaron a la historia por la espectacularidad de los mismos:
Luke Aikins, un estadounidense que se convertiría en la primera persona en saltar sin paracaídas desde una altura de 7620 metros y aterrizar, como que no quiere la cosa, sobre una red de seguridad especialmente diseñada y preparada para la ocasión.
El paracaidista austriaco Felix Baumgartner, en una misión al borde del espacio llevada por un grupo de científicos y la marca de bebidas Red Bull, ascendió en un globo inflado con helio hasta los 39 000 metros sobre Roswell, Nuevo México (EE.UU.) y posteriormente descender en paracaídas a la tierra. Durante su descenso rompió tres récords mundiales: fue el primer humano en romper la barrera del sonido, el vuelo más alto en un globo tripulado y el salto de mayor altitud. Probablemente, muchos de vosotros lo recordaréis por el revuelo mediático que tuvo su retransmisión en directo, y aunque en este caso Baumgartner dispuso de paracaídas, la espectacularidad del mismo fue innegable.
Para terminar, un dato, uno de cada 100 000 saltos de paracaidistas totalmente entrenados termina en una muerte.
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