En pleno centro de Barcelona discurren paralelas, sin encontrarse, dos calles, Villarroel y Casanova. Tan sólo tres años después de que el ingeniero Ildefonso Cerdá ideara su plan de reforma y ensanche de la ciudad en 1860, se decidió dar estos nombres en memoria de dos catalanes y españoles, me refiero a Antonio de Villarroel y Peláez y a Rafael Casanova i Comes, dos personajes que coincidieron en un momento histórico relevante por el que son recordados y tristemente manipulados, dos personajes que protagonizaron un cruento episodio de nuestra historia.
El contexto histórico
Nos situamos en el año 1701, inicio de la Guerra de Sucesión, y tal como apunta el nombre, fue una guerra de sucesión, no de secesión. Al morir un año antes sin descendencia el Rey Carlos II, último rey Habsburgo en España, nombró heredero con la intención de conservar la unidad de los territorios del Imperio español a Felipe V, duque de Anjou y nieto del rey francés Luis XIV, en ese momento el monarca más poderoso de Europa. Esta unión fue vista con desconfianza por el resto de países y un año después se formó una coalición conformada por Austria, Alemania e Inglaterra para imponer en el trono de España al hijo del emperador Leopoldo I del Sacro Imperio Romano Germánico, el archiduque Carlos de Austria, alianza a la que se uniría poco después el reino de Portugal y el Ducado de Saboya.
Los primeros enfrentamientos bélicos ocurrieron fuera de la Península Ibérica. En el año 1705 una alianza militar entre Inglaterra, con Mitford Crowe en nombre de la reina Ana de Inglaterra, y por Domènec Perera y Antoni de Peguera, en nombre de los nobles y propietarios de la población de Vich (de aquí el nombre de vigatans) que estaban a favor de los austrias y autonombrados en representantes del Principado de Cataluña, firmaron el pacto de Génova, por el que Inglaterra desembarcaría tropas en Cataluña uniéndose a las catalanas, a cambio de mantener las leyes e instituciones propias. Huelga decir que ni el Consell de Cent, ni la Diputación del General del Principado de Cataluña, órganos del Gobierno de Cataluña, eran conocedores de dicho pacto.
En España, la mayor parte de los territorios que históricamente pertenecían a la Corona de Castilla apoyaban al rey Borbón, mientras que los de la Corona de Aragón se posicionaron del lado del rey Habsburgo. Sin embargo, nunca se podrá determinar con certeza qué parte de la sociedad apoyaba a uno u otro. En 1711, la inesperada muerte del emperador José I, sucesor de Leopoldo I, convirtió en heredero del Imperio alemán a su hermano, el archiduque Carlos. Ante esta situación, los aliados se dieron cuenta de que ahora Carlos tendría mucho poder y decidieron poner fin a la guerra en Europa mediante los Tratados de Utrecht (abril de 1713), en los cuales se reconocía a Felipe V como rey de España a cambio de que cediera sus posesiones europeas.
El porqué de la resistencia en Barcelona
A pesar del fin de la guerra, se mantuvieron en España focos de resistencia, y será en Barcelona donde sucedería una de las mayores operaciones militares de la Guerra de Sucesión. La voluntad popular de resistir hizo que buena parte de las familias burguesas y pudientes se pasaran a la causa borbónica en algunas ciudades de Cataluña, hecho que radicalizó aún más la resistencia popular al final de la contienda, por entenderlo como una «traición». En realidad, la rebelión no nació espontáneamente ni se originó del pueblo, sino que expresó en gran medida los intereses comerciales de los dirigentes. Los catalanes no perdían sus libertades civiles, sino que principalmente los poderosos perdían sus privilegios (no olvidemos que los acuerdos entre Francia y España prohibían comerciar con Inglaterra y Holanda, clientes importantes del textil catalán, entre otros productos).
Los derechos forales eran las leyes que regían una determinada comarca o localidad, un pacto solemne entre el rey y los pobladores donde, en forma de leyes, se regulaba la vida local, así como la elección de alcalde y los tributos a la corona. Era un sistema de derecho local utilizado a partir de la Edad Media en la Península Ibérica, que no fue cuestionado inicialmente por Felipe V. De hecho, en 1701 el rey celebró Cortes en Barcelona donde los confirmó y donde los catalanes le juraron lealtad. Tras la ocupación en el año 1707 de Aragón y Valencia por parte de Felipe V, un decreto real abolió los fueros valencianos y aragoneses, y en Cataluña (al igual que en Castilla), tras romper el juramento de apoyo a Felipe V, el rey se negó a mantener los fueros y privilegios también allí. El 10 de julio de 1714, las Cortes Catalanas, que las representan el clero, la nobleza y la burguesía, no reconocieron el Tratado de Utrecht y, a pesar de que Inglaterra les retiró su apoyo, decidieron continuar con la guerra.
No se trató de una guerra para separarse de España, sino que los seguidores en Barcelona de Carlos de Habsburgo trataron de imponer su candidato al resto del país, lejos de la influencia francesa, de los que recelaban tras la cesión del Rosellón a la corona francesa medio siglo antes por la firma de la Paz de los Pirineos. Podríamos decir que los catalanes reaccionaron contra Francia y no exactamente contra España, sin olvidar que también fue promovida para poder seguir manteniendo los privilegios, amenazados en parte por la prepotencia, incompetencia y orgullo del virrey de Catalunya, Francisco Fernández de Velasco, censurado aunque tarde por las autoridades de Madrid.
El 11 de septiembre, entre Villarroel y Casanova
Antonio Villarroel y Peláez, de padre gallego y madre asturiana, nació en Barcelona y estuvo al servicio de Felipe V hasta que en 1710 se pasó a la causa austracista, siendo nombrado tres años después general comandante del Ejército de Catalunya, acordando la Generalitat en asamblea que organizara la resistencia de Barcelona.
La causa borbónica superaba con creces en número a los defensores de la ciudad y para estos últimos enfrentamientos se amplió el ejército con ocho nuevos regimientos para resistir el embate borbón: cuatro lo formaban catalanes, y los otros cuatro, alemanes, valencianos, navarros y castellanos. Viendo la resistencia perdida, Villarroel convocó un consejo de guerra a espaldas de los consejeros de la ciudad el 1 de septiembre de 1714, donde acordaron capitular y aceptar la salida del duque de Berwick, al mando en ese momento de las tropas francesas. Casanova y el resto de consejeros no aceptaron esa capitulación. Villarroel intentó dimitir, pero estando tan cerca del asalto final prosiguió con la defensa de la ciudad hasta que cayó herido y posteriormente encarcelado. Existen dos versiones contrapuestas que no pude confirmar en cuanto a su destino posterior: unos defienden que tras ser liberado vivió dignamente en tierras castellanas gracias a una pensión que le otorgó el archiduque Carlos siendo ya emperador, y otros, que fue trasladado a Galicia y allí encarcelado nuevamente en durísimas condiciones.
En cuanto a nuestro otro protagonista, Rafael Casanova i Comes, ostentó en ese momento el cargo de conseller en cap de Barcelona. Nació en Moià y su familia gozaba de una sólida posición económica gracias al comercio del grano y la lana. Estudió derecho y filosofía, y tras licenciarse, consiguió gran prestigio en su carrera casándose con la heredera de una importante familia de Sant Boi de Llobregat. El 11 de septiembre de 1714, a las tres de la tarde, regidores de la ciudad, protagonistas de la batalla de ese día, convocaron a los barceloneses a empuñar las armas con las siguientes palabras:
(…) Se hace saber que, siendo la esclavitud cierta y forzosa, en obligación de sus empleos, explican, declaran y protestan a los presentes, y dan testimonio a los venideros, de que han ejecutado las últimas exhortaciones y esfuerzos. Protestan de los males, ruinas y desolaciones que sobrevengan a nuestra común y afligida patria, y del exterminio de todos los honores y privilegios, quedando esclavos con los demás españoles engañados, y todos en esclavitud del dominio francés. Pero se confía, con todo, que como verdaderos hijos de la patria y amantes de la libertad, acudirán todos a los lugares señalados a fin de derramar gloriosamente su sangre y vida por su rey, por su honor, por la patria y por la libertad de toda España.
El día del asalto final, Casanova fue avisado y se presentó en la muralla con el estandarte de Santa Eulàlia, enardeciendo a sus hombres.
Señores, hijos y hermanos: hoy es el día en que debemos recordar el valor y las gloriosas acciones que nuestra nación ha llevado a cabo a lo largo de los tiempos. No permitamos que la malicia o la envidia nos digan que no somos dignos de ser catalanes ni legítimos herederos de nuestros antepasados. Luchamos tanto por nosotros como por la nación española. Hoy es el día de morir o vencer. Y no sería la primera vez que esta ciudad fuera repoblada con gloria inmortal, defendiendo a su rey, la fe de su religión y sus privilegios.
Herido en una pierna (no de muerte como apuntan quienes le mitifican), se le trasladó al colegio de la Mercè, donde se le practicó una primera cura y firmó la capitulación. Tras la caída de la ciudad, Casanova quemó sus archivos, se hizo pasar por muerto y delegó la rendición en otro consejero. Disfrazado de monje, huyó y se escondió en casa de su suegro en Sant Boi de Llobregat. Casanova nunca cuestionó la unidad de la Corona, y descendientes suyos como Pilar Paloma Casanova (haz clic en el enlace de su nombre y accederás a un video donde se le entrevista) siempre declararon que su antepasado no luchó por la independencia de Catalunya, sino que lo hizo por el archiduque Carlos.
La ocupación de Barcelona por las tropas borbónicas fue seguida de encarcelamientos, ejecuciones y políticas fiscales en contra de los municipios que se alzaron. Casanova fue encarcelado circunstancialmente y multado económicamente, apartándosele de sus cargos. Dos años después, pudo volver a ejercer como abogado en Sant Boi de Llobregat, hasta su muerte en 1743, a los 80 años de edad.
La mitificación de la caída de la ciudad de Barcelona
Durante el movimiento literario y cultural desarrollado en algunos territorios de habla catalana y valenciana del siglo XIX conocido como Renaixença, se exaltaron los sentimientos, la historia y el patriotismo. Escritores, periodistas y políticos como Víctor Balaguer en su Historia de Catalunya y de la Corona de Aragón escribió respecto al hecho histórico del 11 de septiembre de 1714 que «Catalunya peleó, combatió y sucumbió en defensa de sus libertades patrias».
(…) Prefirieron morir antes de renunciar a la libertad (…) ejemplo y modelo dignos de ser imitados y seguidos por las generaciones futuras.
Fue entonces cuando el catalanismo encumbró la figura de Rafael Casanova como símbolo de las libertades de Catalunya, identificándole como el héroe que se enfrentó a las tropas borbónicas de Felipe V hasta el final y se le erigió una estatua en 1888, trasladándose en 1914 a su actual ubicación en la Ronda de San Pedro en la que puede leerse la inscripción «Aquí cayó herido el Conseller en Cap Don Rafael Casanova defendiendo las Libertades de Cataluña. 11 de septiembre de 1714». En el artículo 8.3 de l´Estatut d´Autonomía de Catalunya del 2006 se establece «La fiesta de Catalunya el Día Once de Septiembre» y ese día según la tradición se ofrendan flores en el monumento de Rafael Casanova.
Desde hace unos años, la fiesta dejó de ser una celebración para todos los catalanes, convirtiéndose en una reivindicación independentista donde las senyeras dejaron paso a las estelades. Esto es una clara apropiación de algo que es de todos, y refleja la atribución de muchas otras situaciones que estamos viviendo en la actualidad.
Me apena que se manipule y se utilice la historia para conseguir determinados objetivos políticos. Concebir lo ocurrido históricamente en 1714 con la historia que vivimos en nuestro tiempo, con la idea de Estado de hoy, es como equiparar la Batalla de las Termópilas con las normas de la Convención de Ginebra. Primero de todo, sorprende que se quiera celebrar una derrota. Yo no conozco ninguna Fiesta Nacional en ningún otro país del mundo que celebre una derrota. Algunos políticos nacionalistas dicen que ese día unos celebran una derrota y otros una victoria, como si la lucha del 11 de septiembre de 1714 enfrentara a catalanes contra españoles, como si Catalunya hubiera luchado ese 11 de septiembre para independizarse de España, algo que la historia desmiente. Al final, quien resultó vencedor de la guerra fue la monarquía de Gran Bretaña, que consiguió el dominio del Atlántico y del Mediterráneo. Para unos, Casanova fue un héroe que defendió los fueros defendiendo a Catalunya dentro de España, para otros, Casanova es un icono del catalanismo y del independentismo. Lo histórico deja paso a la ficción.
Descenso de españolidad
Hoy vivimos tiempos convulsos en Catalunya, probablemente la situación socioeconómica actual ayudó a ello al igual que en otros muchos países. Según un estudio realizado por el Real Instituto Elcano entre los años 2002 y 2015 «los españoles se sienten menos identificados con los demás españoles ya sean de su ciudad, su comunidad autónoma o del conjunto del país, sin embargo, ha disminuido el rechazo a inmigrantes de países en vías de desarrollo o en los ya plenamente desarrollados». Por otra parte, los españoles se sienten más apegados a la Unión Europea comparando con ciudadanos de otros países a pesar de su descontento con la realidad. En dicho estudio también encontramos que nuestra autoestima está muy por debajo que la que sienten rusos y chinos, quienes su prestigio externo no parece que estén a la misma altura. Cuando España ganó el Mundial de Fútbol en el 2010 pudieron verse multitud de banderas en los balcones por todas las ciudades de España, sin embargo, al terminar la euforia inicial comenzaron a retirarse muchas de ellas al pensar que podrían ser considerados como «fachas» por otros. La misma palabra España es sustituida a menudo por otra con mucha menos carga emotiva como «el Estado español».
Puede que la globalización tenga parte de culpa en el proceso de erosionar las identidades colectivas, pero que nadie dude de que entre nosotros, catalanes, madrileños, vascos, andaluces… y extranjeros que viven y trabajan junto a nosotros, todos tenemos los mismos intereses. ¿Nadie se ha preguntado a quién beneficia y a quién perjudica este enfrentamiento y confrontación?
La victoria borbónica en la Guerra de Sucesión llevó a la abolición de las instituciones catalanas, tras la promulgación de los Decretos de Nueva Planta en 1716. Sin embargo, Catalunya, lejos de empobrecerse, inició un resurgimiento económico bajo la protección de la Corona, especialmente con el rey Carlos III, con el que Catalunya accedió al libre comercio con América.
Ahora, al igual que hace tres siglos, se dice que el resto de España reprime a Cataluña (bueno, pienso que nadie con un mínimo de coherencia debería pensar en realidad eso) y se invoca desde los poderes públicos de Cataluña a rebelarse para independizarse del resto de España y así mejorar tanto económicamente como socialmente, pero ninguno de los que defienden esta postura lo justifica con datos objetivos y, aún menos, creíbles. En lo que respecta a la represión, ¿qué puedo decir? Nadie que viva aquí puede decir que esté ocurriendo y menos los políticos que inculcan este pensamiento en el pueblo mientras disfrutan de sueldos onerosos y privilegios.
No suelo publicar artículos de opinión en mi blog – los que lo seguís durante años, bien lo sabéis -, pero permitidme la excepción. Las interpretaciones del pasado pueden tener cierta legitimidad, pero los ciudadanos (los catalanes) no merecemos mentiras basadas en mitos. Unos pensaréis igual, otros lo contrario, y otros, simplemente, no pensarán o preferirán que los demás lo hagan por ellos. Seguro que se generarán comentarios en las redes y todos serán bienvenidos siempre que estén escritos desde el respeto, porque el que quiere una rosa debe respetar las espinas, pero el mito nunca puede imponerse a la razón.
Para saber más:
Bibliografía general y de Jon Arrieta para 1714
La Catalunya vençuda del segle XVIII, de Ernest Lluch Martín
La Guerra de Sucesión Española (1700-1714). Barcelona: Crítica (2010), de Joaquim Albareda Salvadó.
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