Robert Liston, un cirujano «prestigioso», realizó una intervención quirúrgica con una tasa de mortalidad de más del 100 %, lo cual no fue un simple error; de hecho, triplicó esa cifra. Sin embargo, el resultado no se limitó al fallecimiento del paciente…
El pasado
Antes, en el pasado, cuando una persona acudía al hospital, no se tenía certeza de si sobreviviría a la intervención médica. De hecho, era considerado más seguro someterse a una operación en el hogar que en el propio centro sanitario, donde las tasas de mortalidad podían ser hasta cinco veces más elevadas. Esta situación se atribuía principalmente a la falta de condiciones higiénicas y a la proliferación de infecciones postoperatorias. Los profesionales de la medicina realizaban cirugías llevando delantales manchados de sangre y rara vez se lavaban las manos después de atender a otros pacientes. Además, el instrumental quirúrgico utilizado no siempre cumplía con los estándares de esterilidad y, por añadidura, se creía que la presencia de pus en las heridas era beneficiosa para la curación. En estas circunstancias, la probabilidad de morir a causa de una infección era considerablemente alta.
Pero si eso no resultara fatal, la cirugía en sí lo sería. Sin anestesia, la celeridad era equiparada con la destreza del cirujano. Aquellos que procedían con mayor lentitud experimentaban una tasa de mortalidad del 25 %, mientras que el renombrado Robert Liston, para su época, lograba resultados extraordinarios al salvar a 9 de cada 10 pacientes.
Robert Liston, el más rápido
Fue el primer profesor de cirugía de la University College de Londres, cargo que ocupó a partir de 1835. Era un hombre de gran estatura, alcanzando casi 1.90 metros, y durante sus intervenciones quirúrgicas solía vestir un abrigo de color verde botella y botas de goma. Gozaba de gran respeto entre sus colegas, aunque tanto sus alumnos como los pacientes lo veían con temor. Su fuerza era tal que prescindía del uso de torniquetes para detener hemorragias, ya que era capaz de hacerlo con su brazo izquierdo mientras operaba con la otra mano.
En consecuencia, la rapidez era crucial para preservar vidas, y Liston era excepcional en este aspecto. Su destreza con el bisturí le permitía realizar amputaciones en apenas dos minutos y medio, aunque en ocasiones esta rapidez provocaba accidentes no deseados, como la inadvertida sección de ciertos testículos.
En otra ocasión, le llegó un niño con un gran tumor rojo y pulsátil en el cuello. Pensó que se trataba de un simple absceso, cuando en realidad se trataba de un enorme aneurisma. A pesar de que le advirtieron sus colegas de esa posibilidad, Liston sacó el bisturí y lo punzó, muriendo desangrado. Hoy se conserva esa arteria en el museo patológico de su hospital (muestra nº 1256).
Pero el hecho al que hago referencia en el título es la desafortunada intervención que se llevó a cabo en una ocasión y que quedó documentada en los anales de la medicina como «la única intervención registrada con una mortalidad del 300 %».
En una ocasión, mientras efectuaba una de sus miles de amputaciones el paciente murió por gangrena. En principio esto no era ninguna noticia si no fuera porque durante la misma, Liston amputó los dedos de su ayudante en la rápida intervención muriendo también poco tiempo después. En estas operaciones era habitual la presencia de público, algunos compraban entradas para asistir como cualquier otro espectáculo de la ciudad, y un espectador que la presenciaba a corta distancia vio como Liston le rajaba el abrigo. Pensando que le había alcanzado algún órgano vital, sufrió un infarto. Es decir, murió el paciente, el ayudante y un espectador.
No debemos considerar que este incidente manchó su reputación. Liston también fue un pionero en su campo, siendo el primero en Europa en llevar a cabo una operación con éter, así como en el diseño de instrumental quirúrgico que posteriormente fue ampliamente utilizado.
El presente, el futuro
En la actualidad, la tasa de mortalidad asociada a procedimientos quirúrgicos ha experimentado una notable disminución, en gran parte gracias al desarrollo de la anestesia, la aplicación de técnicas antisépticas, el uso de antibióticos, así como el advenimiento de las unidades de cuidados intensivos y los avances tecnológicos. Es importante destacar que ninguna intervención quirúrgica está exenta de riesgos, sin importar cuán trivial pueda parecer, y se estima que en aquellos centros donde se llevan a cabo numerosas cirugías, aproximadamente el 10 % de los casos presentan complicaciones postoperatorias graves debido a la iatrogenia.
La principal complicación de la técnica quirúrgica puede ser la necesidad de reintervención del paciente. En el caso de una reintervención abdominal, la mortalidad puede variar desde el 13 % hasta el 100 % si se complica con sepsis y fallo multiorgánico. Estas situaciones representan escenarios extremos en los que la ciencia todavía no puede ofrecer una solución completa. Es importante destacar que actualmente se realizan operaciones en áreas que anteriormente se consideraban inoperables, lo que demuestra el avance continuo en el campo de la medicina.
Gracias a los avances tecnológicos, la cirugía se vuelve cada vez menos invasiva. Ejemplos de esto son la laparoscopia, en la que el cirujano no opera directamente con sus manos, y la moderna cirugía robótica da Vinci, que se aplica actualmente principalmente en oncología urológica, ginecológica, torácica y bariátrica (tratamiento de la obesidad). Esta técnica permite una visión tridimensional del área quirúrgica con un aumento de hasta diez veces y una precisión superior. En este procedimiento, el cirujano opera a distancia mediante la manipulación de un robot. La cirugía robótica reduce el tiempo de la operación, el dolor postoperatorio y el tiempo de hospitalización. En la actualidad, hay cerca de 5000 equipos instalados en todo el mundo.
Sí, la rapidez es importante, pero mucho menos hoy que antes.
Link imagen
Deja un comentario