
Hoy no nos podemos imaginar vivir sin electrodomésticos. No cabe duda de que lavar la ropa, los platos y limpiar los suelos son tareas ingratas que nadie quiere hacer. Es por eso que disponemos de aspiradores, lavadoras y lavavajillas que nos hacen la vida más fácil a todos, y los tenemos gracias a brillantes emprendedores que gracias a su ingenio (y necesidad) tuvieron la voluntad y genialidad de inventarlos. Es el caso del lavavajillas moderno, invento que debemos a una mujer, Josephine Cochrane.
Nació en el condado de Ohio, en 1839, en el seno de una familia de inventores. Su padre, un ingeniero hidráulico que ideó una bomba para desecar terrenos pantanosos, supervisó la construcción de aserraderos a lo largo del río Ohio acompañándole la pequeña Josephine. Su bisabuelo, el constructor del primer barco a vapor que navegó por los Estados Unidos.
No se sabe mucho de su infancia, estudió inicialmente en un instituto privado de Valparaiso (Indiana) y de allí se trasladó a Shelbyville (Illinois), donde completó su formación. Se casó con diecinueve años con William Apperson Cochran, un comerciante textil que se dedicaba a la política en el seno del Partido Demócrata. Su vida social se movió entre la alta sociedad y las fiestas que organizaba en su casa, unas celebraciones que eran bien conocidas y apreciadas por todos.
Tras las reuniones, los criados debían lavar los platos de la vajilla doméstica compuesta de caras porcelanas chinas (pertenecientes a la familia desde el siglo XVII) y no era raro el día que no se rompiera alguna pieza. Josephine pensó que lo mejor sería que ella misma lavara los platos, pero pronto se hartó de fregar y decidió inventar un aparato que le ayudara en tan ingrata faena. Descubrió que su idea ya había sido patentada sin demasiado éxito en 1850 por Joel Houghton, un sistema accionado manualmente, y en 1863, Gilbert Richards y Levi A. Alexander registraron un limpiador de platos y tazas compuesto por una rueda adaptada para arrojar agua contra la vajilla desde dentro del recipiente. En realidad no solucionaban el problema al salir la vajilla casi tan sucia como entraba.
Tras la muerte de su esposo quedaron al descubierto numerosas deudas que le llevaron a modificar su apellido de casada (añadiendo la letra e al final) y se buscó la vida como empresaria, poniéndose en serio con su atrevida idea.

Basándose en los ideados por Houghton y Alexander, incluyó agua caliente que era expulsada a presión a través de una bomba manual. Además, un motor hacía girar la rueda con los platos mientras los chorros de agua enjabonada salían desde el fondo de la caldera y lavaban la vajilla. La máquina podía lavar automáticamente en dos minutos hasta 200 platos, que eran secados con aire caliente en los propios estantes. Por supuesto, los conocimientos que adquirió de su padre en matemáticas e ingeniería le ayudaron a llevar a buen puerto su «Lavavajillas Cochrane».
Presentó su invención en la Exposición de Chicago de 1893, donde ganó el premio como «mejor construcción mecánica, duradera y adaptada al ritmo de trabajo». La patentó y fabricó fundando la Garis-Cochrane Dish Washing Machine Company. Su idea no tardó en llegar a oídos de hoteles y restaurantes y en 1887 consiguió su primer cliente, el hotel Palmer House de Chicago. El coste de la máquina rondaba entre 150 y 800 dólares cada una.

En ese momento la electricidad no llegaba a todos los hogares y frenó que se popularizara, además, era un aparato demasiado grande y los jabones utilizados no ayudaban a conseguir la limpieza deseada. Durante los años siguientes fue perfeccionando el lavavajillas y registró hasta cinco nuevas patentes hasta que Josephine Cochrane falleció el 3 de agosto de 1913 a causa de un accidente cerebrovascular.
A partir de 1920 los lavavajillas dispusieron de una instalación permanente de suministro de agua y en la década de los 40 se agregaron elementos de secado, popularizándose en muchos hogares en la década de los 70 gracias al aumento del poder adquisitivo de las familias.
Puede que el lavavajillas de Cochrane tuviera un relativo éxito en el uso industrial, pero muchos trabajadores lo rechazaron al ver peligrar sus empleos y otros lo vieron con recelo al ser ideado por una mujer. Pero el tiempo le dio la razón y hoy son pocas las casas que no disponen de este maravilloso electrodoméstico.
Para saber más:
Mujeres inventoras. Museo virtual
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