En tiempos de la antigua Roma la producción de harina para la elaboración de un alimento básico como era el pan, representaba una verdadera prioridad. Las concentraciones de población en las urbes requería grandes cantidades de alimento para abastecerla haciéndose indispensable producir el alimento, si no en la propia ciudad, al menos, cerca de ella. Para solucionarlo, el ingenio romano diseñaría un molino o noria de agua que se adelantaría muchos siglos a su época, un artilugio mecánico que aún sorprende a los expertos en mecánica.
Los molinos de agua serían la primera aplicación masiva de la energía hidráulica y el ingenio de mayor potencia hasta la llegada de la máquina de vapor. Aunque la civilización griega ya dispuso de máquinas similares, sería el arquitecto e ingeniero del siglo I a. C. Marco Vitrubio, en tiempos del emperador Augusto, el primero en describir detalladamente la noria vertical, que constaba de una rueda vertical de cuatro radios con unas paletas que eran desplazadas por una corriente situada en su parte inferior. Esta rotación era transmitida por su eje a unos engranajes y, por éste, a algún tipo de máquina: muelas de grano, piedras de afilar, martillos basculantes, poleas…
Construidos de madera, con el tiempo el modelo se mejoró al percatarse que si se colocaba la rueda bajo un salto de agua, a la energía cinética del río se añadía la energía potencial de la caída, aumentando el rendimiento en los casos de ríos de escaso caudal. A finales del Imperio, en una época en la que comenzó a escasear la mano de obra esclava, en el sur de Francia, en Barbegal, a doce kilómetros de Arlés, se encuentran las ruinas de un acueducto y un molino de grano cuya ingeniería aún sorprende a todos por su eficiencia, unos restos arqueológicos que permanecieron olvidados hasta que en 1940 Fernand Benoit los estudiara desvelando algo increíble para aquellos tiempos.
El agua -que también abastecía a la población de Arlés- provenía de un acueducto de once kilómetros que discurría de norte a sur paralelo al río Ródano. Con una caída de agua de veinte metros, y un conjunto de dieciséis ruedas de dos metros, movían cada uno una piedra de noventa centímetros. Para hacernos una idea aproximada de la energía que producía este molino, se calcula que un molino de agua podía moler unos 180 kg. de trigo a la hora, cifra que superaba con creces los cinco kilos de un molino manual. El molino de Barbegal podía moler unas tres toneladas por hora, abasteciendo de harina a unas 80.000 personas, ocho veces la población de la ciudad, hecho que indicaría la importancia económica de ese área de la Galia.
Se han encontrado unos cuarenta molinos hidráulicos de época romana, más frecuentemente del Alto Imperio, pero los molinos múltiples no eran frecuentes, se sabe de la existencia de uno cerca de Cesarea y otro en El Chemtou, en Túnez, pero el de Barbegal, de cuyo ingeniero se desconoce su nombre, representó todo un desafío a la ingeniería mecánica, obstáculo que para los romanos no sería insalvable.
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