Paseando por las calles de Madrid encontramos en muchas de sus plazas magníficas estatuas ecuestres de reyes, distinguidos militares… y hasta a Don Quijote de la Mancha. Ya hablé en el blog acerca de la errónea creencia que existe de que la posición de las patas delanteras del caballo muestran la causa de la muerte del ilustre personaje que lo monta, y en el caso que nos ocupa comprobaremos una vez más que así es. Sin embargo, la singularidad de la estatua ecuestre de Felipe IV en la plaza de Oriente de Madrid radica en la complejidad de su fabricación, tanto que se tuvo que pedir asesoramiento a Galileo Galilei.
Felipe IV, fue un monarca inteligente, mecenas del arte y adicto al sexo. Su muerte nada tuvo que ver con ninguna épica batalla, más bien resultó tener una causa mucho menos heroica al fallecer por disentería. Su padre, Felipe III, tenía una estatua ecuestre en el centro de la plaza Mayor de Madrid, y su hijo quiso superarle encargando un monumento aún más majestuoso. Para ello se encaprichó que le representaran montado en un caballo a semejanza con el cuadro que le pintó Diego Velázquez y que podemos admirar en el Museo del Prado.
El pintor se enteró del real capricho y le advirtió de que este tipo de escultura nunca se había hecho porque técnicamente era imposible de realizar. Ajeno a las advertencias encargó a través del conde-duque de Olivares la realización de tan magna obra al escultor italiano Pietro Tacca. Este se formó con Giambologna y a la muerte de su maestro terminó las obras que había dejado inconclusas, como la estatua ecuestre de bronce de Felipe III de la Plaza Mayor de Madrid en 1616, y le sucede como escultor de la corte de los Médicis. El artista italiano tenía su taller en Florencia y Velázquez le envió una copia del retrato ecuestre de Felipe IV y algunos dicen que también otro pintado por Rubens, ya desaparecido.
La primera maqueta de barro a tamaño natural de la estatua fue entregada en otoño de 1636, pero se modeló con solo una pata delantera levantada, por lo que el conde-duque de Olivares tuvo que insistir al escultor que debía corregirlo. Además, Felipe IV al ver su rostro en la maqueta no se reconoció y encargó elaborar uno nuevo. Velázquez contactó con el prestigioso escultor de la escuela sevillana Juan Martínez Montañés, que modeló un rostro en barro para que Tacca tuviera una referencia más exacta de los rasgos faciales del rey.
La ayuda de Galileo
Pietro Tacca se vio perdido, sin ninguna idea para poder realizar el difícil encargo y pensó en solicitar ayuda al genio de Galileo. Este ya había asesorado científicamente otros encargos de artistas italianos y hacía varios años que estaba interesado por el estudio de la resistencia de los materiales. Esto le permitía adquirir experiencia que le ayudaría a entender algunas de las futuras investigaciones como sus teorías sobre la dinámica de los cuerpos.
Galileo enseguida entendió que la clave del éxito radicaba en la estabilidad de la estatua con la distribución del peso de sus componentes en función de la estructura en su conjunto. Así, realizó un complejo estudio de pesos y puntos de apoyo que le llevaron a utilizar un espesor de bronce muy fino en la cabeza del caballo y otro casi macizo en los cuartos traseros y la cola, que a su vez sirve de apoyo. De esta forma cambió el centro de gravedad de la escultura y envió una carta al escultor para proponer los cambios…
Llega la estatua a España
Una vez terminada la escultura llegó por mar a España en septiembre de 1640, un mes antes de la muerte del escultor. Las ocho toneladas de bronce incrementaron el coste de la misma y cuando llegó a Madrid la emplazaron en el Palacio del Buen Retiro.
Se reubica en el Real Alcázar de Madrid y para moverla necesitaron 14 bueyes. El 16 de noviembre de 1843, coincidiendo con los actos celebrados por la mayoría de edad de Isabel II, se trasladó a su actual emplazamiento en el centro de la Plaza de Oriente, con el Teatro Real delante y el palacio a su espalda.
Para realzar la escultura se construyó en 1845 una fuente con dos figuras que personifican los ríos Manzanares y Jarama y en los laterales del pedestal dos bajorrelieves representan escenas del reinado del monarca. Entre los numerosos elementos que encontramos vemos en su lado norte al monarca distinguiendo con la cruz de Santiago a Diego Velázquez.
El elevado coste final de la obra hizo que se conociera la escultura como el «caballo de bronce» a modo de burla por parte del pueblo, pero también hay que decir que hoy está considerada como una de las mejores estatuas ecuestres del mundo.
Para saber más:
José Manuel Matilla. El Caballo de Bronce. Problemas técnicos y artísticos de la Estatua Ecuestre de Felipe IV. Reales Sitios. 1999, 36 (141): 50-59 (1)
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