La palabra «cátaros» deriva de «los puros», término con el cual se autodenominaban. Sostenían creencias en la reencarnación, al tiempo que rechazaban la idea de la encarnación de Jesús. Además, negaban la validez del bautismo, se oponían al matrimonio con propósitos reproductivos y abogaban por no consumir alimentos de origen animal, como huevos, carne y leche. La Iglesia Católica los consideró herejes, persiguiéndolos de manera implacable hasta lograr su completa extinción. No obstante, este accionar resultó ser meramente una excusa para alcanzar el verdadero objetivo de su persecución: el dominio de los señores del norte de Francia sobre el sur.
La propagación de esta doctrina, surgida entre los participantes de la Segunda Cruzada a su retorno a Europa alrededor del año 1150, se extendió por diferentes regiones, tales como Alemania, Italia, Cataluña y Francia, en particular en Occitania, específicamente en la región de Albi del Languedoc, de donde adoptaron el nombre de albigenses. Estos seguidores encontraron protección entre ciertos señores feudales que eran vasallos de la corona de Aragón. Su enseñanza cuestionaba la estructura de la Iglesia Católica y sus rituales, fundamentando su doctrina en la dualidad del Bien y del Mal característica del maniqueísmo. Reclamaban ser los únicos herederos legítimos de la Iglesia de los Apóstoles y acusaban a la jerarquía católica de haber traicionado el ideal de vida de las primeras comunidades cristianas.
¿Cómo se organizaban?
Cada diócesis cátara estaba compuesta por comunidades separadas de «buenos hombres» y «buenas mujeres» que vivían en casas bajo la autoridad de un «anciano» o una «priora». Trabajaban para vivir y sus hogares eran talleres comunitarios especializados, siguiendo el ejemplo de los Apóstoles.
Los seguidores no estaban obligados a llevar una vida austera, a diferencia de sus líderes o «Perfectos», quienes practicaban un estricto ascetismo, castidad y vegetarianismo. Estos sitios no eran comunidades cerradas y se ubicaban en el corazón de las ciudades o burgos fortificados, permaneciendo siempre abiertos a la sociedad y participando activamente en la vida social y económica.
En el siglo VI, durante la época merovingia, el diaconato femenino desapareció. La opción más viable para las mujeres de integrarse en la vida religiosa era mediante las órdenes monásticas. En el caso de los cátaros, las mujeres gozaban de cierta libertad para entrar y salir, así como para recibir visitas, lo que contrastaba con las normas de la época. Tenían la posibilidad de ser nombradas «Perfectas» y disfrutaban de una igualdad con los hombres. Sin embargo, no se les permitía predicar. A medida que esta comunidad se acercaba a su final, se observó un mayor permiso para que las mujeres participaran en la administración de los sacramentos, posiblemente debido a la disminución en el número de «buenos hombres».
Su final
Apoyados por la nobleza feudal del sur de Francia, especialmente por Raimundo VI de Tolosa, crearon una estructura eclesiástica con seis obispados. El papa Inocencio III reaccionó con una Cruzada (1209-1229) en la que participaron los señores del norte de Francia, dirigidos por Simón de Monfort, que culminó en la masacre de Beziers (1209) y en la derrota de los albigenses en Muret (1213). La lideró el rey francés a partir de 1226 y siete años después, el papa Gregorio IX encomendó la Inquisición a los dominicos, quienes los perseguirían con determinación. Los cátaros supervivientes se refugiaron en el castillo de Montsegur, donde fueron masacrados en 1244, condenándose a la hoguera a 200 de ellos. Guillermo Belibaste, el último «buen hombre» occitano, se refugió en el reino de Valencia donde murió quemado en 1321.
Sin embargo, el propósito último de todo esto era asegurar la supremacía del rey francés en las tierras del sur. Los activos del Conde de Tolosa se transfirieron a la Corona francesa, mientras que los del Conde de Béziers quedaron bajo el control de Montfort.
La aniquilación y crueldad empleadas para erradicar a los cátaros tuvieron un pretexto religioso para lograr otros propósitos.
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