En muy pocas ocasiones, por no decir nunca, el emperador Augusto se desesperó tanto como entonces. Su enojo fue tal que meses después de la terrible derrota no paraba de darse golpes contra los muros del palacio mientras repetía con desespero Quintili Vare, legiones redde!, es decir, «Quintilio Varo, devuélveme mis legiones», y así lo dejó por escrito el historiador Suetonio.
Es extraño que todavía no se haya filmado una película sobre este histórico episodio. Lo que más se le parece es el inicio de Gladiator, la película protagonizada por Russell Crowe, que recrea el fragor de la encarnizada lucha entre germanos y las tropas del emperador Marco Aurelio, muchos años después, y la serie de Netflix Bárbaros, estrenada en 2020 de producción alemana, aunque rodada en Hungría. Sangre, miembros amputados, gritos y locura en medio de una lluvia incesante. El destino de los pocos supervivientes era mil veces peor que la muerte. Unos, vendidos como esclavos, otros, sacrificados a los dioses germanos, quemados vivos o con sus cabezas clavadas en los árboles.
César Augusto reclamaba las sacrificadas legiones XVII, XVIII y XIX, además de los 20 000 efectivos que conformaban sus tropas auxiliares, y lo peor de todo, su honor, las águilas, estandartes sagrados, perdidos en la batalla que se libró en otoño del año 9 d. C. en el bosque de Teutoburgo, en la Baja Sajonia, contra una alianza de pueblos germanos. Culpaba de todo a su comandante Varo -aunque poco pudo hacer para evitar lo inevitable- pero solo conseguiría de él su cabeza, enviada a Roma por el rey de los marcomanos, Maraboduus.
No se sabe a ciencia cierta cómo transcurrieron los hechos. Unas versiones los explican cómo una rápida masacre, con las legiones totalmente desarticuladas debido a la orografía del terreno. Otros, quizá más realistas, piensan que fue una destrucción progresiva, en cuatro días, en las que las legiones iban desangrándose hasta ir formando pequeñas unidades. Pero en algo sí coinciden todos, el causante del desastre romano fue el ingenio de un noble querusco de nombre, Arminio. Este conocía muy bien cómo pensaba el ejército de Roma, ya que fue educado en la propia Roma, y cuando planificó el ataque contras las legiones mandaba la caballería auxiliar de Varo. Tenía toda la confianza del general y no le fue difícil engañarles llevándoles por parajes donde no podrían maniobrar, debilitando su fuerza hasta llegar a un paso estrecho entre montañas y pantanos donde serían masacrados a placer.
Varo, gobernador de la provincia de Germania Inferior, aunque antipático tenía toda la confianza del emperador, de hecho, estaba casado con su sobrina-nieta, Vipsania Marcela y había ostentado el cargo de procónsul en África y legado propretor en Siria. En otras ocasiones mostró ser un hábil soldado, como cuando sofocó en Judea el levantamiento judío ocurrido tras la muerte de Herodes I El Grande, pero esta vez no supo estar a la altura de las circunstancias. Alertado de una posible traición entre sus tropas hizo caso omiso y llevó a sus hombres a una muerte segura. Tras la derrota se suicidó con su propia espada siendo incinerado a medias por sus legionarios. Digo a medias porque tras ser enterrado Arminio recuperó sus restos para decapitarlo.
Teutoburgo no fue la peor derrota de Roma, puede que este «honor» lo disputen las de Cannas, Carras y Adrianópolis, pero frenó su avance en el Rin e impidió la plena incorporación de Germania. La reciente conquista de Hispania resultó ser más larga y costosa de lo que inicialmente se pensaba y no estaban dispuestos a perder más legiones. A partir de entonces no hubo más intentos de colonización hasta que el emperador Tiberio quisiera vengar a Roma, esta vez con éxito, incorporando el territorio situado entre el Rin y el Danubio. La provincia se fortaleció con torres y campamentos (limes) desde donde vigilaban todos los movimientos del otro lado de la frontera. Pero tras esta derrota, ninguna legión del Imperio romano volvería a llevar los números XVII, XVIII y XIX.
Durante mucho tiempo se buscó la localización exacta de la batalla, y en 1987, el arqueólogo Anthony Clunn halló 162 denarios y tres bolas de plomo como las que usaban en las hondas del ejército romano. Investigaciones posteriores dieron con el lugar: al norte de la colina Kalkriese, entre los pueblos de Engter y Venne, en el norte del bosque de Teutoburgo, a 15,5 kilómetros nornoroeste de la actual ciudad de Osnabrück. En este lugar podemos disfrutar hoy de un museo donde se guarda gran parte de lo descubierto en las excavaciones.
No quiero acabar el artículo de hoy lanzando también una hipótesis. Si el final de la batalla de Teutoburgo hubiera sido otro y los pueblos bárbaros se hubiera integrado a la cultura romana, al igual que ocurrió en Hispania, puede que Alemania no hablara alemán ni quién sabe, su política hubiera sido muy diferente en el siglo XX y el mundo no hubiera sufrido dos Guerras Mundiales. Sí, es mucho decir, pero…
Para saber más:
La derrota de Quintilio Varo (artículo de lavanguardia.com)
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