La explotación minera de Riotinto en la provincia de Huelva (España) tiene mucha historia, aunque mejor deberíamos decirlo en plural, muchas historias. Su origen se remonta a la Edad del Cobre, con los fenicios, y con la entrada de los romanos a Hispania se desarrolló la extracción de su mineral, convirtiéndose, al menos durante la época del alto Imperio, en su mina de plata y cobre más importante, hasta que, en el siglo XIX, alcance su apogeo con los británicos, que introducirían en España su gran pasión deportiva, el fútbol.
Sabemos que uno de los motivos por los que los romanos decidieron instalarse y conquistar la península Ibérica era el de apropiarse de sus abundantes recursos minerales. Lo consiguieron gracias a su ingenio, que les permitió excavar bajo tierra no solo a lo largo, sino también en profundidad, y también a la ingente cantidad de mano de obra esclava que dispusieron. Su ambición fue la que acabó convirtiendo la extracción de estos recursos minerales en verdaderos infiernos bajo tierra.
El trabajo de los mineros se desarrollaba en tres tipos de estructuras subterráneas: las galerías, que a su vez podían ser de pequeñas dimensiones (cuniculi) para buscar las vetas de mineral, o más grandes por las que se transportaba hacia el exterior; la cámara, que podía alcanzar grandes dimensiones y era la cavidad donde se excavaba; y por último, los pozos, que ventilaban a la vez que comunicaban los distintos niveles de la mina y por donde se extraía el mineral al exterior.
Lo cierto es que las condiciones de trabajo no mejoraban mucho según el lugar donde te pusieran. En los pozos y galerías la ventilación brillaba por su ausencia, debiendo trabajar con una humedad y un calor asfixiante y rodeado de polvo en suspensión. El medio ácido en el que se encontraban -el agua al desaguar tiene un pH entre dos y cinco- afectaba a los ojos e infectaba las heridas produciéndoles graves infecciones. La escasa iluminación que proporcionaban las lucernas (que determinaban la jornada de trabajo al apagarse la lamparilla de aceite) dañaban los ojos, en ocasiones, de manera irreversible. Pero la peor tarea que te podían asignar sería la de trabajar en el desagüe de estas galerías y así evitar su inundación, algo imprescindible al encontrarse las minas más allá del nivel freático, de las aguas subterráneas. Para ello, se utilizaron galerías inclinadas, el tornillo de Arquímedes, bombas o norias, siendo en Riotinto la mina donde encontramos el mejor testimonio tras el hallazgo de 28 norias, todas en mal estado de conservación, pero que documentan lo que allí ocurrió hace 2000 años.
El período de máxima actividad minera lo encontramos desde los tiempos de Augusto a Marco Aurelio. Las ruedas hidráulicas encontradas en la mina, conocidas como «ruedas de sangre», eran accionadas por animales (burros) o más frecuentemente, por medio humanos. Algunos proponen que se movían colocándose el trabajador algo debajo del punto más alto y apoyando los brazos sobre los maderos exteriores inclinados 45º, otros, piensan que se colocaban en un lado para mover la rueda, aunque da igual, lo cierto es que el esfuerzo físico y las condiciones de trabajo no pemitían que la esperanza de vida superara los doce o dieciséis meses, y cuando morían, sus cadáveres no solían sacarse de la mina.
En inscripciones del Sudoeste de la península encontramos al pobre Germanus, esclavo de Marinus fallecido siendo esclavo de la mina con quince años de edad; Paternus, a los veinte, y Fuscus, a los veintidós. Debido al gran tamaño de las norias (más de cuatro metros) solían construirse en el exterior, siendo desmontadas y nuevamente ensambladas en el interior de las galerías. Su montaje debía ser realizado por trabajadores especializados, incluso libres, al igual que hoy en día con las tecnologías más avanzadas.
Los trabajadores de las minas eran esclavos prisioneros de guerra o comprados, y condenados a trabajos forzados, que podían ser damnati ad metalla o damnati in opus metalli, según el tamaño de las cadenas que llevaban y la limitación de movimientos. El condenado pasaba a ser propiedad del Fisco marcándole con hierro candente y rapándole la mitad de la cabeza. Los pocos condenados a perpetuidad que no morían antes de los diez años de extenuante trabajo y que ya no estaban en condiciones de seguir, podían ser entregados a sus parientes. El emperador Constantino destinó a las minas a los condenados que hasta entonces eran enviados a luchar y morir en los espectáculos. Fue a partir del siglo II que se recurrió cada vez con más frecuencia a trabajadores forzados libres conocidos como mercenarios (mercenarii), hispanos en su mayoría que emigraban desde el norte acompañados con sus mujeres.
Pasaron los siglos manteniendo la extracción de mineral de Riotinto, y aunque mejoraron las condiciones laborales -al menos comparándolas con las de épocas antiguas- las calcinaciones de minerales al aire libre (teleras) provocaban la liberación a la atmósfera de sulfuro que afectaban a los lugareños. La población se manifestó el 4 de febrero de 1888, primera manifestación medioambiental que se tiene noticia, siendo reprimida con fuego y silenciada en la prensa.
Bien, y en cuanto a la relación de estas minas con el fútbol y los ingleses, ¿qué?
Tras la compra al Estado de las minas por la compañía británica Rio Tinto Company Limited en 1873, los trabajadores ingleses que allí se desplazaron se encontraron sin ningún tipo de diversión tras sus jornadas laborales -en aquellos tiempos no había carrreteras ni ferrocarril- comenzando a practicarse en Riotinto un juego hasta entonces desconocido por la población autóctona, el fútbol. Se creó el «Club inglés», futuro Río Tinto Foot-Ball Club, fundándose once años después el actual Recreativo de Huelva. Lástima que los ingleses no registraran de manera oficial y legal el Rio Tinto F. C. porque de haber sido así tendrían el honor de ser la cuna del fútbol español convirtiéndose en el primer club de fútbol junto a otro histórico, el Exiles Cable Club de Vigo, fundado también por trabajadores ingleses que operaban en el telégrafo de esa ciudad.
Para saber más:
Las norias romanas de Riotinto (pdf)
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