La sociedad romana presentaba grandes diferencias sociales y encontramos también muestra de ello en aspectos de la vida diaria como en la alimentación. Si eras rico la comida principal era la cena, convertido en un acto social que compartían con la familia y los amigos al final de cada jornada, aunque realizaban tres o cuatro comidas al día: el desayuno (ientaculum) muy temprano pues los romanos solían levantarse pronto, a base de pan untado con ajo o sal o sin untar, acompañados de un pedazo de queso; el almuerzo (prandium), que solía ser frío pues las viviendas de la plebe no disponían de hornos por temor a los incendios. Muchas veces o se la saltaban o por el contrario, cuando no disponían de recursos económicos era la única comida del día; la merienda (merenda) y la cena (cena). En esta última se consumían exóticos alimentos en vajillas de lujo y con cubiertos de plata. En cambio, si eras pobre, la comida era una necesidad que resolvían con gachas y legumbres, en escudillas de madera o simple cerámica, con cucharas de madera.
Durante la República los romanos se alimentaban básicamente con cereales, legumbres, hortalizas, leche o huevos, y cuando escaseaban, el puls, una especie de gachas de harina de trigo, que acabaría por convertirse en su alimento básico durante siglos. La dieta no llegaba a las 3000 calorías, de las que 2/3 partes procedían del trigo. Era una comida sana pero nadie pone en duda que era monótona y aburrida, incluso desayunaban sopas de pan.
De todos ellos el trigo era el alimento fundamental, junto con el vino, que se bebía con especies, caliente y aguado, al agriarse en las ánfora donde se almacenaba, y que no consumían nunca con la comida (al menos las clases pudientes) al considerar que su sabor desvirtuaba el de los platos de la cena. De los griegos aprendieron el oficio de panadero en el siglo II a. C. y con el trigo hacían pan en alguno de los numerosos hornos que se podían encontrar en las ciudades, elaborándolo de muy distintas maneras: fermentado, ácimo, con miel, con especias e incluso con hierbas aromáticas.
Los romanos que se lo podían permitir bebían leche, de cabra o de oveja, y entre las carnes, la más consumida era la de cerdo, aunque también comían buey, oveja, ciervo e incluso carne de perro. Otros la condimentaban con pimienta, miel, menta, ortiga y salvia.
Con el Imperio aparecerán alimentos más exóticos procedentes de todos los rincones del mundo conquistado: gallos de Persia, pavos de la India, conejos de Hispania, ostras y almejas de Tarento… Y quienes se lo podían permitir, flamencos y loros, al igual que pescados como el salmonete.
La plebe no podía degustar ninguno de estos manjares debiendo comer incluso muchos en la calle al no disponer ni tan siquiera de fogones donde preparar la comida. Algarrobas y altramuces eran la base de su alimentación y en ocasiones podían degustar morrallas en salmuera. No será hasta que el emperador Aureliano facilitara el acceso de carne, eso sí, carne de burro.
No hay duda de que nuestra tan reconocida dieta mediterránea se origina en el antiguo Imperio Romano, así que… ¡buen provecho!
Para saber más:
Cultura gastronómica en el Imperio Romano
Antiguas recetas romanas extraídas de De Re Coquinaria
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